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Infeliz cumpleaños Kevin Gallagher y Timothy Wise En México el aniversario 15 es una ocasión especial, una opulenta celebración que marca el paso a la vida adulta y donde hay baile y piñatas. El uno de enero de 2009 el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) cumplió sus 15 años, pero nadie en México hizo fiesta para conmemorarlo. Las celebraciones en Washington también enmudecieron. El presidente Barack Obama alcanzó la victoria desde una plataforma de críticas al TLCAN y acuerdos similares y trabajará con un Congreso que se aleja de las políticas de libre comercio. Además Obama prometió que tomará un “descanso” de los acuerdos mercantiles mientras se realiza una revisión completa de la política comercial de Estados Unidos. Deberá cumplir esa promesa. Y a diferencia de su campaña -–que se enfocó exclusivamente a ver cómo esos acuerdos han generado beneficios limitados a la gente en su país–, la revisión deberá hacer una observación profunda de la experiencia de México también. El escenario no es atractivo. En Washington mucha gente casi da por sentado que México fue el gran ganador del TLCAN. Después de todo, el gobierno de ese país obtuvo exactamente lo que quería del acuerdo: sus exportaciones a Estados Unidos se multiplicaron por siete, mucho gracias a productos manufacturados, y la inversión extranjera directa se elevó en cuatro veces respecto de los niveles previos al TLCAN. Con la inflación baja y con una productividad creciente, la economía mexicana estaba lista para despegar. Esto no ocurrió. La economía creció lentamente, a una tasa anual de 1.6 por ciento per cápita. O sea menos que los estándares históricos –entre 1960 y 1979 el crecimiento económico fue de 3.5 por ciento anual, bajo las ampliamente criticadas políticas de “sustitución de importaciones”–, y debajo de los registros de otros países en desarrollo: China, India y Brasil crecieron más siguiendo políticas menos ortodoxas que serían ilegales en México bajo las condiciones del TLCAN. Crecimiento lento ha significado en México creación escasa de puestos de trabajo, al tiempo que mercancías provenientes de Estados Unidos han desplazado a productores nacionales “ineficientes”. Las estimaciones varían, pero probablemente desde que el TLCAN entró en vigor México ganó alrededor de 600 mil empleos en el sector manufacturero, pero el país perdió por lo menos dos millones en la agricultura, debido a que importaciones baratas de maíz y otras materias primas inundaron el mercado durante el proceso de liberalización. Por tanto, México vio una pérdida neta de empleos bajo el TLCAN, y hoy el país registra alrededor de un millón de jóvenes que cada año se incorporan como oferta laboral. No es de extrañar que unos 500 mil mexicanos crucen cada año la cada vez más peligrosa y militarizada frontera de Estados Unidos, y que la tasa de migración sea el doble hoy respecto de la previa al TLCAN. Recordemos que este tratado prometió poner fin al problema de migración al permitir a México “exportar productos, no gente”. No sorprende que algunos mexicanos estén pidiendo a su gobierno renegociar el TLCAN en su 15 aniversario. Con salarios en Estados Unidos que casi sextuplican los que se tienen en México, la brecha salarial entre ambos países se ha incrementado, no ha reducido, con el TLCAN. La mitad de la población mexicano no puede encontrar empleo formal. Las tasas de pobreza y desigualdad se han reducido sólo ligeramente, en parte debido a que las remesas que envían los migrantes en la Unión Americana se han incrementado en seis veces desde que entró en vigor el TLCAN. Quienes defienden el TLCAN pueden tener razón al decir que el acuerdo fue un éxito para México, si éxito significa sólo incrementar comercio e inversión. Nadie puede negar que México ha recibido acceso preferencial al codiciado mercado de Estados Unidos y a grandes flujos de capital de este país. Pero quienes están al pendiente del desarrollo económico piden más, piden lo que se prometió cuando se firmó el tratado: que las políticas económicas y comerciales beneficien a la población en general. En eso el TLCAN ha fallado. Esto tiene importantes implicaciones para la política comercial de Estados Unidos y para cualquier país en desarrollo que busca firmar con aquél un acuerdo comercial. El TLCAN es la balanza para esos acuerdos. Si México –con 3 mil 200 kilómetros de frontera con Estados Unidos; una fuerte historia de comercio bilateral, y preferencias mercantiles que en algo influyeron durante la más grande expansión económica de la historia de la Unión Americana — no prosperó con su acuerdo comercial, es menos probable que lo hagan otros países en desarrollo. La administración Obama deberá hacer efectivas sus promesas de revisar el TLCAN. De hecho, revisar la política comercial estadounidense como un todo. Y examinar no sólo sus impactos en los trabajadores y agricultores de su país, sino también en México. Será entonces cuando comencemos a diseñar acuerdos comerciales que merezcan grandes celebraciones en ambos lados de la frontera. Este artículo apareció originalmente en el diario británico The Guardian, el uno de enero (Nafta's unhappy anniversary) y se reprodujo también en Opinión Sur, de Argentina.
