Usted está aquí: lunes 29 de diciembre de 2008 Política Lumbre en aparejos

Gustavo Esteva
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Lumbre en aparejos

Es tanto lo duro como lo tupido. La gente ya no ve para dónde hacerse. Entrampada en lo que resulta ya una lucha por la supervivencia, no logra ver el peor aspecto de este año catastrófico: la profundización del ejercicio autoritario. En verdad, la lumbre llega ya a los aparejos.

El hambre acosa a millones de familias. La pérdida del empleo destruye hogares. La creciente corrupción, la impunidad sin límites y el desgobierno se han vuelto rasgos centrales del paisaje social y político. Y todo esto opera como caldo de cultivo del desborde autoritario, aquí y en todas partes.

En nombre de la seguridad, supuestamente para proteger a los ciudadanos, se libran hoy guerras que son a la vez innecesarias e interminables. Definen un estado de ánimo, una mentalidad. La supuesta amenaza –Bin Laden o el narco– sirve a la vez como escudo político y como justificación. Orwell anticipó este tipo de guerra en 1984. Le parecía que, según las normas de las guerras anteriores, era una impostura, carente de realidad pero no de significado. “Contribuye a preservar la atmósfera mental especial que una sociedad jerárquica necesita.”

Cuando Felipe Calderón denuncia que los gobiernos anteriores administraban el narco, no parece darse cuenta de la inversión a su cargo: ahora el narco administra el gobierno, dicta su agenda, establece sus prioridades, define el carácter de la gestión actual. No se trata de mera torpeza, de la reconocida incompetencia política de Calderón. Se trata de una estrategia que busca no sólo dar legitimidad al ejercicio autoritario, sino que la gente, amedrentada, lo exija. Con la abierta complicidad de los medios, se intenta crear la atmósfera mental especial que se necesita para afianzar el dominio jerárquico.

Recibe aún el nombre de democracia, en las sociedades contemporáneas, lo que en el mejor de los casos es una oligarquía benevolente: un gobierno de elites autoelegidas, en que una minoría del pueblo “decide” bajo coacción qué partido estará a cargo del gobierno, y una minoría exigua elabora y promulga las leyes y toma todas las decisiones importantes.

Se sigue llamando disputa democrática a la lucha intestina y el comercio de candidaturas en el PRD. Quienes administran ahora esa franquicia electoral sostienen que siguen fieles a la marca: dicen que se ocupan de la revolución democrática.

Se llama democracia parlamentaria a la transa mafiosa que en el Congreso practican continuamente el PRI y el PAN, para impedir la transición política y restablecer la tradición levantadedos.

Ejercicios electorales profundamente viciados, que hacen ilusorio el sufragio, son aún considerados como la base de toda democracia.

Frente a esta corrupción del lenguaje y de la vida política, se yergue con creciente vigor el impulso que no reivindica la democracia para rendirse a una ilusión formal, sino para fortalecer y profundizar los espacios en que la gente aún puede ejercer su propio poder. La democracia no puede estar sino adonde la gente está.

Para quienes plantean este ejercicio, democracia es asunto de sentido común: que la gente común gobierne su propia vida. No aluden a un conjunto de instituciones, sino a un proyecto histórico. No se refieren a una forma específica de gobierno, sino a los asuntos de gobierno, a la cosa misma, al poder del pueblo.

Para distinguir esta noción de la versión dominante ha sido necesario ponerle apellido: se le está llamando democracia radical. Como dice Douglas Lummis, uno de sus más destacados exponentes, “desde el punto de vista de la democracia radical, la justificación de cualquier otro tipo de régimen es como la ilusión de la nueva ropa del emperador. Aun la gente que haya perdido su memoria política… puede todavía hacer el descubrimiento de que la verdadera fuente de poder está en ellos mismos. Democracia es la radical, la raíz cuadrada de todo poder, el número original del que se han multiplicado todos los regímenes, el término raíz del que se ha ramificado todo el vocabulario político… Es el fundamento de todo discurso político… Concibe a la gente reunida en el espacio público, sin tener sobre sí el gran Leviatán paternal o la gran sociedad maternal; sólo el cielo abierto –la gente que hace de nuevo suyo el poder del Leviatán, libre para hablar, para escoger, para actuar”.

Es esa libertad la que estos días se ejerce abiertamente en el Festival Mundial de la Digna Rabia, convocado por el EZLN, que empezó el 26 de diciembre en la ciudad de México y concluirá en enero en la Chiapas zapatista. Porque de eso se trata hoy: de ejercer a plenitud la libertad y de resistir con dignidad el autoritarismo rampante, cuando aún estamos a tiempo de crear una alternativa.

 
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