TOROS
■ El arte del rejoneo, en Mérida, Carrillo Puerto y Motul
Yucatán aguarda impaciente las corridas de Año Nuevo
Escribo estas líneas desde el puerto de Progreso, ante las aguas del Golfo, mirando la bruma que oculta las siluetas de las Antillas, pensando en los barcos que durante siglos vinieron desde los muelles de La Habana hacia acá. Antes de los aviones, por aquí llegaban de Europa los toreros de España, que después de cruzar el Atlántico descansaban en Cuba, paraban aquí y seguían a Mérida, antes de subir al altiplano.
Algo muy profundo habrán dejado a su paso porque ahora, en vísperas de las fiestas de Año Nuevo, las antiguas tradiciones dieciochescas de la península ibérica palpitan en los muros, descascarados y viejos, de la península yucateca: las fiestas del primero de enero se anuncian por doquier.
El próximo jueves, en punto de las tres de la tarde, comenzarán las corridas en Mérida, Carrillo Puerto y Motul. Y todas serán de caballitos, porque el arte del rejoneo está en auge aquí. Cinco días después comenzará la tradicional fiesta de Reyes en la plaza desmontable de Tizimín, cuyos habitantes la conservan, dividida en pedacitos, hace más de siglo y medio, para volver a usarla en estas fechas, y después volverla a guardar.
Desde el punto de vista de la estadística, el estado de Yucatán es el más aficionado a los toros: en las ciudades y pueblos de estas planicies verdes, cubiertas de henequén y bañadas por ríos subterráneos que se manifiestan como espejos helados y transparentes, anualmente se organizan más corridas que en ninguna otra región de México. Tal vez, para bajar esa fiebre, los cosos locales tendrían que ser concesionados a los empresarios del embudo de Mixcoac.