En su encuentro con Obama Calderón desdeña al Campo Antonio Mejía Haro Con el estigma de la inclinación que mostró por Mac Cain, Felipe Calderón no pudo sentir la confianza de hablar con autoridad ante un político que –a diferencia de como él llegó a la Presidencia – ganó arrolladora y limpiamente las votaciones en su país, por lo que Calderón se limitó a expresar su coincidencia con Barack Obama en revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) –aunque después se desdijo– para mejorar las cuestiones ambientales y laborales, y desaprovechó la oportunidad de proponer, a manera de “trueque”, la revisión del tratado en su capítulo agropecuario. Una vez más a Calderón se le olvidó el campo mexicano y confirmó su indiferencia por el sector rural donde habitan los más pobres de los pobres de México. Así, para los mexicanos, y en particular para los campesinos, no tuvo un significado alentador el encuentro de Calderón con Obama. Desde antes de su firma en 1993 y hasta hoy, el tratado de libre comercio que tiene México con Estados Unidos (EU) ha sido seriamente cuestionado con argumentos sólidos en los círculos académicos, políticos, legislativos, campesinos y en todo foro donde se discuten su efectos devastadores en el campo. Sólo el Ejecutivo federal y un reducido número de productores de hortalizas y de empresas monopólicas dedicadas a la industria y comercialización de granos que acaparan el financiamiento y los subsidios para la producción y exportación declaran un “campo ganador”, mientras que los pequeños y medianos productores (93 por ciento del total) padecen el alza de los precios del diesel, electricidad, fertilizantes, semillas, maquinaria y demás insumos y la caída de los precios pagados al productor de maíz, frijol, leche y carne, y se ven obligados a dejar o disminuir la producción de esos básicos para la alimentación de la mayoría de los mexicanos. La revisión del TLCAN en su capítulo agropecuario no debería ser motivo de duda para el Ejecutivo, ya que se sustenta en indicadores oficiales como: la pérdida de la mitad de los empleos en el medio rural –de 10 millones de productores y jornaleros, hoy sólo quedan cinco millones–; la migración de 450 mil campesinos al año hacia EU; la incipiente inversión extranjera, de 0.22 por ciento de la total, en el campo mexicano; el deterioro progresivo del ingreso de los productores; el déficit de la balanza comercial agroalimentaria de cinco mil millones de dólares anuales, y la alta dependencia agroalimentaria, de 33 por ciento en maíz, 55 en trigo, 40 en sorgo, 95 en soya, 72 en arroz, 22 en cebada, 30 en carnes y 20 por ciento en leche. Oportunidad perdida. Calderón debió aprovechar las declaraciones de campaña de Obama, en el sentido de que es necesario apoyar al sector rural de México para que la gente se quede en sus comunidades y así detener la migración a EU. Con base en eso debió promover la revisión y enmienda del capítulo agropecuario del TLCAN, así como la negociación de fondos compensatorios trilaterales, similares a los del acuerdo comercial de la Unión Europea que fortalecen a los países y regiones con menos desarrollo. Pero no, Felipe Calderón y sus colaboradores han preferido decir que gracias al TLCAN se han incrementado las exportaciones agropecuarias. Omiten precisar que este aumento se centra en el rubro agroindustrial –en particular cerveza y tequila— y no en las exportaciones tradicionales, importantes desde antes del TLCAN, como las de aguacate, becerros, frutas y hortalizas. También evaden señalar que el crecimiento de las importaciones ha sido mucho mayor que el de las exportaciones. Por otro lado, la revisión de sólo las cuestiones ambientales y laborales nos anuncia penalizaciones que favorecerán a los productores estadounidenses, ya que en México, en la búsqueda de la competencia y del incremento de las agro exportaciones, se sobre explotan y contaminan los acuíferos; se devasta la foresta tropical; se erosionan los