Editorial
Saldos de Bush, prueba para Obama
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, cosechó ayer, en su visita furtiva a Bagdad, una pequeña muestra simbólica del repudio que genera su figura entre los pueblos árabes: los zapatos, los insultos y las recriminaciones que le lanzó un periodista del país ocupado durante una rueda de prensa que tuvo lugar en la fortificada zona verde de la capital iraquí. Pareciera que con ese incidente y con una mentira orwelliana, la de calificar la catástrofe de Irak como “uno de los éxitos más grandes en la historia militar estadunidense”, Bush dio por cerrada la aventura sangrienta que emprendió –sustentada también en mentiras– en 2003. Para Irak y Estados Unidos, sin embargo, esta historia trágica dista de haber terminado. Barack Obama, quien asumirá la presidencia del país vecino el mes entrante, deberá hacer frente a los pormenores de una retirada militar difícil y compleja, y encontrar los términos adecuados para que la sociedad estadunidense asimile ese “gran éxito” que es, en realidad, una derrota histórica para la gran potencia mundial.
En términos militares, las fuerzas invasoras encabezadas por Washington han sido incapaces, en cinco años y medio, de derrotar a la resistencia iraquí, a pesar de la represión masiva, la destrucción de ciudades y las masacres perpetradas con ese propósito; de hecho, los ocupantes han fracasado en su empeño por controlar el territorio del país árabe, y si el ritmo de sus bajas ha descendido en forma significativa durante el año que está por terminar, se debe más bien a que los soldados estadunidenses, británicos y de otras nacionalidades renunciaron a salir de sus fortalezas y han transferido la tarea de los patrullajes a fuerzas compuestas por iraquíes. De esa forma se ha logrado reducir las muertes de soldados estadunidenses a “sólo” 83 en el segundo semestre de 2008. Fuera de Irak, la guerra emprendida por Bush tiene como saldos el fortalecimiento de Irán, la dispersión de los fundamentalismos islámicos armados por diversos países y el inopinado resurgimiento de Al Qaeda y los talibanes –supuestamente derrotados en 2001– en Afganistán y Pakistán. Hasta el día de ayer las bajas mortales de Estados Unidos en Irak ascendían a 4 mil 209, y los heridos a entre 30 y 40 mil. muchos con secuelas y discapacidades permanentes.
El dinero invertido en esta aventura bélica es realmente incalculable, pero, según investigaciones estadunidenses, decenas o cientos de miles de millones de dólares han desaparecido en un mar de corrupción, burocratismo e ineptitud. Sólo por lo que hace a los gastos de “reconstrucción”, un documento oficial titulado Lecciones duras: la experiencia de la reconstrucción iraquí, dado a conocer ayer por The New York Times, señala que los planificadores del Pentágono dilapidaron 100 mil millones de dólares debido a las rivalidades burocráticas, la espiral de violencia y “la ignorancia de los elementos básicos de la sociedad y la infraestructura de Irak”.
Por añadidura, la agresión bélica contra el país árabe dañó en forma perdurable la credibilidad de las instituciones y de los medios informativos de la nación vecina; hoy en día, el estadunidense medio no sabe si fueron peores las mentiras urdidas desde el Poder Ejecutivo para lanzar la guerra o la obsecuencia del Legislativo y de los grandes conglomerados informativos que se plegaron a las falsedades –armas de destrucción masiva, amenazas inminentes a territorio estadunidense, vínculos de Bagdad con los terroristas afganos–, las legitimaron y las presentaron, sin el menor escrúpulo, como la verdad.
Pero el saldo más desastroso de la “guerra contra el terrorismo”, en la que se incluyeron la invasión, el arrasamiento y la ocupación de Irak, fue, sin duda, el moral: en nombre de la “libertad”, la “seguridad” y la “democracia”, Washington asesinó a miles de civiles inocentes, instauró centros de tortura y exterminio, organizó una red internacional de secuestros, traslados clandestinos y homicidios, y operó, de esa manera, una regresión histórica en su propio territorio y en el mundo. Con el pretexto de prevenir nuevos ataques como los del 11 de septiembre de 2001, civiles y militares de Estados Unidos perpetraron graves y abundantes crímenes de lesa humanidad, la mayor parte de los cuales permanece impune hasta la fecha, y en los que es por demás presumible la responsabilidad política y penal del propio Bush, del vicepresidente Dick Cheney, del ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld y de otros altos funcionarios y ex funcionarios de la administración saliente.
La recuperación de la autoridad moral del gobierno estadunidense ante su población y ante el mundo requeriría, por parte de Barack Obama, un ejercicio de esclarecimiento y de justicia por esos crímenes. Antes que en el manejo económico y social de la crisis legada por Bush, será en ese desafío donde podrá verse la consistencia de las promesas de cambio con las que el próximo presidente de Estados Unidos conquistó el cargo.