Usted está aquí: miércoles 3 de diciembre de 2008 Política Autoridad y poder autoritario

Arnoldo Kraus

Autoridad y poder autoritario

No en balde algunas ideas se repiten. Con frecuencia se dice que las relecturas son mejores que el encuentro inicial. Es cierto. Después de releer lo leído el mensaje cambia. Cambia porque el tiempo del lector y el tiempo de la vida se modifican. Cambia, porque uno, aunque siga siendo el mismo, es distinto al que fue. Escribo tiempo, escribo cambia y escribí escribo dos veces para confirmar que las ideas que se repiten suelen ser buenas. Por lo mismo me regreso: para convencerme de que algunas partes mías siguen siendo similares precisamente porque son distintas a las de antaño. Lo contrario, por supuesto, siempre ha sido cierto: quien no muta con el correr de la vida se petrifica, no crece, no mira distinto, no relee. Ejemplos sobran: la Iglesia que vocifera contra el condón, los Bush que sostienen Irak y los ex presidentes mexicanos que se esfuman del mundo de las ideas porque son incapaces de aportar conocimiento.

Cobijado por esas ideas y acompañado por mis queridos alumnos de la UNAM releo, como parte del curso de ética médica, algunos capítulos del maravilloso libro The Enigma of Health, de Hans-Georg Gadamer (Stanford University Press, 1996). Releer y discutir lo que escribió ese inmenso pensador sobre la salud y sus vínculos con la filosofía ha sido una experiencia muy gratificante. Cavilo, no plagio, acerca de sus ideas en el capítulo intitulado: Auhority and Critical Freedom (Autoridad y libertad crítica).

Me parece muy afortunado que los filósofos reflexionen acerca de la salud. Los médicos, cuando escriben acerca de la salud, suelen hacerlo desde un punto de vista científico. En cambio, los filósofos y los poetas lo hacen a partir de significados diferentes; la muerte, la vida, la alegría, el dolor y la melancolía son temas recurrentes. Escriben sobre la vida y la muerte porque sus miradas les permiten leer la vida de formas distintas. En esas arenas, poetas y filósofos son expertos. Por esos motivos siempre son oportunas las conjeturas que hacen los filósofos acerca de la salud. Gadamer, quien tuvo la suerte de permanecer lúcido incluso después de cumplir 100 años, aportó grandes pasajes al mundo filosófico de la salud.

Cuando se cavila en los vínculos que nacen a partir de la enfermedad entre paciente y médico, los conceptos autoridad y autorizado son fundamentales –huelga decir que en la vida en general estos rubros son también importantes. Desde el momento en que el enfermo, muchas veces rodeado por miedos e incertidumbres acude a pedir ayuda, la figura del galeno, investido de conocimiento y de poder adquiere dimensiones críticas, sobre todo cuando la patología amenaza la vida. Gadamer afirma que “… sólo puede calificarse como autorizado a aquel que no necesita apelar a su propia autoridad. La palabra autorizado no se refiere al poder basado en la autoridad. Más bien, hace referencia a un mérito genuinamente reconocido y no a uno que se pretende alcanzar”.

Aunque el erudito profesor no define autoridad, renglones adelante escribe: “… Todo aquel que para adquirir autoridad adopta medidas, formula afirmaciones o realiza acciones, lo que busca es el poder y está encaminado a ejercer un poder autoritario. Quien necesita apelar a su autoridad, por ejemplo, el maestro en la clase o el padre en la familia, hace esto porque carece de ella”.

Las ideas de Gadamer ilustran muchas cuestiones vitales de la vida. La autoridad de la persona la otorga la comunidad por sus logros, por su coherencia, por sus cualidades inmanentes; el individuo no la busca, no la pide. La persona que tiene autoridad no hace gala de ello porque no lo requiere. Es su trayectoria y sus posiciones ante la vida las que lo invisten de esa cualidad tan envidiable y tan poco frecuente. Mientras que Gandhi es buen ejemplo de autoridad, en México, en la actualidad, ¿cuántos de nuestros políticos tienen autoridad sana? A diferencia de los individuos que tienen autoridad incuestionable, quien ejerce el poder autoritario lo hace apoyado por la fuerza que detenta; el poder autoritario es insano y se compra por incontables mecanismos y no suele emparentarse con valores universales como la ética, el humanismo o el conocimiento “productivo”.

Los enfermos que se acercan a los médicos buscan su autoridad. La autoridad cobija porque quien la posee tiene la sabiduría suficiente para compartirla. Nunca es opresiva. Al contrario: permite y fomenta el diálogo. Estimula el disenso, porque el médico, o cualquier otra persona que tiene autoridad y la comparte con enfermos y con colegas entiende que las discrepancias estimulan el crecimiento.

Autoridad no es sinónimo ni de conocimiento ni de sabiduría infinita pero sí pariente cercano; por eso, quienes poseen esa cualidad son referencia obligada; muchos de ellos, además, tienen la capacidad de ayudar. A las personas que tienen autoridad se les admira. Admirar es una bella cualidad humana. Al admirado se le cree; se busca ser como él o como ella.

El oscilar del péndulo es lógico: es el conocimiento y la rectitud ética lo que le da autoridad al médico y es la autoridad lo que busca el enfermo como parte fundamental de su terapia.

 
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