“O mandan obedeciendo,
o se van"
Ramón Vera Herrera. A fines de agosto, se habían reunido en Manizales y en Bogotá unos mil representantes o comuneros de los principales pueblos indígenas y afrodescendientes de Colombia esquivando la guerra que se les instaló como forma de gobierno y que los mantuvo apartados cuando menos diez años. De ese urgente reencuentro nació la sincronía y el reconocimiento necesarios para retejer relaciones borradas, rotas o desbaratadas por los “señores de la guerra” como los pueblos insisten en llamar al gobierno, al narco, a la guerrilla y los paramilitares (ver Ojarasca 137).
Es así que en octubre comenzó una movilización verdaderamente nacional de poblaciones indígenas y afrodescendientes que fue reprimida de inmediato con gran brutalidad. Pero la represión por parte de las fuerzas policiaco-militares de Uribe al plantón que había bloqueado la Vía Panamericana en La María Piendamó (ver Ojarasca 138) fue más un acicate que un aplastamiento. La idea de la Minga de la Resistencia Social y Comunitaria creció y se convirtió en una multitudinaria marcha que de diferentes rincones fue llegando a Bogotá para protestar por los años de guerra sucia, asesinato y desaparición. Por los 3 millones de desplazados. Por las 100 mil minas anti-personal acechando en alguna parcela, sendero o matorral. Por ese 10 por ciento de la población carcelaria total de 55 mil personas que está ahí por razones políticas. Por las fumigaciones con glifosato y por los incendios o robos de sus cosechas. Por el racismo rampante. Porque saben (han llegado a entenderlo con más detalle que los funcionarios del gobierno y los sabidos académicos), que de lo que se trata es de erradicarlos, invadir sus territorios ancestrales, imponer nocivos programas de desarrollo, predar petróleo, oro, plata, esmeraldas y metales raros, y fomentar la dependencia hacia Estados Unidos y su modelo mediante un tratado de libre comercio que ahondará el poder de las transnacionales, corporativizará aún más la cadena alimentaria, de la siembra al comercio al menudeo, criminalizará las semillas nativas, invadirá de combustibles agroindustriales y transgénicos, robará biodiversidad, saberes y recursos genéticos, condicionará los apoyos haciéndolos indignos, privatizará aún más la tierra y romperá los antiguos enclaves indígenas extremando la expulsión a las ciudades y al extranjero, para mayor poder de paramilitares y narcotraficantes.
En la movilización, los cabildos y comunidades estuvieron dispuestos a dialogar de cara al país entero con el presidente Uribe, pero éste no pudo encarar la enorme autoridad moral que lo increpaba. Con todo, “caminó la palabra”, como la misma Minga insiste en calificar su acción, y los pueblos se presentaron ante la sociedad descreída que en muchos casos respondió fraternalmente.
Transcurridos los días, la Minga —que acá llamaríamos tequio, manovuelta o faena comunal—, arroja una serie de aprendizajes organizativos que habrán de dar fruto en todo el continente. El 21 de noviembre, en la plaza Bolívar en Bogotá, cuando La Minga dio por cerrado el ciclo que le dio aliento a la movilización, declaró:
La Minga Social y Comunitaria tiene vida propia, pero quienes la propusimos y la proclamamos tenemos que compartir el trabajo de su crianza para que llegue a su edad madura y camine sus propios pasos que son de todas y todos. Asumimos con estas palabras el compromiso doble y simultáneo de proteger la Minga siendo parte de ella, pero también el de dejarla en libertad para que camine en la dirección que le demos nosotras y nosotros, porque lo que ya exige ese ser que nació y que quiere vivir, esa Minga de los Pueblos, es mucho, pero mucho más de lo que podemos ofrecerle desde nuestras capacidades particulares. Nos desborda y es eso lo que nos entusiasma y nos preocupa. No hay costumbre de Minga. Ésa es una verdad y un desafío.
Desde la Minga de los Pueblos, es una hora de la verdad. Convocamos la movilización conciente y el aporte generoso de nuestras capacidades y trabajo para proteger y promover la lucha por la vida y la dignidad en Colombia. O confrontamos un orden establecido para ponerlo en evidencia y resistirlo, o actuamos dentro del mismo y ayudamos a consolidarlo. No cambiará el orden con esta movilización que hoy culmina una etapa en un largo camino, pero esta Minga de los Pueblos sí es para cambiarlo.
El desafío consiste en tener la sabiduría que nos permita compartir el sentido y no sacrificarlo mientras obtenemos logros concretos en el proceso hacia su transformación y hacia la unidad y coordinación entre los pueblos.
Hoy proclamamos y entregamos la Minga de todas y de todos para confrontar el modelo de desarrollo que nos impone la codicia, para derrumbar leyes que nos despojan y nos roban, para establecer la resistencia y la solidaridad como mecanismo concreto para defendernos de un Estado secuestrado que nos persigue, para hacer cumplir la palabra que ha costado sangre, para tejer un camino en que todas y todos dejamos de ser nadie al servicio de esos pocos para convertirnos en gestores de sociedades donde la justicia, la libertad y la defensa de la Madre Tierra sean realidades y principios…
La rebeldía es un derecho que vamos a ejercer sin autoritarismos sectarios ni imposiciones… Por ahora hay que sumar fuerzas, recursos y capacidades para lograr unos mínimos de convocatoria y acción frente a un régimen y a un modelo al que le decimos BASTA! en las palabras y en los hechos desde todas las luchas y dolores. Que ese BASTA! sea firme, concreto y suficiente. No volveremos a pedirle audiencia a nadie, porque nosotras y nosotros, la Minga de los Pueblos, somos el país y la autoridad. Los que nos representan nos mandan obedeciendo, o se van.
La Minga VIVE, QUE VIVA LA MINGA! Por una Colombia de los pueblos sin dueños, todo el saber, todo el dolor, toda la experiencia, todas las palabras, todas las abuelas y los recuerdos. Vamos a vivir porque nos cansamos para siempre del dolor, de la muerte y de la codicia de quienes nos roban la paz.