Ciudad Perdida
■ Rompimiento ineludible de Ebrard y Ortega
■ Visiones diferentes sobre geografía política
Desde siempre, los tiempos electorales acarrean enfrentamientos en los partidos, rompimientos que destrozan amistades, fugas con destinos traidores, reacomodos inciertos. Se logra, por ejemplo, que lo improbable se convierta en ineludible, y en el Partido de la Revolución Democrática se da todo eso, pero amplificado.
Así, la muy cantada ruptura entre Marcelo Ebrard y Joel Ortega, que para muchos tendría que ver con el caso News Divine, y que no ocurrió en aquel momento, hoy lo logran las elecciones internas en ese partido, aunque la relación, hay que decirlo claro, se lastimó desde ese entonces.
La separación, que para algunos es definitiva y no se hallaba entre los supuestos políticos inmediatos, es decir, se consideraba improbable, ahora es un hecho ineludible porque las visiones para encontrar al candidato idóneo que encabece la delegación Gustavo A. Madero, una de las más importantes de la ciudad, los han enfrentado y convertido en contendientes irreconciliables.
Para Ortega, como para la mayoría en GAM, según las encuestas de Mito-fsky, el político mejor posicionado es el diputado federal Andrés Lozano, hombre que en algún momento formó parte del círculo muy cercano a Marcelo Ebrard, y desde luego de Ortega, pero para el acuerdo de Izquierda Unida, donde se han agrupado todas, o casi todas, las tribus perredistas que repudian a Nueva Izquierda, quien debe ir a la delegación es Víctor Hugo Lobo, joven político que carga el cadáver de Francisco Chiguil, y que ha sido impuesto desde las oficinas de René Bejarano, con el acuerdo de las demás corrientes perredistas.
Hay quien asegura, y eso se le ha dejado saber al ex jefe de la policía del DF, que Lozano fue vetado desde las oficinas de Marcelo Ebrard porque “huele mucho a Ortega”, y eso dio pauta para que Bejarano metiera las manos en la candidatura.
Bejarano, quien se ha convertido en el alacrán en la espalda de Marcelo Ebrard, se asegura, ha manejado a su antojo la lista de posibles candidatos en la repartición del poder que se hace en el PRD, auspiciado, o apoyado, como se quiera, por la jefatura de Gobierno. El rompimiento se provoca por la imposición que de Víctor Hugo Lobo hizo la dupla Bejarano-Chiguil, con la que no estuvo, y no está, de acuerdo.
Hasta donde se sabe Ortega pidió ayuda a Ebrard para impedir la imposición, con el argumento, poco discutible, de que Lobo no se hallaba entre los más conocidos o apreciados por los habitantes de la delegación, aunque Lobo explica que su labor en GAM siempre ha sido discreta, fuera de los reflectores pero efectiva, cosa que al parecer fue suficiente para Izquierda Unida, aunque no para quienes podrían elegirlo.
Total, Ebrard no entró en la negociación que propuso Ortega y el fin de semana pasado, según nos cuentan, quedaron rotas –¿para siempre?– las relaciones políticas y de amistad que unieron a ese par durante mucho años y muchas luchas partidistas.
Lo más grave de todo este lío es que a la corriente de Ortega, como a muchas otras inconformes, se le han acercado los reclutadores de Nueva Izquierda, y Ortega, que se siente sin espacio de movimiento político, podría ser seducido por el canto de los chuchos, cosa que significaría para él, además de cambiar la geografía política de la ciudad, otro rompimiento, el más lamentable, el rompimiento con todo por lo que ha trabajado, el rompimiento consigo mismo. Esperar no es sinónimo de claudicar.
De pasadita
Más que el apoyo unánime, lo que ha conseguido Tomás Pliego es llamar la atención de todos sobre su precandidatura, independiente de tribus, a la jefatura delegacional de Cuauhtémoc. Si no se hace caso a ese llamado ciudadano la gente deberá entender que su voz no importa, y eso pesará en las urnas, pero pesara más en el futuro. Ya veremos.