Terrorismo y crueldad
El terrorismo, bestia salvaje y feroz, sin rostro, devoradora implacable de la humanidad, aparece como parida por el averno cual depredadora siniestra apareada con la crueldad. Voraz e insaciable, se convierte en un peligro inmanejable para la sociedad porque la vida se torna persecución, paranoia, terror y desesperación cotidiana que enloquece por el miedo a ser engullido y atacado por esos asesinos enmascarados que son los terroristas.
Cada ataque terrorista deja a la sociedad con un amargo sabor a muerte, a putrefacción, semejante a la caída en un abismo. Desafío y afrenta cargados de extrema crueldad que nos asombra, nos indigna y termina por paralizarnos. Crueldad que adopta formas y dimensiones para las cuales no tenemos una explicación. Si bien sabemos que debajo subyacen turbios intereses políticos, económicos, raciales y religiosos, además de un deseo megalomaniaco y maligno de poder; estos aspectos no alcanzan para explicar las nuevas formas de crueldad sin límite. Drama violento que nos indica el fracaso de lo propio, la disolución de los límites y las reglas, la muerte del otro y la muerte propia bajo la sombra regresiva y odiada de la persecución generadora de ese pánico que aturde, atonta y nos abruma con una carga de angustia desgarradora.
Este aquelarre se ha vuelto una pesadilla cotidiana. Pero a la inversa de la economía mundial que inexorablemente va en picada, la crueldad y el terrorismo van a la alza, llegando a límites que desbordan hasta la capacidad de comprensión, retando cínicamente a la razón. Ante tales embates, como el sucedido hace unos días en Bombay, donde la ciudad entera se volvió un escenario dantesco que dejó como saldo, tras tres días de enfrentamientos, 195 muertos y 300 heridos en 62 horas de ataques terroristas, el yo se descubre como un yo herido, sangrante, afrentado y humillado de manera despiadada hasta la indefensión; un yo que intenta remediar sus pérdidas sin saber de qué manera hacerlo. El enemigo se torna irrepresentable, aparece desde lo siniestro al esconder su identidad y conducir a la sociedad civil al sufrimiento extremo cuyo único recurso defensivo es el repliegue sobre sí misma, así como un viraje al silencio consolador que crece entre los lamentos.
¿Quiénes son esos grupos que se enfrascan en una lucha a muerte, enseñoreándose para infligir dolor a víctimas inocentes, usufructuando un goce perverso y un sadismo omnipotente? Yo, en lo personal no tengo una respuesta, sólo preguntas incontestadas.
Bombay vivió una pesadilla ante los disparos, estallidos, voces, gritos, rumores y sirenas pero sobre todo llantos y lamentos. Voces confusas, palabras ininteligibles, ecos de pasos que van y vienen, terror y confusión. Ante la pérdida de casi dos centenares de vidas entre enormes charcos de sangre, la intranquilidad y la angustiante sensación de indefensión sólo quedan traumas de muy difícil elaboración sobre una úlcera que carcome a la humanidad. Con todo esto, de manera taladrante y subrepticia, corre el dolor bajo una nota inquieta de vacilación, de inestabilidad e inseguridad ineludibles que se introducen de manera abrupta y desbordan toda posibilidad de simbolización. Las voces de millones de pacifistas se tornan débil susurro ante la desgracia.
¿Será el terrorismo institucionalizado una nueva forma mutante de destrucción de los seres humanos? ¿Será la nueva forma de patología de la posmodernidad?
Preguntas por el momento sin respuesta. Mientras tanto, la bestia anda suelta, con ínfulas de crueldad creciente y desmedida, resplandeciendo triunfalmente en cada acto terrorista.