■ El flautista acudió como parte de las actividades de la Jornada Cultural de la Diversidad
Internos del Reclusorio Oriente ovacionan a Horacio Franco
■ Un centenar de reclusos disfrutó los 12 temas que interpretó el músico
■ Antes, ofreció una plática sobre derechos humanos, sexualidad y salud a toda la comunidad del penal
Ampliar la imagen Foto: Francisco Olvera
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Ampliar la imagen A su llegada, el flautista generó curiosidad entre los internos del Reclusorio Oriente; luego, al reconocerlo, uno le pidió un autógrafo; ya en el auditorio, Franco deleitó a los asistentes Foto: Francisco Olvera
Para nada este viernes fue un día común en el Reclusorio Oriente de la ciudad de México. Incluso aquellos internos que tratan de ignorar el alboroto terminan por preguntar: “¿quién es ese güey bien mamado y de pelos parados?”, que recorre los pasillos acompañado por un fotógrafo y tres custodios.
La apariencia de Horacio Franco no pasa desapercibida para nadie. “Parece artista de la tele”, comenta un recluso, ante los ajustados pantalones color vino que viste el músico, y el chaleco negro con incrustraciones brillantes en borbón, que deja al descubierto sus musculosos brazos, así como el aretito que pende de su oreja izquierda.
Algunos, sin embargo, sí lo reconocen y lo saludan; entre ellos un reo que deja de lustrar los zapatos de otro para espetarle: “¡Ése mi flautista, qué onda, brody!”, con una amplia sonrisa carente de dientes, y que retoma el cepillo para seguir dando bola en cuanto recibe respuesta a su saludo.
Lo reconocen porque ésta es la segunda ocasión que el virtuoso intérprete acude a este centro penitenciario, en menos de seis meses, para ofrecer una plática y un concierto, ahora como parte de la segunda Jornada Cultural de la Diversidad.
Este acto es organizado por las autoridades del lugar y en particular por el centro escolar Francisco I. Madero –cuya sede está dentro del penal–, con el objetivo de informar y concientizar a la población, en especial a la homosexual, sobre temas como derechos humanos, igualdad y salud.
Si bien la plática que ofreció el flautista logró convocar a casi un centenar de reclusos, el momento impactante de la visita ocurrió con la actuación que dio después en el auditorio.
Larga espera por voluntad
Sin importar el aire gélido del mediodía ni los filosos rayos del sol invernal, una marabunta de internos hacía largas filas afuera del recinto desde mucho antes de la hora del concierto.
Mitigaban el tiempo con bromas pesadas, uno que otro sape y risotadas, pero en cuanto notaron que el artista estaba por entrar al recinto adoptaron una actitud casi ceremonial y comenzaron a llamar su atención con saludos, con la mano en alto y haciendo la V de la victoria, amén de que uno se acercó para pedirle un autógrafo, a lo que el músico accedió gustoso.
El auditorio es frío y feo. Todo tiene la tristeza inherente al concreto. Además, huele entre a humedad y caca de pollo. Las butacas evidencian cierto descuido y algunas están un tanto vencidas, si no es que desvencijadas. Pero, ¿qué otra cosa se podría esperar del auditorio de una cárcel?
Tales condiciones quedan como anécdota, se toleran e inclusive se olvidan, cuando Horacio se planta en el escenario y sorprende con el prodigio de su quehacer: música casi celestial que se desprende de diferentes tipos de flautas de pico, que a varios presos les hace recordar las que usaban en la secu, pero que nunca lograron hacer sonar como lo hace ese intérprete que tienen enfrente.
Ensordecedora ovación
El silencio en la sala es sepulcral, sólo se resquebraja de vez en vez por la voz electrónica que sale de los guoquitoquis de los custodios, el murmullo de cierto sector del público y las ovaciones ensordecedoras que se prodigan al flautista cada vez que termina una de las piezas, 12 en total.
Telemann, Bach, música folclórica japonesa e indígena mexicana integran el programa, que mantiene embelesada a la mayoría, aunque algunos se relajan de más y se echan un coyotito; pero hay quienes se encuentran efusivos, electrizados y gustosos, como un reo de voz ronca que todo el concierto gritó entusiasmado al flautista: “¡otra rola pa’ la banda!”
La plática que ofreció Horacio Franco fue directa, valiente. Habló de su vida personal y profesional, de lo que implica ser gay y “salir del clóset” en la sociedad mexicana, de cuán necesaria es la educación y la información para construir una sociedad respetuosa.
Sin tapujos, indicó que la comunidad gay en México es fiel reflejo de lo que acontece en el resto del país, por la discriminación, el clasismo, la intolerancia y los prejuicios que existen en ella.
Asimismo, habló de la doble moral de nuestra sociedad, en la que si bien la homosexualidad ya no es del todo satanizada, aún es vista con recelo y desdén, no obstante que instituciones como el clero y el Ejército están llenas de personas con preferencias sexuales diferentes.
Se refirió a la importancia de que cada persona conozca y asuma lo que es para lograr una vida armoniosa, tranquila y feliz.