Más de lo mismo o la oportunidad perdida
El retraso tecnológico y la crisis del sistema muchas veces pueden resultar una ventaja. No sólo porque se puede aprender de los últimos procesos científicos y tecnológicos midiendo sus inconvenientes allí donde los desarrollaron y sin pasar por todas las costosas pruebas fracasadas y etapas intermedias que los produjeron, sino también –y sobre todo– porque, a diferencia de los países hoy industrialmente más poderosos, los que disponen aún de grandes recursos naturales o humanos tienen ante sí la posibilidad de no optar por seguir el actual paradigma del desarrollo.
Es posible, por ejemplo, hacer irresponsablemente como China o India y apostarle a la industria automotriz y al consumo de carburantes fósiles, a la industria de producción en serie altamente tecnificada para exportar productos baratos de plástico, grandes consumidores de energía. Se puede seguir el ejemplo del capitalismo y concentrar la producción en gigantescas ciudades situadas en la desembocadura de los grandes ríos, las cuales envenenan el aire hasta hacerlo irrespirable y llenan de cemento los deltas y de residuos las zonas costeñas, contaminando ríos y mares hasta poner en peligro de extinción los recursos pesqueros; es posible igualmente crear grandes, invivibles y horrendas ciudades mineras o petroleras junto a los pozos carboníferos o de petróleo.
Pero también se puede, por el contrario, emprender el camino del desarrollo y no el del crecimiento a toda costa subordinando éste a aquél y la producción para la exportación a la necesaria para aumentar un mercado interno racional basado en la producción para el consumo local de las industrias livianas y agroalimentarias, de modo de desconcentrar la población del país fuera de las grandes urbes y de multiplicar los focos de desarrollo y de cultura sin vaciar el campo de sus habitantes y, por el contrario, mediante reformas agrarias y políticas de desarrollo local, repoblarlo.
Es posible eliminar los consumos superfluos o nocivos y concentrar los recursos en la producción de bienes necesarios, racionalizar su uso para estimular la producción de alimentos vegetales (y no de forrajes o biocombustibles) y establecer un justo equilibrio entre la agricultura y la producción de animales de corral o de ganado. Se puede igualmente controlar el crecimiento demográfico con el aumento del bienestar y de la cultura más que con medidas coercitivas, reforestar y sanear ríos y costas, recurrir a la fuerza de las mareas, del viento y del sol para producir energía, privilegiar el transporte público (fluvial, ferroviario, marítimo) en vez de producir millones de vehículos que serán chatarra y de neumáticos para transportar sobre ruedas mercancías que podrían consumirse in situ recurriendo muy poco a los fletes, o que podría ser distribuida, con mucho menor consumo de carburante, por otros medios más eficientes.
Rubro por rubro se pueden eliminar los despilfarros que llevan a la costosa producción, por ejemplo, de mil envases coloridos y diferentes para vender casi el mismo producto, y reducir al mínimo los costos de mercadeo sustituyendo la publicidad y la propaganda por la información necesaria para el consumidor final.
Es posible adaptar la producción de papel para la industria editorial o de telas a las medidas necesarias para la protección del ambiente, en vez de asumir que el deterioro de los cursos de agua y del aire tienen un costo cero. El crecimiento económico sería mucho menor, pero mejoraría notablemente la calidad de la vida y evitaríamos una catástrofe ecológica. Una población menor pesaría menos sobre los recursos, que son limitados, y mucho más sobre los gobiernos locales si se hiciese hincapié en la educación y en la autogestión y la cooperación en la tarea de planificar y en la financiación de los recursos.
En América Latina, en la mayoría de los países, es posible una amplia reforma agraria que dé tierra, trabajo y mejor consumo a los millones de personas que deben emigrar hoy a las ciudades o al extranjero. Es posible también otro modelo de industrialización que no contamine ni aumente la dependencia de las trasnacionales. Sin embargo, ante la crisis, por razones ideológicas e intereses en el caso de los gobiernos de derecha, y por insuficiencias ideológicas en el caso de los de centroizquierda, que se someten a la lógica del capital, el productivismo capitalista depredador está a la orden del día.
El gobierno argentino, por ejemplo, dice que para mantener las fuentes de trabajo es necesario subsidiar a las grandes automotrices extranjeras y aumentar la venta de vehículos usados (como si además pudiera compensar con una extensión del raquítico mercado nacional la caída de las exportaciones) y no toca a los soyeros que, ante la caída de la cotización de ese producto, se esfuerzan por producir y exportar más toneladas y reclaman subsidios. O trata de fomentar la minería, dañando incluso los glaciares. Y el mismo gobierno de Evo Morales subsidia la producción minera en vez de hacer una revolución agraria que permita la producción campesina y, por ende, la reducción de la importación de alimentos y la extensión de la soya a costa del bosque nativo. Recursos financieros escasos se utilizan así para salvar los negocios de los capitalistas y no para crear una alternativa que elimine la dependencia de nuestros países.
Por supuesto que la preservación de las fuentes de trabajo es vital. Pero debe hacerse a costa de los capitalistas, no de los salarios o de los impuestos de los trabajadores. Y, además, debe hacerse en el marco de la discusión colectiva, nacional, de un plan de desarrollo alternativo que arroje a la basura el productivismo y el lucro privado como motores de la producción y recurra, en cambio, a un plan nacional basado en la planificación y la uitilización no capitalista de los recursos.