delgados suelos de esos frágiles ecosistemas que la naturaleza tardó miles de años en construir; se intensifica el uso de combustibles y agroquímicos que dañan la capa de ozono y aumentan las emisiones de gases con efecto invernadero que producen el calentamiento de la Tierra ; se pagan bajos salarios, y se explota mano de obra infantil. Las acciones para combatir este tipo de prácticas son necesarias, el problema es que muchas de ellas se aplicarán de forma unilateral y serán medidas no arancelarias proteccionistas para los productores de EU. Desventajas. A Felipe Calderón le debiera quedar claro que, con el TLCAN, ante EU no tenemos un campo ganador en materia de granos, leche y carne, ya que aparte de los altos subsidios que destina ese país a la producción y exportación, existen grandes asimetrías agro ecológicas, tecnológicas, comerciales, políticas, entre otras que nos separan. Bastan algunos ejemplos: la disponibilidad de tractores por cada cien kilómetros cuadrados de tierra arable en México es de 130, en Estados Unidos es de 275; el uso de fertilizantes por hectárea aquí es de 73 kilogramos , en EU es de 110; en nuestro país los precios de los energéticos son más caros en 60 por ciento y el costo financiero lo es en 250 por ciento. Usamos en 80 por ciento el medio de transporte más costoso –el carretero– para movilizar la carga doméstica, mientras que en EU este tipo de transporte se usa sólo en 35 por ciento y el ferroviario, que es mucho más barato, en 50 por ciento. El valor agregado por trabajador agrícola en México es de 2 mil 700 dólares y en Estados Unidos de 36 mil 800. La carencia de una política de desarrollo rural integral es lo que limita al campo mexicano. Hace falta para revertir esas asimetrías que se han profundizado en los 15 años de existencia del TLCAN.
Pero si los resultados negativos del TLCAN se pueden atribuir en parte al diferencial de competitividad entre las economías, también se explican por el desmantelamiento progresivo de la infraestructura de apoyo a la producción que comenzó desde antes de 1993: desaparecieron instituciones como Pronase, Banrural, Anagsa y Fertimex. También las orientadas a la transformación –Iconsa, Triconsa, Miconsa y Liconsa–; al transporte ferroviario, Ferronales, y al almacenamiento, comercialización y abasto alimentario –Conasupo, Andsa y Buruconsa–. Como diría el profesor Denis Bergman, el desmantelamiento fue expresión de una política tendente a desestimular la producción y aumentar las importaciones –bajo la premisa equivocada de que era más barato importar que producir–, lo que ha hecho incosteable la actividad de los pequeños y medianos productores y ha derivado en desempleo y en incremento de la pobreza rural y sus secuelas, de desnutrición, enfermedades de la miseria, abandono de los estudios y migración hacia los centros urbanos y a EU. En el orbe, bajo el amparo de la Organización Mundial de Comercio (OMC), las prácticas desleales de comercio han dado lugar a que los países más débiles apliquen salvaguardas y protecciones contra el dumping para evitar que los precios subsidiados afecten el mercado nacional, debiendo los importes de las salvaguardas llegar directamente a los productores, lo cual nunca ha ocurrido a favor de los maiceros y frijoleros mexicanos que, a falta de la demolición del muro y un mejor trato a nuestros migrantes, habrían querido que Calderón al menos solicitara medidas que limitaran los subsidios a la producción y los apoyos a la exportación que reciben los estadounidenses, así como filtros sanitarios que impidan la exportación de productos que no reúnen la condiciones indispensables para el consumo humano, y también de los agro tóxicos que dañan los ecosistemas, la capa de ozono y la salud. Las compensaciones que por daño derivado del TLCAN deben recibir los campesinos de México podrían significar un paso de buena voluntad en la relación con EU, para superar la dependencia y sumisión y para una política de desarrollo integral en las comunidades de origen y destino de los migrantes, único camino para detener el éxodo rural, la crisis alimentaria y la inseguridad social. Pero nada, nada dijo Calderón, nada… Sólo vino a repetir, a decir que le dijeron que los estadounidenses quieren revisar las cuestiones laborales y ecológicas. Mensajes falsos . Por último, es importante frenar la campaña mediática y demagógica del Ejecutivo en contra de las intenciones de revisar el TLCAN en su capítulo agropecuario, ya que se mal informa y se confunde a la ciudadanía con la idea de que se quiere extinguir el TLCAN, lo cual es falso, ya que ni siquiera se pretende