Melón
■ Nuevas relgamentaciones
Antes que el alka seltzer juegue con mi memoria le deseo, mi enkobio, un cúmulo de parabienes, no sólo con motivo de las fiestas decembrinas, también en el resto de su existencia, y que el jícamo, salsa y saoco lo inunden para que el goce sea permanente.
Ahora que las autoridades anuncian nuevas reglamentaciones para los antros, viene a mi memoria la “era Uruchurtu”, que fue más drástica y dio lugar a que proliferaran a “casas desafinadas” (de mala nota), sitios clandestinos que vendían toda clase de bebidas alcohólicas; el cinturón del vicio, en los límites de la ciudad y el estado de México, así como el célebre Kalinova por el rumbo de Cuatro Caminos. Lugares donde la rumba era sin límite de tiempo.
En aquel entonces un trovador llamado Iván, del que no recuerdo su apellido, abrió su negocio “bajita la tenaza”, es decir, de manera clandestina, el cual tenía por clientela a todos aquellos que formaban parte de tríos, así como figuras de la farándula y, por supuesto, compositores, que noche a noche propiciaban una bohemia de cinco estrellas.
Huelga decir que ésta duraba hasta la salida del sol y hubo ocasiones en que seguimos hasta Contreras, pagándole visitas a la pintora Estrella Newman, que siempre nos recibió con agrado. Sin duda, esta etapa la recuerdo con cariño, pues me dio la oportunidad de escuchar no sólo las primicias de canciones que posteriormente serían exitazos, sino interpretaciones “del personal” que se reunía en “Casa de Iván”, como una canción bellísima de Luis Demetrio, Apóyate en mi alma, que tan sólo de acordarme me dan ñáñaras.
Ojalá que con esas reglamentaciones no les salga el tiro por la culata. Siguiendo con mis recuerdos, mi querido asere, voy a platicarle de varios amigos pianistas, con los que tuve la oportunidad de convivir y gozar con su calidad, tanto humana como artística. Empezaré por el único que aún está con vida y con quien acabo de tener una conversación telefónica que se extendió sin darnos cuenta (espero que la cuenta no sea muy onerosa).
Este señor, de nombre Luis Lozano, que tiene un apodo que no le gusta, Cachimba, formó parte de un conjunto fuera de serie. Un grupo que me marcó y considero mi escuela, Los Diablos del Trópico, el más sonero de los conjuntos a los que pertenecí. Cada actuación que tuve con ellos fue como ir a la escuela. Pero, volviendo a ese señor de toda mi admiración, era dueño de un sabor sonero muy propio, que engalanaba la propiedad con la que había que interpretar en ese grupo.
Ahora, voy a contarle de Tony Espino, recientemente fallecido, director de otro grupo de antología, Los Guajiros del Caribe, mi primer amor sonero. Tony, independientemente de su bonhomía y don de gentes, tenía una calidad musical tremenda, la que me hizo gozar durante el tiempo que estuve en ese conjunto, que fue mi cuna de sonero.
Otro pianista sonero de gran calidad se llamó José Bustos. Fuimos compañeros en varias ocasiones, las cuales me permitieron apreciar su valía y especialmente el sabor con que aderezaba sus interpretaciones, además de ser el sumo pontífice de las “misas negras” que oficiaba en El Pigalito, lugar de nacimiento del chúa-chúa, que para mi es son scat.
Terminaré recordando a Luis González Pérez, El Viejo Luis, a quien ahora algunos critican y pregonan que no era un virtuoso. No entiendo por qué buscarle tres pies al gato, pues este señor poseía un sabor y calidad que quedó en todas y cada una de sus acciones, como ejecutante, director o productor.
Si usted, monina, no ha tenido la oportunidad de escuchar La historia de México, producida por Luis Demetrio, créame que se ha perdido de algo excepcional. El aspecto musical lo hizo El Viejo Luis y con eso demostró su calidad, amén de todo con lo que contribuyó a lo largo de su trayectoria.
Lleno de nostalgia pongo punto final a esta entrega y espero que disfrute de jícamo y saoco a granel. ¡Vale!