Usted está aquí: sábado 13 de diciembre de 2008 Disquero Anna Netrebko rememora antes de ser Cenicienta y luego de ser Reina

Disquero

Anna Netrebko rememora antes de ser Cenicienta y luego de ser Reina

Pablo Espinosa ([email protected])

A sus 37 años, la soprano rusa naturalizada austriaca Anna Yuryevna Netrebko cumple reinado en el arduo territorio operístico –dominado por operópatas y la aristocracia más reaccionaria– y se deschonga virtuosamente (lets her hair down/ a dénoué ses cheveux) como bien dice el cuadernito bilingüe que acompaña a su nueva producción discográfica y constituye su cuarto disco como solista y además bajo el sello discográfico por antonomasia, Deutsche Grammophon.

El título es exacto: Anna Netrebko souvenirs, porque está estructurado en torno a las querencias más vívidas que anidan en el corazón de esta neo-diva que cuenta con todo para ser leyenda. Baste recordar el inicio de su carrera como moza de limpieza (“ilustre fregona”, según el término que lucen los españoles) en la sede de la Ópera Kirov, donde el poderoso director de orquesta Valery Gergiev “descubrió” a esa bella jovencita y se convirtió en su tutor musical para que ella deviniera de Cenicienta a Reina de, como dirían los neoclásicos, “la escena” operística mundial.

De manera que la diva recuerda, rememora, destapa su baúl de recuerdos y acaricia momentos y da la vuelta de tuerca al memento mori para disfrutar de la vida y sus misterios con 18 tracks que aparecen como una suerte de autobiografía sonora, o bien autorretrato canoro de Anna, porque se trata de los momentos musicales que para ella son improntas, por ejemplo la pieza inicial la escuchó cuando niña en su pueblo natal, Krasnodar, en Rusia, o bien el tono sexi-acidulado y melancólico que imprime (como lo hacía, guardando distancias y diferencias, Marlene Dietrich) cuando canta un aria de Franz Lehar: Meine Lippen, sie küssen so heiss (que del alemán literal sería “Mis labios, que besan ardientemente”, pero igualmente: “Mis labios, esos sí que besan chido”), o bien pasajes que le han valido ovaciones delirantes en los teatros más exigentes del planeta cuando otorga piezas de regalo al final de un recital (al, al, pero no es igual) alado como esos que ella acostumbra.

Una de esas piezas que ella usa como bises, o encores, es el pasaje sublime Pie Jesu, del Requiem, de Andrew Lloyd Weber, que en voz de la rusa es un ensueño, una sensación de volar en el escucha y a diferencia de abalorios mercachifles como la célebre Sarah Brightman, que tiene voz de plástico, es decir, artificiosamente trabajada para edulcorar meras mercancías envueltas en celofán.

El amplio rango canoro de la Netrebko, pero sobre todo esa capacidad casi mágica de pendular entre los agudos electrizantes a, sobre todo, los terciopelos rojo oscuro que solamente las voces eslavas enarbolan, pone la epidermis como de gallina clueca y deja al escucha como dice que quedó el director de orquesta que dirige a la Filarmónica de Praga en este disco luego de la experiencia de dirigir teniendo bajo el podio, frente a él, la belleza física y canora de Anna Netrebko y la mezzo Elina Garança: “fueron auténticos terremotos de placer”. Así como al director le “piernaron las tiemblas” (Dalis dixit), al escucha le pierna y le tiembla todito cuando escucha este álbum chido.

Junto al nuevo álbum de Anna esplende la más reciente ópera del maestro estadunidense John Adams, titulada A flowering tree, escrita –es la cuarta que hace con Peter Sellars como libretista– inmediatamente después de Doctor Atomic, cuyo montaje en el Met de Nueva York pudimos disfrutar recientemente en tiempo real, merced a las transmisiones en vivo que se montan en el Auditorio Nacional.

Así sí opera la ópera.

 
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