■ La gran pista de hielo, lo más demandado
Miles disfrutan del Polo Norte en el Zócalo
Ampliar la imagen Pueden patinar mil 400 personas al mismo tiempo Foto: María Luisa Severiano
El clima del Polo Norte fue recreado por artífices del gobierno del Distrito Federal en la plancha del Zócalo capitalino, donde en plan familiar, de pareja o de amigos se goza el invierno, se vive la Navidad y se espera que las manecillas del reloj de Catedral marquen el final de 2008.
Por Madero, 5 de Mayo, Tacuba o Pino Suárez llegan los defeños para buscar que el día valga la pena, para que los hijos vean algo más que la televisión.
Al arribar, provistos de elotes, tortas o tacos y tamales, lo primero que ven es un panorama níveo, como de montañas cubiertas de nieve. Al cruzar la calle hacia la histórica plancha se produce un toque de magia.
Ya no es el asfalto, sino un mundo en el que la fantasía hace que los niños abran grandes los ojos, que algunos corran y choquen con los mayores y otros se desesperen, porque para todo lo que se ofrece allí hay que hacer largas colas.
En la pista de hielo más grande del mundo, donde hasta mil 400 personas pueden patinar simultáneamente; algunos hacen giros que dejan con el ojo cuadrado a más de uno.
Un efebo pantalón ceñido se luce ante su novia, pero otros caen; se levantan como si no pasara nada, pero la mayoría de los golpes son fuertes. Es la gloria de patinar sobre hielo durante media hora. La fila es desesperadamente larga, pero cientos avanzarán hasta que les llegue su turno.
El cascanueces, gratis
Era el 17 de diciembre, fecha de la última representación de El cascanueces en esa magna pista de hielo, con el arte de la Compañía Estatal de Ballet sobre Hielo de San Petersburgo y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM).
La función comenzaría a las siete de la noche, pero a las seis ya estaban casi llenas las gradas, mientras una larga serpiente de anhelantes tenía la esperanza de entrar. Cientos se rindieron y a sus niños los sentaron frente a alguna de las pantallas dispuestas para ver el ballet. Una falla: las pantallas fueron pequeñas, y el sonido, pésimo.
Bárbara Kaminska, violonchelista de la OFCM, expresó: “Esto está un poco mal organizado. La cosa es que los bailarines danzan de frente a las bardas y el público está a los lados. Al momento de los agradecimientos la orquesta quedó atrás.
“La distribución podría ser mejor y es una pena, porque hay gente parada desde las tres de la tarde. ¿Por qué no ponen una pantalla grande?”
Frente a Catedral hay un supuesto iglú y dentro de éste hay personajes navideños; en el techo de una cabaña destaca un gran gorro como el que usa el gordo Santa Claus y dentro de ella hay un venado.
En todo lo alto, compitiendo con el asta bandera, un pino se yergue a 50 metros de alto, portentoso, verde e iluminado, con 9 mil luces multicolores.
Frente a los portales, donde están las joyerías, se encuentra un espacio donde los niños hacen muñecos de nieve con nariz de zanahoria. Es como un taller. A un lado, en dos toboganes con nieve natural, se deslizan los papás o tíos con sus hijos o sobrinos. Para todo hay que hacer colas y colas, pero todo es gratis y vale la pena. Todo sea por los vástagos.
“¡Estrella o nariz luminosa a 10!”, ‘¡juguete de novedad a 25 varos!” (un helicóptero que aterriza casi siempre sobre la cabeza de un transeúnte).
Recorriendo la plancha, un grupo de ocho jóvenes alza carteles en los que se lee “Se regalan abrazos”. Enrique, uno de los abrazadores, expuso: “Estamos regalando abrazos en el Zócalo para que la gente se vaya feliz a su casa, con una sonrisa. Lo mejor es que pase feliz Navidad y un buen Año Nuevo.
“Somos de aquí, del DF, de Oceanía, para que esto sea como un rito a la paz. Toda la gente que pasa trae su cara larga; lo que queremos es que quiten eso. Sí, hay quienes nos dicen de cosas y nos ofenden. Los mismos que hacen sus shows aquí, al ver que tenemos mucha gente, nos quitan el lugar. No cobramos nada y esto es... ¡de corazón!”
Deambulando, Sammy Davis El Gabilondo Soler de los Pobres canta acompañado de su guitarra. “Me dedico a esto porque me di cuenta de que ya nadie les canta a los niños. Le canto a la gente adulta por el niño interior que tenemos todos. Todos tenemos uno.
“Ahorita lo combino con villancicos, por la temporada. Les canto casi todas las de Gabilondo en un popurrí, pero no me doy abasto. Hay quienes inclusive lloran, como cuando canto El ropero. Los niños voltean al oírme porque esta música es mágica. Es como un resorte. Yo soy de Xochimilco.”