Jalapeño de excepción
Una de las construcciones más emblemáticas de nuestro país es la Catedral Metropolitana, sin duda uno de los monumentos más bellos e imponentes. En los casi 300 años que duró su construcción tuvo la participación de infinidad de arquitectos, escultores, canteros, doradores, ebanistas, pintores y miles de albañiles.
Uno de los arquitectos que dejó una huella más significativa fue José Damián Ortiz de Castro, quien diseñó la fachada y las torres que hoy podemos admirar, proyecto que ganó un disputado concurso. Además cabe destacar que el insigne personaje nació en Jalapa, Veracruz, a diferencia de los demás alarifes, que en su mayoría eran españoles.
Con el propósito de dar a conocer la vida y obra de este notable arquitecto y de ampliar y profundizar los conocimientos que se han reunido sobre una época clave en la integración del centro de la ciudad de México, se presenta en Palacio Nacional una exposición que vale la pena visitar. La organizan la Conservaduría del Palacio Nacional, conjuntamente con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, la Secretaría de la Defensa Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Dirección de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Además de la obra de Ortiz de Castro se pueden conocer los otros proyectos que concursaron y apreciar un maravilloso biombo, en el que podemos ver a detalle cómo era la ciudad de México a fines del siglo XVIII.
El texto que leyó la doctora Mónica Cejudo, conservadora de Palacio Nacional en la inauguración, dice del personaje: “Ortiz de Castro, en efecto, fue una de las figuras centrales de la arquitectura en la capital virreinal desde que llegó a colaborar con Miguel Constanzó en una de las secciones más importantes del Palacio Virreinal –es decir, en la Casa de Moneda que fue un elemento integrante de este Palacio Nacional– hasta que recibió el nombramiento de Maestro Mayor de la Catedral de México, distinción que vivió y ejerció entre 1787 y 1793 y en cuyo carácter dirigió su obra más relevante: la conclusión de las torres de los campanarios y la fachada de la Catedral”.
La exposición, curada por la doctora Elisa García Barragán, aspira a cubrir y a ofrecer una visión detallada de un tiempo en la integración nacional al que frecuentemente se alude y del que, sin duda, podríamos saber, y entender, mucho más. Si el siglo XVIII fue el de la consolidación de la cultura virreinal, su segunda mitad fue, además, el periodo de los retos y el espacio para las respuestas. Fueron éstas las condiciones que condujeron a la aparición de la Real Academia de San Carlos y, entre otras de sus aportaciones, la aparente y a veces incomprendida “imposición del neoclásico”.
José Damián Ortiz de Castro propuso soluciones para las torres de la Catedral que superaron los límites de las expresiones plásticas –o estilísticas–, para convertirse en verdaderas lecciones de diseño de elementos arquitectónicos; en experiencias de imaginación para resolver funciones estructurales en el demandante medio de la ciudad, y, sobre todo, en enseñanzas para abordar, comprender y resolver las capacidades artísticas, simbólicas y testimoniales que también son parte de las cualidades de la gran arquitectura.
Explica Cejudo que hasta donde se sabe, fue guiado por un personaje de excepción, como fue Constanzó, que comprendió cabalmente las condiciones que siempre ha impuesto el suelo de la ciudad de México a los proyectos y a los diseños de procesos constructivos.
Pero mejor dese una vuelta por la exposición y después vaya a comentarla frente a un buen plato de cabrito al “estilo Tino”, en la cercana calle de Palma 40, en el ahora llamado El Cabrito Astur, por décadas conocido como El Bar Sobia, alojado en su misterioso sótano, que en estos tiempos de frío resulta muy acogedor.