■ Desmiente la versión de la emperatriz como heroína romántica
Objeta Mamá Carlota el actual revisionismo histórico de derecha
■ Por cuestionar mitos se difunden falsedades, dice el autor Adolfo Arrioja
El nombre de Carlota es muy conocido, no así su vida: niña mimada educada para gobernar, mujer de gran belleza, preparada; esposa de Maximiliano de Habsburgo, aristócrata ambiciosa y acostumbrada a hacer su voluntad, quien concibió un hijo fuera de matrimonio y pasó sus últimos 60 años en las penumbras de la locura, encerrada en una fortaleza medieval.
Historia fascinante, que desmiente la leyenda que la presenta como heroína, profundamente enamorada y que enloqueció cuando su imperio se desplomó y Maximiliano fue fusilado.
Esta mujer de carne y hueso es la que revela Adolfo Arrioja Vizcaíno en la novela histórica Mamá Carlota: el fin de la fugaz emperatriz de México, de reciente publicación en Editorial Planeta.
Durante mucho tiempo –observa el autor en entrevista– “tuvimos una historia oficial que se dividía en buenos y malos; recientemente se está dando un revisionismo de la historia de México con marcados tintes derechistas, el cual, con el pretexto de cuestionar los mitos y dogmas de dicha historia oficial, difunde versiones que responden a posiciones ideológicas que también falsean la historia y caen en otro maniqueísmo, pero de sentido contrario: ahora resulta que Maximiliano, Carlota y Miramón son héroes nacionales a los que hay que elogiar”.
Cazador de mariposas
En ese sentido, pone en entredicho las versiones recientes que describen a Maximiliano como liberal y humanista: “No encuentro nada para sostener eso que ha sacado ese revisionismo histórico de derecha. Lo que se advierte en los testimonios de la gente que convivió con él es que era un personaje de gran frivolidad, que pasaba horas y horas cazando mariposas, que mandó traer de Europa una cantidad impresionante de artículos de ornato, vajillas, todo lo que se pueda uno imaginar”.
Además “era un gobernante particularmente inepto, falto de carácter”.
La lectura de Mamá Carlota deja una sensación de pena por la frustrada emperatriz; Arrioja Vizcaíno admite que durante la investigación para la novela y en el proceso de escritura amó, odió y terminó amando de nuevo a Carlota: “Es difícil no sentir amor por una mujer tan bella; era bellísima, carismática, preparada, culta”. También “da un poco de tristeza que una mujer así no haya podido ser feliz, que la vida no haya sido justa con una mujer con tantas dotes”.
María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina, hija de Leopoldo, príncipe de Sajonia-Coburgo-Gotha y rey de Bélgica, y de Luisa María de Orleáns, hija del rey Luis Felipe de Francia, tuvo desde pequeña una educación muy torcida, basada en la idea de que “había sido elegida por Dios para gobernar pueblos, para ser emperatriz, reina”.
Sobre la faceta política de Carlota, Arrioja demuestra que su viaje a Europa para tratar de impedir que Francia retirara el apoyo militar y económico al imperio de Maximiliano, y de que el Vaticano también lo apoyara, implicó serios riesgos para México.
Su principal carta de negociación consistía en tres propuestas de tratados, dos para Napoleón III y una para el papa Pío IX.
A Napoleón III le ofreció hacer del estado de Sonora un protectorado francés por 15 años, así como la cesión a perpetuidad de los derechos de tránsito sobre el istmo de Tehuantepec, con la posibilidad de construir ahí un canal y un ferrocarril de doble vía. Se creía entonces que la riqueza de Sonora en oro, plata y piedras preciosas era superior a la de California.
En cuanto a Pío IX, le ofreció la revocación de las Leyes de Reforma y la restitución al clero de “los famosos bienes de manos muertas que habían sido nacionalizados por el presidente Benito Juárez”.
Actualmente los revisionistas de derecha –comenta Arrioja– acusan a Juárez de traidor por la firma del Tratado McLane-Ocampo con el gobierno de Estados Unidos, ratificado por Juárez en 1859 y posteriormente rechazado por el Senado estadunidense.
Es un tratado “muy difícil de defender”, pero son peores las propuestas de Carlota a Napoleón III y al Vaticano, “manifestaciones de entreguismo sin paralelo, totalmente documentadas”.
La recreación de los encuentros de Carlota con Napoleón III y Pío IX es rica en detalles y de plausible verosimilitud. Ambos fueron momentos culminantes en el proceso de deterioro mental de la malograda emperatriz.
Cuando se hizo evidente que su perturbación mental se agravaba, fue mandado traer de Viena el doctor Riedel, quien no tiene la fama de Freud, pero fue uno de los precursores de la escuela de siquiatría de Viena, director en su tiempo del manicomio de esa ciudad.
De hecho –dice Arrioja Vizcaíno– la escuela siquiátrica de Viena surge para enfrentar lo que se ha dado en llamar “la maldición de los Habsburgo”, según la cual quienes no mueren de manera trágica nacen locos. Resultó normal que atendiera a Carlota.
Su diagnóstico fue sicosis maniaco-depresiva, caracterizada por frecuentes ataques de paranoia y esquizofrenia en las que se alteran euforia y melancolía.
La propensión a la locura, según el diagnóstico, fue agudizada al ver que con el derrumbe del imperio en México se destruía “todo lo que había sido su razón de ser”.