De calentamientos
Mientras en Poznan se exige al mundo que tome en serio el cambio climático y el calentamiento global, desde América Latina se advierte sobre la llegada de otro calentamiento: lo que, según me cuenta un amigo regio, el rector del Tecnológico de Monterrey ha bautizado como el “calentamiento social”.
Según el Panorama Social de la Cepal, “América Latina corre el riesgo de perder lo ganado en los años recientes en la reducción de la pobreza”. La crisis no deja espacio sin tocar en su arrebato y lo más probable es que a lo largo de la región se imponga un estancamiento del empleo nuevo y un aumento considerable en el número de plazas perdidas. Los afectados primeros serán los conocidos de siempre: jóvenes trabajadores precarios e informales, mujeres y viejos. Los damnificados serán los niños para quienes la protección es casi nula.
Gracias al boom de las materias primas que benefició sobre todo al Cono Sur, al despliegue de políticas anti pobreza y a la relativa estabilidad monetaria, el mercado laboral latinoamericano mejoró después de décadas que en materia de ocupación fueron más que perdidas. Muchos festinaron este nuevo “punto de inflexión” que daría vigor y aliento a unas democracias acosadas por la desigualdad y la mediocridad del crecimiento resultante de los cambios globalizadores. Pero el ciclo terminó antes de tiempo y, ahora, la preocupación por el malestar en la democracia que podría devenir malestar con la democracia según la fórmula acuñada por el PNUD en su informe de hace unos años, se vuelve emergencia ante un tiempo cargado de electricidad y nubes negras. El movimiento alcista en los precios de los productos básicos, detenido pero no revertido, no hará sino agravar la penuria de los grupos que habían visto disminuir su pobreza y gestaban esperanzas de mejoría gradual pero sostenida. Esto no va más, y el vuelo se detiene.
Es cierto, como informa Cepal, que desde 2002 las tasas de desocupación han bajado progresivamente en la gran mayoría de las áreas urbanas de los países de América Latina; sin embargo, hay que tener presente que “el desempleo sigue siendo elevado y en 2006 superaba en 2.4 puntos porcentuales el nivel de 1990”. Este es, junto con el encarecimiento de las canastas básicas, el punto de partida de la región para encarar la crisis global y debería ser el observatorio principal para tomarle el pulso y actuar en consecuencia. No es la deuda externa o el desequilibrio interno expresado en inflación y devaluaciones lo que hoy asuela la región, sino una deuda social no saldada y un pagaré en materia de transformación productiva que no se ha honrado cabalmente en ningún lado y que en buena medida se quiso archivar gracias a la expansión internacional y el boom de los productos primarios, incluido el petróleo.
Para México, la carga de estos pesados saldos insolutos parece menos aparatosa, pero quizás sea todo lo contrario. La caída en la actividad puede ser menos espectacular que en otros países, pero eso se debe a que aquí se impuso el no crecimiento como cultura nacional. Y lo mismo podría decirse de la situación financiera: no aparece tan explosiva por el mero hecho de que la banca no ha arriesgado y dedica sus afanes a cobrar la deuda pública interna (Fobaproa, IPAB, etcétera), a transferir ganancias a sus matrices externas y a “consultar con Madrid” en caso de duda.
Así, lo que ha habido en estos lustros de estancamiento estabilizador ha sido una acumulación de pendientes que alcanza su clímax en la perspectiva estudiada a fondo por el investigador Fernando Cortés de que en unos meses el país dé un salto para atrás y amplíe la pobreza extrema, llamada aquí alimentaria, sin detener el espectro de la urbanización de la carencia social que ya define el panorama total de la república. Habrá elecciones, digamos, pero no excedentes petroleros. A ver si con la noche vieja a Agustín Carstens se le ocurre despertar de su ya largo sueño.