■ Desde el Estado se promueve el desdén, dice anarcopunk en el festival de la Digna Rabia
Migrantes: el gobierno mexicano tolera desprecio y rapacidad de patrones en EU
¿Qué es el desprecio? Lo describen los braceros que participaron en el Festival Mundial de la Digna Rabia en un pronunciamiento que leyó Florentino Vázquez: “En años de nuestra juventud fuimos al norte. Sufrimos discriminación, soportando análisis médicos humillantes. Nos desnudaron, nos rociaron insecticida. Nos empinaron y con una linterna nos revisaron el culo. Nos picaron los testículos para ver si estábamos herniados. Nos trataron como animales, no como cristianos”.
Medio siglo después continúa el desprecio, pero ahora en el país. El gobierno federal les regatea el pago de ahorros que, estima el académico de la Universidad Nacional Autónoma de México Luis Lozano en el último día de trabajos, asciende –con intereses– a 5 billones de pesos. “Casi todos tienen ahora entre 90 y 100 años, y el gobierno espera que mueran para que todo quede en el olvido y se consume así el despojo”, señala.
El desprecio, describió un joven anarcopunk, lo dicta el Estado, pero se aplica en la familia, la escuela, los medios. También en las campañas que generan opinión sobre qué ropa usar, “y donde los buenos son los bien vestidos que van a la iglesia a confesarse, aunque sean delincuentes de cuello blanco”.
Ayer, en el último día de actividades en el Lienzo Charro de Iztapalapa, pues los trabajos se trasladarán a Chiapas del 2 al 5 de enero, la mesa giró sobre el tema Las cuatro ruedas del capitalismo: el desprecio.
Empezó el Colectivo Anarko Punk La Kurva con un comunicado que envió al festival, en el cual resaltó: “El Estado organiza el desprecio a través de medios sutiles o violentos”.
En el primer caso, indica, se aplica en escuelas, iglesias y medios de comunicación “que funcionan bien”. En caso contrario se ejercen métodos violentos y el “Estado se sirve de la policía y el Ejército para espantar, matar o madrear. El gobierno nos desprecia porque no somos económicamente rentables. Nosotros les pintamos güevos y nos mandan a los policías”.
Asimismo, el Congreso Nacional Indígena también mandó su postura al festival, en la cual plantea que el capitalismo responde con la agudización de las agresiones a las comunidades cuando éstas se deciden a defender los recursos naturales que aún quedan y están bajo protección de su cultura, pueblos, naciones y tribus. “El poderoso no nos acepta en su mundo. Nos desprecia, persigue y mata. Para ellos sólo se puede convivir con nosotros si somos sus cómplices”, señalaron.
“Nos gritaban ¡mother fucker!”
Florentino Vázquez Herrerías, de Tlaxcala, en nombre de los migrantes, contó algunas historias de desprecio de que fueron víctimas en Estados Unidos: “Si no pasabas el examen (médico) te regresaban. Querían gente vigorosa, activa, acostumbrada a las friegas. Muy productiva para que les rindiéramos altas ganancias. Querían nuestra juventud y se la dejamos. A cambio recibimos desprecio, explotación y robo”.
Una vez contratados, dijo, “nos trasladaban en tráileres, de pie y amontonados, como ganado”. “Sólo faltó que bramáramos”, dijo otro migrante de Zacatecas. “Viajes largos, de muchos kilómetros, de muchas horas. Llegábamos casi muertos a los lugares de trabajo.”
Recordó que en el convenio binacional México-Estados Unidos del 4 de agosto de 1942, ambos gobiernos se comprometieron a garantizar a los trabajadores mexicanos mismos derechos y condiciones laborales y salariales que los de los jornaleros de ese país, así como a brindar buen hospedaje, alimentación y a no discriminar.
“Todo eso fue una falsedad e ignorado en los hechos por los patrones yanquis, con la actitud cómplice de su gobierno, lo cual se explica: se trataba de los suyos. Pero también de nuestro gobierno, que no hizo nada por defendernos. Nos abandonó y dejó a merced de la voracidad de los rancheros que nos esclavizaron. Y permitieron que nos humillaran y despreciaran, guardando silencio nuestro embajador y cónsules, lo que habla de su compromiso e incondicionalidad con el imperialismo, no con nosotros”, narró.
Con todo, los más malos eran los capataces de origen mexicano. Ante los asistentes al festival, detalló: “en la cosecha de betabel, lechugas y otros productos, o en la pizca del algodón, caminábamos agachados. Nos exigían caminar más rápido. Tantito nos enderezábamos, nos la mentaban en inglés. Nos gritaban ‘¡mother fucker!’ A los que se quedaban atrás les daban patadas en las nalgas. Era como si se hubieran puesto de acuerdo todos los patrones gringos sobre la manera de explotarnos y maltratarnos. Nos arreaban como animales para que rindiéramos más, para dominarnos”.
Francisco Vázquez, de 78 años, anduvo en la pizca de naranja en Florida, donde se fracturó una pierna al caer de una escalera mal colocada sobre una rama. Hoy todavía cojea. “No se hace uno rico en el norte. Y en México somos pobres siendo un país con tanta riqueza. No, no me casé. Cuando regresé a Nayarit, a mi novia ya se la había robado otro.”