TOROS

■ Julio García Mena convierte hacienda en ruinas en moderna productora de ganado de lidia

Suntuoso festival dio inicio a la ganadería de La Luz, con encaste español Parladé

■ Por su bravura, indultan un novillo de La Joya; todos los alternantes cortaron orejas

Leonardo Páez

Ante las crisis provocadas por un concepto equivocado de progreso, muchos se achican y unos pocos, con la doble capacidad de desafío y de ajustar criterios, se crecen al castigo, obligándose, por encima de vaivenes, a mantener la línea de trabajo con calidad que se trazaron.

A estos últimos pertenece el ingeniero Julio Enrique García Mena, ganadero de Vicencio, quien no contento con los reiterados triunfos obtenidos por este hierro y envenenado por una pasión taurina que rebasa los linderos de la lógica, como ocurre con toda actitud apasionada, decidió echarse a cuestas el increíble reto de fundar otra ganadería de bravo.

Así, García Mena, en el estilo magnánimo que lo caracteriza, llevó a cabo un festival taurino de lujo con motivo de la presentación de su nuevo hierro, La Luz, en la otrora ruinosa hacienda de Santiago Chapultepec, en el estado de Puebla, que empezó a ser remozada y adaptada para alojar a 60 vacas y dos sementales del encaste español Parladé-Domecq.

Allí congregó a centenares de invitados –buenos ganaderos, diestros en retiro, subalternos, pintores, músicos, la talentosa bailaora Bárbara Bretón, cronistas, familias aficionadas a la fiesta y no pocos pegostes– para ofrecer un auténtico cartel de lujo con los matadores Raúl Ponce de León, su conocedor en Vicencio, Rafael Ortega, El Zapata, Jerónimo, José Rubén Arroyo –sin un ojo pero con dos corazones– y los novilleros Rogelio Sánchez, que el próximo 25 toma la alternativa en Apizaco, y Antonio Vázquez El Chinte, cuya gran intuición impresionó a todos. Enfrentaron un encierro de La Joya, serio, con bravura y nobleza, salvo dos.

La torería que gozó y transmitió Raúl Ponce de León apenas se puede describir. A los 60 años, este artista emociona como cuando tenía 20, pero con una carga de vida vivida que ha añejado y refinado su rica expresión. Tras el despliegue de sentimiento de Ponce el bueno, al que en su rotundo trasteo incluso estorbó la cadenciosa música de la banda, Raúl citó en la difícil suerte de recibir, dejando media estocada en buen sitio y llevándose la primera oreja de la tarde. ¡Ah, qué aroma de torero!

Rafael Ortega estuvo en lo que es: maestro consumado de los tres tercios, sobrado de recursos ante uno que acabó soseando pero al que hizo lucir. Con el sitio que se carga, dejó una entera en lo alto y recibió dos orejas.

Uriel Moreno El Zapata, que no cree en nadie, realizó otra completísima y sentida faena con capote, banderillas y muleta para luego citar en los medios muy de largo, embarcando de aquí hasta allá por ambos lados a un toro de excepcional bravura, recorrido y calidad que a la postre fue indultado. Sacó a compartir la fuerte ovación a los ganaderos González Dorantes y García Mena.

Jerónimo pechó con uno de los deslucidos, pero en el ínter vertió la barroca musicalidad de su toreo en verónicas, chicuelinas, remates y adornos. A José Rubén Arroyo le tocó un toro fuerte y geniudo. Tras dos varas quitó por navarras, consiguió tandas de derechazos dramáticos y se atracó de toro en la estocada.

Rogelio Sánchez prodiga afición y ganas de ser. A su sentido del temple añade variedad, entrega y sentido del espectáculo. Además, sabe vender cuanto hace. Y Antonio Vázquez El Chinte, espigado y espabilado novillero tlaxcalteca, entonó un himno a la afición y a la raza torera de México ante otro gran burel que a punto estuvo de ser indultado. Muchos éxitos, ganadero García Mena, que eso es hacer fiesta con grandeza y nacionalismo bien entendido.