cancelar tal capítulo; sólo se quieren hacer enmiendas en lo referente a los productos altamente sensibles a la apertura comercial, como son maíz, frijol, leche, carne de res y caña de azúcar. Con este propósito, el Grupo de Trabajo del Senado encargado de revisar los efectos del TLCAN sobre el sector agropecuario, y después de celebrar 13 reuniones de trabajo y varios foros regionales, donde se han escuchado a los organizaciones nacionales de productores, a la industria, a académicos, investigadores y juristas connotados, entre otros, ya inició los trámites para realizar en marzo una conferencia de legisladores y líderes de las organizaciones civiles y de productores de los tres países del TLCAN para encontrar las vías de un mejor trato en esta nueva era de la administración estadounidense, un trato más equitativo y que desde la campaña del presidente Obama se enmarca en la corriente del comercio justo . Senador de la República por Zacatecas, coordinador del Grupo de trabajo encargado de evaluar los impactos del TLCAN sobre el sector agropecuario Confiamos en nosotros, no en promesas Alberto Arroyo Picard La llegada de Barack Obama como nuevo presidente de Estados Unidos despierta muchas expectativas, pero ¿realmente tiene sustento la posibilidad de un cambio de fondo y en particular una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)? Si las expectativas se basaran sólo en las promesas de campaña, consideramos que no habría mucho sustento. Como en todo el mundo, los políticos en campaña dicen lo que quieren oír los electores. Lo importante es que esta promesa de Obama fue forzada por la demanda amplios sectores de sus potenciales votantes. Ya electo presidente, Obama ratificó el compromiso, se lo planteó explícitamente a Felipe Calderón y conformó una comisión para estudiar el futuro del TLCAN y las demandas de cambio. Así, la promesa de renegociación está pasando a la operatividad. Otro asunto es si la renegociación es la conveniente para los pueblos de los tres países. Ello no está definido. Lo único que ha dicho el nuevo gobierno de Estados Unidos es que hay que mejorar los aspectos laborales y ambientales, es decir renegociar los llamados acuerdos paralelos y no necesariamente el texto sustancial del TLCAN. Ello refleja la presión social que proviene principalmente de los sindicatos y las organizaciones ambientalistas. En México la oposición al TLCAN ha crecido significativamente durante estos 15 años de vigencia. Recordemos la enorme movilización aglutinada en El Campo No Aguanta Más. La demanda se mantiene hoy entre las organizaciones campesinas estén o no formalmente en la Campaña Sin Maíz No Hay País. En Canadá la oposición es también creciente y se ha centrado en los enormes derechos que el Capítulo 11 da a las grandes corporaciones trasnacionales. Más allá de que las prioridades en una posible agenda de renegociación cambian según sectores sociales y países, hay un creciente consenso de que se busca desmontar desde sus raíces al modelo neoliberal. Ello se traduce en una alternativa: o se replantean las bases mismas del TLCAN o se deroga. Para nosotros, la renegociación es urgente y necesaria, pues el TLCAN significa una camisa de fuerza que impide tanto tomar medidas de protección ante los efectos de la crisis global, como superar el neoliberalismo y poner en marcha una estrategia nueva.La moneda está en el aire, pero lo que definirá las cosas es la magnitud de la movilización social en los tres países. La coyuntura ofrece algunos elementos favorables para una renegociación de fondo del TLCAN. La crisis global ha dejado en claro que es falso el sustento teórico del paradigma neoliberal y de su forma jurídica (que son los tratados de libre comercio). ¿Cómo seguir empujando una legislación liberalizante del comercio y de la inversión, cuando ya se reconoce que la desregulación propició la mayor crisis capitalista de la historia? La crisis es prueba viviente de que dejar la dinámica de la economía a la ley del más fuerte no es lo idóneo. Las negociaciones a escala global, en la Organización Mundial de Comercio (OMC), han reflejado una correlación de fuerzas que ha logrado impedir hasta ahora que se avance en acuerdos nocivos para los pueblos. Amplios sectores sociales de los tres países han luchado por la derogación o renegociación a fondo del TLCAN. De hecho, la oposición social ha crecido durante estos 15 años de vigencia. Las redes de movimientos sociales de los tres países, y más ampliamente la Alianza Social Continental, han construido acuerdos y consensos. La lucha se dará pues con un significativo grado de unidad. Pero hay también muchos elementos adversos para concretar una renegociación que beneficie a los pueblos. 