■ “Nos deja la fuerza de su sonido en una amplísima discografía”, señaló Amadito Valdés
Murió Cachaíto López, “último bajista estelar de Cuba”
■ “Era capaz de tocar con excelencia suprema cualquier género musical de la isla o extranjero”, escribió en 2006 el crítico Orlando Matos
■ Fue figura principal de Buenavista Social Club
Ampliar la imagen Orlando Cachaíto López en alguna sesión de Buenavista Social Club, en los estudios de grabación Egrem, en Cuba Foto: Cristina Jaspars/ cortesía Discos Corason
La Habana, 9 de febrero. Orlando Cachaíto López, figura estelar de Buenavista Social Club y último integrante de una dinastía de músicos cubanos que llevó el contrabajo al protagonismo en el son, el danzón, el mambo y el jazz latino, murió hoy a los 76 años de edad.
“Fue uno de los bajistas más importantes de todos los tiempos en Cuba”, dijo a La Jornada el percusionista Amadito Valdés, también parte de Buenavista y uno de los amigos cercanos de Orlando. “Era el último que quedaba en la generación de bajistas estelares de este país.”
Hijo de Orestes Macho López y sobrino de Israel Cachao López, Cachaíto fue la segunda generación de la saga abierta por ese par de virtuosos en el primer tercio del siglo pasado.
Orlando fue el contrabajista titular de Buenavista Social Club desde que se formó ese all-stars, a mediados de los 90. Es el único músico que está en todos los discos de la banda, con la cual vivió todos los momentos estelares, como una gira triunfal por Europa, una presentación apoteósica en el Carnegie Hall de Nueva York, el documental de Wim Wenders y el premio Grammy, en 1997.
En esa misma serie del sello World Circuit, Orlando grabó su primer compacto como solista, que sólo podía llamarse de una manera: Cachaíto.
Su bajo sonó en Rhytms del mundo Cuba, fonograma en el que el productor británico Kenny Young reunió hace dos años a músicos de la isla con anglosajones, como Sting, Radiohead y U2, entre otros, para recaudar fondos en beneficio de los damnificados de desastres naturales, como el tsunami asiático de 2004 y el huracán Katrina que arrasó el sureste de Estados Unidos en 2005.
Colaboraciones emblemáticas
“Sobre todo nos deja la fuerza de su sonido en una amplísima producción de la discografía cubana contemporánea. Está en obras emblemáticas, como La novia del feeling, de Omara Portuondo; en grabaciones de Chico O’Farrill (Arturo, trompetista), y desde luego era el bajista favorito de Peruchín (el pianista Pedro Jústiz)”, señaló Valdés.
Ejecutante precoz, dedicado a la música desde la adolescencia, Orlando López ya tocaba en una charanga a los 13 años, y a los 17 logró entrar a una de las más célebres agrupaciones de ese género, Arcaño y sus Maravillas, donde su padre y su tío no sólo fueron solistas destacados, sino que expandieron el danzón tradicional hasta crear el ritmo que sacudió a la juventud de hace seis décadas: el mambo.
Trabajó en la orquesta del cabaret Bambú en los años 50, y llegó a la Riverside, agrupación estelar de la época en el formato de jazz band. En 1960 ingresó a la Sinfónica Nacional y luego estudió contrabajo con el checo Karel Koptiva.
En una semblanza publicada en 2006, el crítico Orlando Matos describió a Cachaíto con estas líneas: “Bajista excepcional, que me atrevo a llamar total, capaz de tocar con excelencia suprema cualquier género musical cubano o extranjero”.
Al rescate de la descarga
Con su producción como solista, según confesó a Matos, Cachaíto buscaba recuperar el ambiente de la descarga, “mi mundo, pero en el que no me conocían”. Se refería a las sesiones de jazz afrolatino que se popularizaron en los años 50, en las que participaba de forma muy activa su tío Cachao, a quien se debe la idea de grabar aquellas jornadas de improvisación con ejecutantes como Frank Emilio Flynn, Bebo Valdés y Peruchín, entre otros.
Años atrás, los dos primeros López pusieron su huella en la historia musical cubana. A finales de los años 30, Macho impulsó en la banda de Arcaño lo que originalmente se llamaba “nuevo ritmo”. Era una extensión del final del danzón, más animada que las primeras secciones, que el autor quiso elaborar al percatarse de que los bailadores llegaban a un punto que demandaba más movimiento.
Cachao se unió a la iniciativa de su hermano y maestro, y ambos compusieron piezas de lo que finalmente se conoció como “mambo”. Dámaso Pérez Prado relaboró el ritmo y lo llevó a México en su forma más conocida, con una base de banda gigante.