La muerte de un científico
El estúpido agente del mal logró su objetivo. Acabó con la vida de un científico disparando un arma –símbolo de su mísero, pero mortífero poder– sobre la frente de un ser dotado de gran creatividad. Aún con su principal herramienta de trabajo despedazada, luchó por su vida durante cada segundo, cada minuto, días y noches enteras… Pero todo fue inútil. A pesar de sus esfuerzos y los del personal médico, el daño que le habían causado los maleantes era brutal. La bala criminal cruzó su cerebro. Christopher Augur murió el sábado por la mañana, cuatro días después de haber sido asaltado, tras una angustiosa persecución, en una calle horrible en las inmediaciones del aeropuerto de la ciudad de México.
Se trata de una auténtica pesadilla. Un hecho que no puede pasarse por alto y que debería mover a todas las conciencias, en particular la de las comunidades científicas, pues el mal que se ha apoderado de nuestro país extiende sus seudópodos a todos los espacios, sin excepción. En este caso, se acaba con una vida altamente productiva, se causa un daño irreparable a una familia y se vulnera de manera sumamente grave la capacidad de México en el campo de la cooperación científica internacional.
Christopher Augur, científico francés, vivía y trabajaba en México como parte de un convenio del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por sus siglas en francés) con instituciones mexicanas. Colaboraba estrechamente desde 2001 con investigadores del Departamento de Biotecnología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Iztapalapa. Su objetivo era realizar estudios microbiológicos, bioquímicos y ecológicos relacionados con el aprovechamiento de la pulpa del café, que pudieran dar lugar a la formación de recursos humanos especializados en nuestro país y a acrecentar el conocimiento útil en estos campos.
Hace unos días, en enero de 2009, apareció publicado su último trabajo en colaboración con investigadores y estudiantes de la UAM. Me permito citar el título completo y me disculpo por hacerlo en inglés, tal como aparece en el original en el Journal of Industrial Microbiology and Biotechnology: “Microcultures of lactic acid bacteria: characterization and selection of strains, optimization of nutrients and gallic acid concentration”. En este trabajo participan junto con él investigadores mexicanos como Oswaldo Guzmán López, Octavio Loera, José Luis Parada, Alberto Castillo Morales, Cándida Martínez Ramírez y Gerardo Saucedo Castañeda.
Cito este trabajo, que no es el único realizado en México con la participación de Augur, para señalar que este investigador se encontraba, antes de su trágica muerte, en un momento de alta productividad científica, colaborando activamente con sus colegas mexicanos, formando en nuestro país especialistas y produciendo junto con ellos conocimientos de alta calidad, a juicio de las publicaciones científicas más exigentes a escala mundial.
Como ha ocurrido en distintos momentos en la historia de la ciencia de nuestro país, ésta se nutre constantemente del talento de investigadores extranjeros que, como Augur, aman a México y se comprometen con él.
La inseguridad en México se ha incrementado en los años recientes y la gente sale de su casa, su taller, su oficina, su universidad o laboratorio sin tener la certeza sobre su retorno. Es un problema complejo, pero que es posible resolver, como ha ocurrido en ciudades en las que las familias, hombres y mujeres pueden caminar libremente en las noches, sin temor, como ocurre en China, Buenos Aires e incluso hoy en ciudades tan complicadas como Nueva York.
La muerte de Christopher Augur resulta muy dolorosa y nos llena de profunda indignación, rabia e impotencia. Es el resultado de la cloaca en la que se está convirtiendo nuestro país, adornada con basura plástica, llena con los rostros sonrientes de políticos incapaces que han convertido a México en tierra de nadie. La única ley que impera es la de la selva. Nadie está seguro.
Christopher Augur ha muerto, la bala de un delincuente acabó con sus sueños y con los de todos nosotros.