■ Existe un proceso judicial abierto contra los dos militares que lo realizaron
Hostil, el primer interrogatorio de ecuatorianos
■ Lucía Morett se propone “ser la voz” de sus compañeros fallecidos; el incidente transformó su vida
Ampliar la imagen Lucía recibe flores de la madre de Juan González, Rita, en la Facultad de Filosofía; al fondo, la consejera técnica Hazel Cortés Foto: Francisco Olvera
Ocurría muy seguido, de noche, durante semanas y meses. Lucía Morett se despertaba bruscamente. “¿Pasó o no pasó? ¿Fue cierto lo del bombardeo, la muerte de mis amigos? Tardaba un buen rato en ubicarme. El dolor me confirmaba que sí, que todo eso había pasado en la realidad, que estaba en una cama de un hospital militar en Quito. Y después me siguió pasando en Managua. Muchas noches fueron así”.
En el cuerpo ya sólo le quedan cicatrices que a veces molestan: una en el hombro, algunas en el costado y el vientre y las más grandes en un glúteo. Ahí se le incrustó un pedazo de metralla de 13 centímetros de largo y tres de ancho. No le dañó ningún órgano interno, excepto una afectación del nervio ciático. En la pierna todavía tiene esquirlas incrustadas que los médicos consideran mejor no extraer. La cicatriz del talón es la más delicada, pues se corre el riesgo, todavía, de que afecte el tendón del pie derecho. Acróbata aficionada, Lucía ya no podrá ejercitar las artes circenses. Pero no le importa. Todo en su vida cambió. Sabe que tuvo mucha suerte y ahora tiene otras prioridades. Es una sobreviviente. Y una testigo, quizá la única, que puede dar fe de lo ocurrido ese primero de marzo en Sucumbíos, Ecuador.
Curaciones, interrogatorios, tortura
Fue, de hecho, la primera sobreviviente en ser evacuada de la zona amazónica bombardeada por el ejército colombiano. “El camino hacia el claro donde estaban los helicópteros fue largo, muy accidentado; teníamos que vadear algunos ríos. A los que me llevaban en camilla a veces el agua les llegaba al pecho. Cuando llegamos sólo había helicópteros pequeños. Me subieron a uno y tuve que sentarme de lado, con grandes dolores. Pero las otras dos muchachas (Doris Bojórquez y Marta Pérez) estaban en peores condiciones, no las podían sentar y las camillas no cabían. Entonces me sacaron a mí primero. Después supe que habían estado en el lugar los ministros de Defensa, Wellington Sandoval, y de Seguridad Interna, Gustavo Larrea. Ellos les dijeron a las chicas colombianas que estaban bajo protección del Estado de Ecuador. Pero yo no supe nada de eso sino mucho después.”
Lo que sí supo es que el helicóptero aterrizó en la ciudad de Lago Agrio. Ahí ya había algunos periodistas. De ese momento son las primeras imágenes que circularon y que daban cuenta de que en el ataque donde murió el número dos de las FARC, Raúl Reyes, también estaban civiles mexicanos. En ambulancia la llevaron al Policlínico Militar. Pero su primer contacto con las autoridades ecuatorianas fue amenazante y hostil.
“En un cuarto con las persianas bajadas me rodearon varios militares, entre paramédicos y oficiales de inteligencia. Me empezaron a interrogar bajo amenaza de que si no decía la verdad me entregarían al ejército de Colombia, donde –decían– me iban a hacer pagar todas las barbaridades que había hecho. Al mismo tiempo comenzaron a hacerme las curaciones. Primero empezaron a sacar esquirlas de mi pie y mi pierna, sin anestesia. Varios tenían cámaras y estaban grabando. Después me tuvieron que quitar la ropa y me dejaron sólo con el brasier. Pedí que apagaran las cámaras, pero no me hicieron caso. Me dolía horrible porque tenía un tobillo en carne viva. Estaba tan confundida que no sabía ni qué día era ni entendía qué querían saber los dos que me interrogaban, uno con uniforme y otro de civil. Todo lo ponían en duda, hasta mi nacionalidad. No fue hasta después que me di cuenta de que las preguntas de estos militares ecuatorianos eran idénticas a las de los soldados colombianos que me amarraron las manos en la selva. Por ejemplo, me decían que estaba recibiendo entrenamiento militar. Como les dije que no, respondían: ‘Ah, si no estás recibiendo, entonces estás dando entrenamiento’. Igualito decían los colombianos. O me decían: ‘Tus compañeras ya confesaron, dicen que tú eres la comandante. Confiesa’.”