1. La oposición de los grandes capitales de los tres países que han sido grandes beneficiarios del TLCAN Recordemos que el poder real en Estados Unidos no son los poderes formales; sino los fácticos: el gran capital. 2. La negativa del gobierno mexicano a cualquier cambio en el TLCAN. Ante la postura de Obama, Calderón tuvo durante meses un discurso de oposición cerrada a cualquier cambio en el TLCAN; pero en su reunión del 12 de enero con el aún presidente electo, tuvo que moderar su discurso y empezar a hablar de que el TLCAN se podía mejorar. 3. En el caso de que efectivamente se abra una ronda renegociadora, no necesariamente terminará en algo bueno para el pueblo mexicano. De hecho el TLCAN ha tenido en sus 15 años de existencia innumerables cambios, pero siempre para profundizar en su lógica neoliberal. El futuro está en el aire. Los resultados dependen del grado de movilización y propuestas concretas y creativas de la sociedad de los tres países. Otro mundo es posible, urgente y necesario, pero hay que conquistarlo. Nos preparamos para hacerlo unidos. Se camina hacia una nueva reunión de parlamentarios y organizaciones sociales de los tres países en los próximos meses para empujar una renegociación de fondo o la derogación del TLCAN. Confiamos en nosotros, no en las promesas de un candidato. Miembro de la coordinación de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (RMALC) e investigador de la UAM.
México y Canadá: Rick Arnold Cuando la mayoría de la gente compara México con Canadá, lo hace enfocándose en las diferencias (lenguaje, clima, historia colonial, forma de gobierno, nivel de desarrollo industrial, etcétera). Aunque ello es significativo, también oculta las áreas de interés común. El lazo más obvio que conecta a nuestros dos países es que ambos vivimos al lado de Estados Unidos de América. Nuestro vecino común es un coloso global que históricamente ha ejercido una enorme influencia económica respaldado por su poderío militar. Como parte de su punto de vista, Estados Unidos ha considerado que el resto del continente americano es su patio trasero. A pesar de eso, durante mucho tiempo en el siglo XX tanto México como Canadá se atrevieron (en ocasiones) a “decirle sus verdades al poder”. Por ejemplo, ambos mantuvieron relaciones con la Cuba revolucionaria ante la enorme presión de Washington para frenar cualquier tipo de contacto. La nacionalización de Petróleos Mexicanos decretada por el gobierno de Lázaro Cárdenas fue un acto de valentía frente a las amenazas de los gigantes petroleros de Estados Unidos y de representantes gubernamentales de ese país. En Canadá hubo innovaciones tales como la medicina socializada y las lonjas de comercio para productores agrícolas, que resultaron de luchas ganadas a pesar del pensamiento “anticomunista” que prevalecía en ese tiempo en Washington. No obstante, la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) el uno de enero de 1994 cambió las cosas. Desde entonces éste ha servido para acercar todavía más a México y Canadá a los requerimientos de mercado de Estados Unidos, y ha llevado a ambos gobiernos a ser multiplicadores acríticos de la agenda neoliberal. Los dos países han llegado a ser extremadamente dependientes de las exportaciones a Estados Unidos, en más de 80 por ciento cada uno. Los partidarios del TLCAN que alababan este fenómeno como un indicador de éxito ahora matizan sus afirmaciones, pues la economía declinante de Estados Unidos arrastra a sus vecinos dependientes. Enfrentar los subsidios ilegales. La remoción de aranceles en la importación mexicana de maíz, combinada con el mantenimiento de subsidios agrícolas ilegales en Estados Unidos, ha llevado a unos dos millones de campesinos a abandonar su actividad. Y si bien esta dramática situación ha recibido alguna cobertura en la prensa de América del Norte, un similar “hachazo” que golpeó a los productores de maíz en Canadá ha sido prácticamente ignorado. Las súplicas de estos agricultores de Canadá fueron desoídas en Ottawa hasta que sorpresivamente el ocho de enero de 2007 (con un gobierno minoritario temeroso ante una elección federal), las autoridades de Canadá llevaron a la Organización Mundial de Comercio (OMC) una demanda contra los programas de subsidio al maíz de Estados Unidos. Aunque esta acción reconoce el dolor que sienten los productores de Canadá, no es previsible que la decisión final de la OMC sea pronta. Hay que esperar aún para que llegue el alivio. Durante las dos décadas recientes, las familias