■ La autora Valérie Zenatti colabora en la filmación de una película basada en su novela
Una botella al mar de Gaza se acerca a la vida cotidiana de Palestina e Israel
■ Si bien en el libro hay mucha tragedia, también hay personas que simplemente quieren vivir, señaló la escritora francesa en entrevista
■ Edita el volumen el Fondo de Cultura Económica
Ampliar la imagen Foto: Maritza López
Ampliar la imagen Si dependiera de Zenatti, un buen comienzo para conseguir la paz sería juntar a las personas de ambos bandos y decirles: éste es tu vecino, tiene una historia, debe tener un país y tienes que aprender a vivir con él. En las gráficas se observa una vitrina de un negocio fotográfico y a niños palestinos en el barrio de El-Wazamia Foto: Maritza López
Todos lo hemos visto en la televisión cientos de veces. Los israelíes destruyen las casas de los palestinos por los ataques suicidas. Los palestinos se convierten en bombas que estallan para expulsar a los otros de sus tierras. Pero tal vez no hay un solo tipo de “israelíes” y “palestinos”, sino muchos, y entre todos hay una multitud con deseos de acabar con esta guerra de una vez por todas.
Para despejar la incógnita, la joven israelí Tal Levine decide hacer una carta dirigida a cualquier persona que quiera leerla y pide a su hermano que la lance al mar de la Franja de Gaza. Es ahí donde la encuentra el adolescente palestino Naïm, quien al principio responde con ironía y burlas, pero termina por descubrir que del otro lado del muro también parece haber algo de humanidad.
Ese es el punto central de la novela Una botella al mar de Gaza (Fondo de Cultura Económica), de la escritora francesa Valérie Zenatti, quien a través de la historia de dos muchachos y la amistad que va surgiendo entre ellos, hace un retrato de uno de los conflictos actuales más complejos y violentos.
La autora (Niza, 1970) sabe bien de lo que habla. Vivió ocho años en Israel, donde pasó parte de su juventud, pero también conoce y ama al pueblo palestino. Y cree en algo que para muchos suena imposible: se puede estar de los dos lados.
El primer acercamiento de Zenatti con la realidad palestina ocurrió durante su servicio militar, a los 18 años, justo después del inicio de la primera Intifada, experiencia que plasmó en el libro Cuando era soldado.
Fue ahí donde conoció los sufrimientos y razones de ambos pueblos, que la hicieron comprenderlos y amarlos. “En mi libro, que para mí es un espacio de libertad, planteo que deben ir hacia el diálogo y la aceptación. Lo hice para hablar de lo que pasa de un lado y del otro, y llevar al lector conmigo en esa identificación”, comentó Zenatti en entrevista telefónica con La Jornada.
La intención de la escritora no fue hacer un texto para “explicar” el conflicto de Medio Oriente, porque para ello hace falta un conocimiento muy preciso de muchos sucesos, sino brindar un acercamiento al problema desde la vida cotidiana de la gente.
“A veces se tiene la sensación de que es el mismo suceso repetido todo el tiempo, pero olvidamos que la tragedia y los muertos no siempre son los mismos. Quiero darle la palabra a esa gente que vive ahí, por eso hice un libro para jóvenes, con protagonistas jóvenes, en donde, si bien hay mucha tragedia, también hay personas que quieren simplemente vivir”, explica Zenatti.
En un entorno tan difícil, hechos sencillos, como la amistad entre dos personas, pueden ser vistos como una forma ingenua o insuficiente para resolver el problema, pero son justamente las pequeñas acciones las que pueden hacer más fácil el camino a la paz.
“Si consideramos que la ingenuidad es creer que una solución es posible, entonces soy ingenua, y está bien serlo. No pienso que todo el mundo se vaya a querer, pero sí que la paz es posible y que hay que darle tiempo a que se realice, porque la historia se lleva tiempo”, señala.
En los meses recientes, Valérie Zenatti ha estado involucrada en el proceso de filmación de una película basada en su libro, y al estar en tránsito constante entre Israel y los territorios palestinos ocupados, le conmovió que en ambos lugares le pidieran lo mismo: “dile a tus amigos del otro lado que esperamos que estén bien y que lamentamos que pase todo esto.”
Sería crucial, dice, empezar a mostrarle a los israelíes que el palestino no es un “pueblo terrorista”, como se suele creer de forma simplista y equivocada. Habría que mostrarles no sólo las manifestaciones furibundas de Hamas, sino también cómo vive la gente, hablar de sus escuelas, sus hospitales, sus tierras, sus familias. Ésa es una de las intenciones de la película.
Para detener la espiral de bombardeos, ataques suicidas, destrucción y rencor hacen falta muchas cosas. Pero si estuviera en manos de la autora, un buen comienzo sería juntar a las personas de ambos bandos, mostrarles su rostro y decirles: este es tu vecino, tiene una historia, debe tener un país y tienes que aprender a vivir con él.