Un fragmento de esta grabación fue proporcionado por el gobierno colombiano a Guillermo Arzak y a José Antonio Ortega, dirigentes de dos organizaciones relacionadas con la ultraderecha (Mejor Sociedad, Mejor Gobierno, y el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Justicia Penal), las cuales lo anexaron a la lista de “pruebas” que presentaron en contra de Morett, los cuatro universitarios muertos y una docena de personas más, entre ellas la senadora Rosario Ibarra de Piedra, a quienes demandaron ante la Procuraduría General de la República por “terrorismo internacional”.
“Pero, claro, ese video está editado. No muestra cómo me agreden ni que, aunque me desvisten, ellos continúan grabando e interrogándome. Eso fue bien duro; tardó horas y horas.”
En Quito, en efecto, existe un proceso judicial abierto en contra de los dos militares que ejecutaron el interrogatorio a Lucía Morett en Lago Agrio, por haber procedido contra el derecho humanitario, según confirmó a La Jornada la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (Aldhu), la organización que además representa a la mexicana en una demanda ante la Corte Penal Internacional contra el presidente Álvaro Uribe. Aldhu considera que ese interrogatorio, en esas condiciones, configura el delito de tortura.
Las piezas del rompecabezas
Horas después, ya las tres heridas juntas, las vistieron con camisones y las subieron a un avión. “Nos moríamos de frío y de sueño, pero nos decían que no nos durmiéramos. Hasta que nos internaron en el hospital en Quito nos pusieron suero y recibimos atención médica en forma.”
Lucía ya no recuerda nada de la primera operación que le hicieron. Pero sí recuerda el despertar de la anestesia. “Juan (González) y yo habíamos sido novios. Fue una relación bien bonita. En ese momento me di cuenta de que no iba a volverlo a ver nunca más. Fuera de esa certeza no sabía nada, ni tenía idea de la dimensión de lo que había pasado. Creía que estaba detenida. Hasta que llegó a verme la gente de la Aldhu. Entonces sentí confianza por primera vez.”
Después recibió la primera visita de personal de la embajada mexicana en Ecuador. El funcionario le prestó un teléfono para hablarle a su familia: “Ma, tuve un pequeño accidente. Estoy en Quito pero estoy bien”, fue su mensaje.
Sus padres llegaron a Quito el 6 de marzo y pudieron verla cuando salió por segunda vez del quirófano. En total pasó por cuatro intervenciones. Y desde su cama de hospital, lentamente, fue juntando las piezas del rompecabezas.
“Los policías que nos custodiaban tenían una pequeña televisión, que yo alcanzaba a ver desde mi cama, del otro lado de la puerta. Un día vi a los papás de Juan llegando a Quito, diciendo que estaban 99 por ciento seguros de que esos restos eran de su hijo. Y su cara en toda la pantalla. Luego vi a la mamá de Verónica. ¿Por qué estaba en Ecuador? Le pregunté a mi mamá. Me confirmó que ella también estaba muerta. Y luego vi al papá de Chac (Fernando Franco) y a los papás de Soren Avilés. Así, un dolor tras otro.”
El avión donde Lucía Morett regresa a México después de nueve meses ha iniciado su descenso.
Testigo contra Uribe Vélez
–¿Y ahora qué procede, Lucía?
–Yo tengo un compromiso con mis cuatro amigos muertos. Quedé viva para algo; voy a ser su voz. Hay varias demandas contra Uribe y yo puedo ser testigo de la masacre. Hay una de la Aldhu en Quito. Cuando la fiscalía general de Ecuador termine el proceso, y lo más probable es que se declare incompetente, la denuncia se va a la Corte de La Haya. Hay otra del propio gobierno de Rafael Correa. Y una de los papás de los mexicanos que murieron. Y yo voy a hacer hasta lo imposible por demandarlo también. Que se sepa la verdad que han querido enmascarar hasta ahora. Uribe Vélez es el responsable de la muerte de cuatro mexicanos.
–Por último, con todo lo que ha pasado, ¿cuál es tu valoración acerca de las FARC?
Por primera vez a lo largo de la entrevista Lucía permanece callada. Los pasajeros ya están descendiendo del avión. Ella se escabulle: “Eso no te lo puedo contestar por ahora. Todavía no”.