campesinas de Canadá han sufrido bajo el “libre comercio”. Por ejemplo, aun cuando las exportaciones agrícolas canadienses se triplicaron de 11 mil millones a 33 mil millones de dólares entre 1988 y 2007, el ingreso sectorial neto cayó en más de 50 por ciento. En ese mismo periodo la deuda agrícola se incrementó en más del doble, de 22 mil 500 millones de dólares a 54 mil millones. Los precios al menudeo de los alimentos escalaron al tiempo que los pagos al agricultor cayeron. Tanto campesinos como consumidores han sido los perdedores del TLCAN. Promesas incumplidas. Previo a la puesta en marcha del TLCAN, los canadienses y los mexicanos recibieron por igual la promesa de una era de oro, con puestos de trabajo en abundancia. En cambio, en los seis años recientes, Canadá perdió 450 mil empleos en la manufactura. Esto es, más de 150 buenos empleos desaparecieron cada día. Y la situación empeora. La pérdida de trabajos golpea a muchas y diferentes industrias en el país: automotriz, de procesamiento de alimentos, forestal, textil, metalúrgica, de mobiliario, etcétera. Una gran cantidad de los puestos de trabajo nuevos que se están creando son mal pagados, inseguros, con prestaciones disminuidas, lo cual en particular afecta a las mujeres. Claramente en ambos países ha crecido la brecha entre el ingreso de los más vulnerables y el de los ricos; se ha ensanchado durante los 15 años del TLCAN. Ambas naciones han visto que su soberanía se debilita ante corporaciones extranjeras (la mayoría con sede en Estados Unidos) apoyadas por disposiciones contenidas en el Capítulo 11 del TLCAN, un canal de respaldo legal que permite a los inversionistas foráneos evadir a las cortes locales y entablar demandas contra gobiernos federales ante un tribunal internacional. Esos desafíos tomaron fuerza en Canadá en 2008. En julio, un grupo de 200 inversionistas estadounidenses, liderados por un empresario de Arizona, promovió un juicio bajo el TLCAN contra el gobierno de Canadá, con la demanda de 155 millones de dólares como compensación porque dijeron haber enfrentado “controles carreteros anti estadounidenses” al tratar de establecer clínicas de salud privadas en Canadá. En agosto, Dow Chemical anunció su intención de confrontar una legislación de Québec que prohíbe la venta y el uso cosmético de pesticidas. En diciembre, US AbitbiBowater amenazó con entablar una controversia bajo el Capítulo 11 del TLCAN, aun cuando el cierre de todas sus plantas en la provincia de Newfoundland fue violatoria de los términos de la legislación Newfoundland Charter Lease de 1905, la cual requiere a quienes ocupan tierras públicas en arriendo que proporcionen empleos a fin de que pueden seguir siendo alojados allí. Condiciones antiecológicas. Durante las negociaciones del TLCAN Canadá, se convino una disposición “de proporcionalidad“ ligada a nuestras exportaciones petroleras a Estados Unidos. Ésta requiere que casi dos terceras partes de nuestro energético sea enviado a Estados Unidos, incluso en caso de una emergencia en Canadá. Dado que las fuentes convencionales de petróleo, en el oeste de Canadá, se están agotando (se proyecta la producción para un máximo de nueve años, con reducciones anuales), las compañías petroleras desarrollan una vasta área que contiene arenas bituminosas. El procesamiento de este “petróleo seco” está llevando a Canadá a ser un “contaminador global”, un Estado paria sin voluntad para contribuir a frenar el cambio climático; es un “mega liberador” de gases invernadero. Ante la visita pronta, el 19 de febrero, del nuevo presidente de Estados a Ottawa, ha crecido la esperanza de que Barack Obama cumplirá sus promesas de discutir la renegociación del TLCAN con el primer ministro canadiense. Hasta ahora el gobierno de Canadá ha mostrado poca inclinación para reabrir el TLCAN a pesar de que en septiembre de 2008 una encuesta de opinión levantada por Environics mostró que 61 por ciento de los canadienses está a favor de la renegociación. A la larga, la renegociación será el acto transformador que transcienda fronteras para que nuestra gente, en cada uno de los tres países, pueda asegurar la construcción de un modelo de comercio justo para América del Norte. Para más información de la iniciativa trinacional que tenemos en marcha en oposición al TLCAN, favor de ver la página web www.rmalc.org.mx Coordinador de Common Fontiers, red multi-sectorial de organizaciones canadienses que trabajan en asuntos de comercio. Common Frontiers es también el capítulo canadiense de la Alianza Hemisférica Social. www.commonfrontiers.ca
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