Usted está aquí: miércoles 17 de diciembre de 2008 Cultura Cada palabra que escribimos nos compromete, sentencia Saramago

■ Caído el muro de Berlín, “yo soy lo que se podría llamar un comunista hormonal”

Cada palabra que escribimos nos compromete, sentencia Saramago

■ Que millones de personas pierdan sus empleos es un crimen de lesa humanidad

■ “Todos sabemos que El Quijote muere y aún así se lee el libro”; no importa conocer el final

Armando G. Tejeda (Corresponsal)

Ampliar la imagen José Saramago, premio Nobel de Literatura 1998 José Saramago, premio Nobel de Literatura 1998 Foto: Ap

Madrid, 16 de diciembre. El viaje del elefante, la más reciente novela del escritor portugués José Saramago, es “un milagro”. Su dedicatoria explica de alguna manera el porqué de esta afirmación: “A Pilar, que no dejó que yo muriera”. El premio Nobel portugués recuperó su habitual lozanía después de un largo periodo en el que estuvo al borde de la muerte y se sentó a escribir, de dos tajadas, una obra literaria en la que vuelve a transformar por completo el lenguaje y en la que se pregunta en voz alta “lo que pasa después de la muerte”.

El viaje del elefante (Alfaguara) recrea la historia del paquidermo Salomón y se sitúa en el siglo XVI, aunque “no es una novela histórica”, como explicó rotundo el propio autor, puesto que tiene “97 por ciento de ficción y el resto ocurrió realmente”. La novela parte de un hecho histórico: a mediados del siglo XVI el rey Juan III le regaló a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, un elefante asiático, que, junto con su cuidador y una amplia comitiva, tuvo que ir desde Lisboa hasta Viena. Cruzó los Alpes, venció las condiciones más adversas de uno de los inviernos más crudos y severos para llegar a su destino final: un palacio vienés.

Más allá de las peripecias y aventuras hilarantes del elefante Salomón y de la comitiva del monarca portugués, el quid de la historia es en realidad el final. El propio Nobel de Literatura 1998 explicó que no tiene ningún inconveniente en contar el final de su libro, puesto que lo importante es saber la historia y disfrutarla, leerla. “Todos sabemos que El Quijote muere al final del libro y aun así se lee.”

Y así, explicó: “Al elefante, después de muerto, le cortaron las piernas para hacer unos recipientes para poner paraguas y bastones. El elefante está muerto, pero ¿por qué esta humillación después de recorrer miles de kilómetros para llegar de Lisboa a Viena? Cruzó los Alpes, con un invierno horroroso, por el capricho de un rey. Pero eso me parece una metáfora de la vida humana; nosotros tampoco sabemos muy bien hacia dónde nos lleva la vida. Sin ese final de las patas cortadas yo no tendría nada que contar, salvo el viaje del elefante, pues el significado último es lo que pasa después de la muerte”.

El autor de Ensayo sobre la ceguera y Memorial del convento reconoció que mucha gente, alguna con acierto, ha identificado su nueva novela con un tipo de narrativa que hizo en sus orígenes de escritor, pero también apunta que cada libro se escribe en un momento determinado y que hubiera sido imposible haber escrito este libro hace 40 años, o La muerte de Ricardo Reis hoy en día.

Lo que sí es verdad es que Saramago se levantó de la cama de un pequeño hospital de las Islas Canarias, donde estuvo muy cerca de la muerte, para terminar de escribir esta historia. “Tengo 86 años y soy suficientemente lúcido como para entender que ya no voy a escribir muchos libros. Y si escribo algo ya es un milagro. Por eso este libro es en algún sentido un milagro, porque yo estaba mal. Después de un viaje a Buenos Aires me sentí como un muerto en vida, pero me salvaron la vida en un pequeño hospital los médicos y Pilar”, señaló el escritor.

Su mujer y traductora Pilar del Río fue quien le dio fuerza, quien le empujó para recuperarse de una neumonía aguda que le postró en la cama durante meses y le hizo perder 17 kilos a un cuerpo de por sí delgado y frágil. Pero ella siempre estuvo convencida de que saldría, por eso quizá ella misma recordó un pasaje de la novela, posiblemente el más enigmático, puesto que no tiene nexo con la trama y está protagonizado por un personaje “desconocido”. Nadie sabe el nombre de ese personaje, ni siquiera el propio Saramago, pero el “desconocido” se pierde en una zona de intensa neblina, con riscos alre- dedor y un ambiente de penumbra, donde prevalece la presencia acechante de la muerte. Al personaje lo salva el barrito de un elefante que de forma mágica le va indicando el camino de regreso a la vida, a la travesía.

“Saramago ha dicho que ha vivido en este último año un terremoto en su interior, que le ha hecho subvertir los estratos, las capas de las que estamos formados los seres humanos. Entonces han salido palabras, conocimientos y teorías que tenía acumuladas desde el principio de su formación y están en este libro. El problema es que había que ponerlo en el idioma castellano y era harto complicado para ser fiel a la armonía, a la música y al idioma, aunque se sabe siempre que ninguna traducción puede alcanzar ni rozar si quiera el texto original”, dijo sobre su aportación Pilar del Río.

Crisis, atentado contra la dignidad

Al reflexionar sobre los atentados contra la dignidad del elefante Salomón, condenado a convertirse en una pieza de palacio para guardar sombrillas, Saramago criticó con dureza lo que ocurre en el mundo, con los hallazgos de banqueros fraudulentos, con la fragilidad de los cimientos de un sistema económico y financiero basado en la especulación y la avaricia. “Se habla de los atentados contra la dignidad después de que está uno muerto, pero lo peor son los atentados contra la dignidad cuando uno está vivo. En mi opinión lo que ocurre es un crimen contra la humanidad, porque no matan a millones de personas o invaden sus países, pero de alguna manera se les ha cortado el cuello a millones de personas. Que se vayan millones de personas al paro (desempleo) y se les complique así la vida es un crimen contra la humanidad y debería ser llevado a juicio. Además de que los responsables son conocidos; por eso creo que esas personas deberían ser llevadas a la cárcel, y un tribunal debería condenarlos”.

Acto seguido el Nobel portugués abordó una cuestión que le inquieta desde que decidió plasmar en un papel sus fantasías e historias. “Yo creo que es importante preguntarse por qué escribe uno lo que escribe. ¿Por qué pensamos lo que pensamos?, ¿por qué? Cada palabra que escribimos nos compromete. En ese momento somos esa palabra y por tanto somos lo que esa palabra significa. Vale la pena hacerse esa pregunta, a pesar de tener la seguridad de que no encontraremos la respuesta. Tiene que existir una explicación. Por ejemplo, una vez me preguntaron cómo es que después de todo lo que ocurrió tras la caída del muro de Berlín y del bloque comunista, yo seguía siendo comunista. Y yo le contesté: yo soy lo que se podría llamar un comunista hormonal.”

 
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