Camino hay
No resulta útil para el debate y las decisiones que el Estado tendrá que tomar pronto, insistir en la bondad de la ruta adoptada hace casi 25 años. Tampoco nos sirve reiterar que no contamos con alternativas, salvo que por ello se entienda un plan integral y un futuro perfecto, sin incertidumbre ni fallas. De eso no hay en la tienda global, nunca ha habido, y si algo enseña el desplome de la apuesta histórica del comunismo soviético es precisamente eso: el futuro no existe, se hace o “recupera” en el camino, y toca a la política y al ingenio y astucia de los dirigentes encontrar las maneras no de no fallar sino, como dijera Becket, de hacerlo cada vez mejor.
No es la falta de alternativas la que debe acongojarnos, sino la enorme falla que aqueja a la geología política nacional, que se expresa en un Estado sobrecogido, convencido a la vez de que no tiene opciones y de que el camino elegido no sólo es el bueno sino el único. Con un Estado así, abrumado por la duda y la certeza, resulta imposible empezar a recorrer el sendero incierto a que obliga la crisis actual, no se diga la búsqueda de opciones para un desarrollo que antes de la crisis había mostrado su falta de versatilidad y de capacidades para innovar y auspiciar la creatividad económica y social.
Es en este cruce de caminos que habrá de resolverse no sólo la salida del atolladero, sino nuestra capacidad nacional de superar encrucijadas históricas, como la que se teje con los días al calor de los inclementes impactos de la tormenta global.
La primera condición que hay que cumplir para abandonar este páramo de indecisiones es reconocer la realidad tal y como nos la ofrece el presente. Admitir que encaramos la adversidad a partir de una debilidad flagrante de las instituciones encargadas de la conducción económica y de una fragilidad abrumadora en materia de dirección política: en la toma de decisiones y en la mediación y encauzamiento del conflicto político y social, tarea fundamental de la política en tiempos de huracán, como son los de hoy y serán los del mañana previsible.
Los datos y sus tendencias son inequívocos: las familias sufrirán la pérdida de empleos y su abierto estancamiento; las empresas verán disminuir ventas y ganancias y el crédito no acudirá en su auxilio; el gobierno federal asistirá al derrumbe de los precios petroleros, a la reducción del de por sí exiguo impuesto sobre la renta y al declive del IVA. Y la nación en su conjunto verá obstruida su principal válvula de escape con el cierre de las fronteras y el desempleo estadunidense, y el mundo de la informalidad se aproximará a sus límites apocalípticos: todos en la compra y la venta sin posibilidad cierta de recuperación de algún excedente. Instituciones, política, sociedad, se dan cita en una esquina funesta donde sólo puede brillar el oro criminal.
Romper lo que amenaza convertirse en un equilibrio destructivo es la tarea de la política y, en especial y con urgencia, de la política económica. El laberinto empezó por la finanza infame, pero ahora se bifurca en lo productivo y lo social, cuyas señas de identidad vuelven a ser las clásicas: empleo, salarios, ganancias, acumulación, crecimiento. Una cadena sublimada por la desregulación y el carnaval financiero, que ahora busca su restablecimiento en la mente y el corazón de un capitalismo perplejo ante el abuso y la tragedia que, sin embargo, busca a brazo partido el hilo de una Ariadna que, por lo pronto, disfruta de una victoria agridulce sobre la arrogancia neoliberal que llegó a creerse aquello del fin de la historia.
Sí hay camino si asumimos que hay que echar a andar ya, como requisito para atisbar el trazo que sigue. Hay que habilitar técnicamente al Congreso para cogobernar la economía sin incurrir en los dislates de distribución prebendaria del presupuesto a que lo llevaron Fox y las triquiñuelas de su vicepresidente económico. Hay que obligar al Ejecutivo a que acuda a la asesoría profesional de expertos independientes y avalados por el Legislativo, para por lo menos distender las camisas de fuerza a que lo han sometido Hacienda y sus extrañas coaliciones, que por lo visto no representan a nadie, o a muy pocos; hay que reformar la ley del Banco de México y ponerlo a pensar y actuar por el crecimiento y no sólo contra la inflación; hay que rescatar lo que queda de la banca de desarrollo y ponerla al servicio de la promoción productiva y del empleo.
Imaginar así lo inmediato nos puede permitir configurar una alternativa al pantano en que hemos estado, antes de y ahora en la crisis. Para decirlo en breve: “la situación exige un plan de emergencia para la protección del empleo y de la planta productiva. Este plan deberá ser nacional, contar con la aprobación de los poderes de la Unión, de los gobiernos estatales y municipales, de todas las fuerzas políticas, de las representaciones de empresarios y de obreros, así como de la sociedad civil”. (El Segundo Consenso de Huatusco. La política económica de México en tiempos de crisis. Reflexiones del Grupo Huatusco. México DF: 8/12/08)
Senda hay… lo que debe hacerse es arriesgarse a caminarla… y sufrirla.