El efecto mariposa
En los anaqueles de novedades discográficas esplende una maravilla: el nuevo disco de John Zorn (Queens, Nueva York, 1953) bajo el título Filmworks XXI, eslabonado en la serie de música para películas que abren de manera siempre sorprendente para todos la gama inagotable de sus capacidades musicales.
El viejo recinto de San Ildefonso todavía vibra por los efectos poderosos del concierto que cimbró hace cinco años y medio el maestro Zorn en un recinto insuficiente (los chavos, impacientes, incluso rompieron un pequeño vitral, detalle arquitectónico de tan bello recinto, impedidos de portazo).
Aquel recital formó parte de la cara del poliedro Zorn más conocida: sus insólitas capacidades creativas en el saxofón, el trinito tolueno de sus descargas adrenalínicas y la nitroglicerina de sus propuestas arrebatadas y salvajes.
El equilibrio lo halla siempre Zorn en la música que hace para cine. El volumen 21 de su auto-antología revive las partituras que hizo para Belle de Nature, de la cineasta especializada en el arte del erotismo, Maria Beatty (quien por su buen gusto debería llamarse María Biuty, jeje) y The New Rijksmuseum, documental del holandés Oeke Hoogendijk que registra la renovación reciente de ese museo que alberga prodigios del siglo XVII, elemento a partir del cual John Zorn teje un discurso preñado de dialéctica, buen gusto, refinamiento y la más sensual inteligencia.
Para que viajen juntos por los sentidos del espectador las obras de Vermeer y Rembrandt, el zorro Zorn teje un collar de abalorios alrededor de un par de arpas, una de las cuales toca él mismo y la otra, asombraos, el mismísimo Uri Cane, a quien conocimos en México cuando vino a la Sala Nezahualcóyotl para la fiesta de cumpleaños de Volfi Mozart.
Luego de volar juntas las neuronas con los óleos y las cuerdas de las arpas, Uri vuelve al piano y es el único momento, las síncopas, en que el escucha puede identificar algo familiar en los estilos reconocibles, porque el resto es creación pura y espontánea. Es de tal calibre la finura de esta música que por instantes pareciera que el ángel belga Wim Mertens les prestó sus alas para volar.
Junto a este tesoro esplenden otros, éstos bajo el sello infalible ECM, tres letras que son un emblema de calidad musical. Empaquetados en forma de sobrecitos hipermanuales y cómodos, refulgen remasterizaciones de grabaciones realizadas hace unos 20 años pero cuya vigencia cobra vida día con día.
Es toda una serie de grabaciones que iremos desgranando en el Disquero y por mientras empezamos por el más exquisito de todos ellos: Duas Vozes, con dos maestros geniales: el gigante Egberto Gismonti y el ciclópeo Juvenal de Holanda Vasconcelos, mejor conocido como Naná Vasconcelos.
La primera frase de este disco es una broma de ballena, risas de ballenas los siguientes compases hasta que los cetáceos toman forma de guitarra y berimbao, que son los instrumentos que tienen en sus brazos Gismonti y Vasconcelos y no soltarán en todo el disco mientras añadan percusiones fantásticas, ritmos hipersexualizados y voces de sirenas.
¡Cuánta belleza!