La vorágine de los libros
■ El escritor habla por primera vez en entrevista sobre su experiencia en el Ejército portugués
“Yo tenía talento para matar”, dijo Lobo Antunes, el soldado
■ Combatió contra el Movimiento de Liberación de Angola en los años 70
■ Por sobrevivir matamos de todo; lo más grave, que no siento ninguna culpa, lamenta el recién premiado en la FIL Guadalajara
Ampliar la imagen Nosotros los latinos somos muy curiosos: matamos y después lloramos por la gente que murió, reflexiona el escritor, quien fue médico y oficial de las fuerzas armadas de su país Foto: Arturo Campos Cedillo
Guadalajara, Jal., 1º de diciembre. El oficial y médico del Ejército de Portugal, António Lobo Antunes, surge con amargura en la entrevista: “Yo tenía talento para matar, pero eso ha sido el acto más terrible que me han hecho. Para morir y para matar he sido bueno”, dice, y sus ojos azules de nieto de alemana parecen perderse en los parajes del suroeste africano, en la colonia ultramarina portuguesa de Angola, en lucha de liberación hace 40 años, en la locura de supervivencia para regresar vivo o completo a costa de lo que fuera.
El recién galardonado con el Premio de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Lenguas Romances, con suéter negro y Guadalajara tras el ventanal, el escritor se transforma durante unos minutos en un soldado triste, pero sin remordimientos.
Regresa a la que llama una guerra de niños, con soldados de 18 o 19 años, y él junto con otros oficiales de 21, 22, 23 años.
“En mi batallón éramos –es la primera vez que estoy hablando de eso– 600, y tuvimos 150 bajas. Es demasiado; chicos, niños... una violencia indescriptible. Aún hoy hay más de 30 mil hombres en hospitales siquiátricos con estrés postraumático de guerra, pero nosotros, latinos, somos muy curiosos, porque somos una mezcla de sensiblería y crueldad. Nuestras guerras civiles han sido siempre de una violencia increíble, matamos y después lloramos por la gente que murió.”
–¿Por qué era bueno para matar; tenía buena puntería?
–Esto también lo voy a contar por primera vez: eras enviado a una zona donde había mucha guerra; estaba en la frontera con Kasambia, por donde entraban los guerrilleros del Movimiento (Popular) para la Liberación (de Angola). Y para cambiar a una zona más tranquila debías tener puntos; por ejemplo, un arma aprehendida al enemigo: tantos puntos; un prisionero: tantos puntos; un enemigo muerto: tantos puntos. Y para cambiar se mataba todo: niños, mujeres, hombres; todo contaba como puntos. Como uno quería cambiar, era horrible lo que pasaba; se mataba todo, no se hacían prisioneros.
–Parece la descripción de lo que fue: una de las últimas guerras colonialistas de ultramar, carente de valores.
Un Vietnam de pobres
–Algo que me sorprendió en la guerra fue el valor de los soldados; eran muy jóvenes y tenían un valor increíble. Era un Vietnam de pobres. Mi capitán –quien ha sido el ideólogo de la revolución–, sobre el primer muerto que tuvimos dijo que teníamos que vengarlo. Se quedaba en una cosa emocional, era muy poco racional.
“En la guerra no te preguntas si es justo o injusto lo que estás haciendo, lo único que quieres es volver vivo.”
–Ha mencionado el estrés postraumático: ¿usted también lo padeció?
–Ese capitán –que murió de 65 años de cáncer de pulmón–... nunca hablábamos de la guerra; cuando ya estaba enfermo empezó a hablar. Él hizo la revolución; ha sido ministro... hablábamos, pero cuando su mujer venía no quería hacerlo más. Yo le preguntaba por qué no nos sentíamos culpables de haber hecho lo que hicimos, y me contestaba: “No sé”.
“Lo más grave de todo es que no siento ninguna culpabilidad, y hemos hecho cosas de una crueldad inútil.
“No sé, no sé. Los soldados eran buenas personas, no eran crueles, no eran sádicos; nada de eso, pero para salir a una zona más tranquila, con menos guerra, se hacía de todo; era lo mismo del otro lado.”
–¿Por qué decidió ir a una guerra colonialista; además, aislada, en una época en que el colonialismo estaba en franco declive?
–La guerra empezó por una revuelta de los angolanos que mataban mujeres embarazadas, a quienes les abrían el vientre y ponían el feto afuera; a los hombres les cortaban las vergüenzas y se las ponían en las bocas; los de Kasambia tenían collares con orejas (…) Eso me hizo pensar que nosotros tenemos un sentimiento y su contrario también, porque se mataba a la gente y luego se le intentaba salvar con transfusiones. Pero eso es muy latino, esa mezcla de la que hablaba, de generosidad y crueldad; nuestras guerras han sido siempre muy crueles: la guerra civil en España, la guerra civil de Portugal, aquí (en México), la guerra entre Brasil y Paraguay –mi abuelo era brasileño, yo me llamo como él–.
“En Galicia, hasta los años 80, hubo guerrillas contra Franco, y había curas con pistolas que mataban y luego daban los santos óleos.
“En Angola fue como un Vietnam de pobres; no teníamos nada. Yo era el médico, pero si faltaba alguien en el pelotón también tenía que salir con ellos.”
Dictadura eterna
En la entrevista, Lobo Antunes regodea la memoria en los 40 años de dictadura de António de Oliveira Salazar, quien desde principios de la década de los 30 hasta 1968 dirigió el destino de Portugal y se empecinó en que las colonias africanas siguieran bajo el dominio de la nación europea.
“La dictadura parecía eterna; si huías del país, no podías volver. Volví (de la guerra) en el 73, y cuando lo hice ya estaba el movimiento de los capitanes, porque para los oficiales de carrera era insoportable, ya que pasaban dos años en la guerra y un año en Portugal.
“Había un capitán en mi batallón que tenía cuatro convicciones –como se decía en la guerra–; tenía 40 años y parecía de 70, el clima y las condiciones horribles... la alimentación; no había para comer. Y no se hablaba de eso; los oficiales venían de vacaciones y la gente en Portugal no tenía ni idea, porque los periódicos no hablaban de eso, ni de los muertos”, recuerda.
Cuenta que en los tiempos de Oliveira la gente hasta en su casa tenía miedo de hablar de política, porque no se sabía quién era soplón. En algunos casos, si un hombre quería a una mujer, pero ésta a su vez amaba a otro hombre, el frustrado podía hablar a la policía política para acusarlo de traidor al régimen.
“La dictadura ha sido muy buena para mí como escritor, después, porque el dictador no aparecía, no se le veía, era un hombre que no tenía mujer. Después de su muerte se supo que tenía mujeres, que vivía solo, que era pobre; no aparecía en público, los ministros eran invitados y despedidos por carta.
“Era un hombre muy raro, y estuvo en el poder 40 años; no era como los dictadores típicos, sus apariciones públicas eran una vez al año cinco minutos”.