La catástrofe del día
Sin novedad en el frente nos acercamos al fin de la semana. Sólo que… en Monterrey, por cuarto día consecutivo aparecen los jóvenes “tapados” que hacen y queman barricadas, enfrentan a la policía local, exigen la “salida de la plaza” del jefe de la Zona Militar, general Antúnez, mientras el secretario de Seguridad Pública del estado asegura que “el crimen organizado paga 500 pesos a cada uno de los manifestantes y les proporciona transporte” (David Carrizales, La Jornada, 13/02/09, p. 30).
“Saquean silos y trenes con alimentos en todo el país”, anuncia El Universal en su primera plana del viernes, y agrega: “Entre las rutas ferroviarias que más robos han registrado destacan Veracruz-Laredo, la del Pacífico, así como las que cruzan por Guanajuato y Jalisco”… “Esta semana, en Sinaloa fueron hurtadas 30 toneladas de frijol. En Guanajuato, las acciones de la autoridad han sido insuficientes para detener los robos que se han dado en las últimas horas.”
Sin novedad pues, salvo porque el presidente Calderón lleva su fiebre metafórica al diagnóstico de la crisis en Estados Unidos a la que califica de infarto, y reitera que “ni nos rendimos ni nos echamos para atrás” (La Jornada, p.10). Aparecida en el subsuelo con toda su fuerza, los que viven a ras del piso se consuelan pero no se van porque no hay para dónde hacerse: el desempleo afecta las zonas más avanzadas vinculadas con la economía internacional, pero la caída de los ingresos reales se extiende por todo el territorio, dejando cada vez menos espacio a una informalidad que sólo puede reproducirse si los ingresos formales mantienen su flujo. De no ocurrir así, como ha empezado a suceder, sólo queda el trueque como recurso de última instancia, pero eso implica parálisis económica y fiebre social.
Bajo control catastrofismos y catastrofistas, sólo quedan las catástrofes que se anuncian y aparecen sin descanso en las estadísticas, las imágenes, los relatos de viajeros y turistas: el norte de México está imposible y más arribita funciona inclemente el muro electrónico y de concreto que obstruye el tránsito, lo detecta, lo detiene, cuando no lo liquidan los vigilantes que saben nada de la buena vecindad y la sociedad estratégica, y mucho de cómo usar sus armas sin que sus muertos hagan ruido.
Frente a esta realidad en cinemascope y cámara cada vez menos lenta, la dirección política nacional, en particular la que ocupa el gobierno del Estado, se presenta pasmada, perdida en la transición y en su traducción, avasallada por la ocurrencia e incapaz de hacerse cargo de la gravedad de la situación. De aquí su ridículo espectáculo del martes y el miércoles de la “Caza del pesimista”, y su recurrente visita a la bravata pintoresca y provinciana, del todo ineficaz para convocar a la cooperación social y política, y para intervenir sobre la economía y sus impactos negativos sobre la vida y la convivencia social.
Por más que se empeñe en convencernos de lo contrario, el gobierno federal no ata ni desata mientras la crisis avanza y avasalla vidas y haciendas, incluida aquí la que le tocó en suerte al secretario Carstens: desprovisto de sus alegorías sanitarias, sólo le queda asumir una circunstancia recesiva que se agudiza y no da respiro a una retórica económica desgastada, fallida, incapaz de organizar discurso alguno ni sostener la más modesta de las convocatorias a la acción.
El día en que paralizaron la tierra; la terra trema; mejor: lost in translation (in transition), pero sin el portento de Scarlett Johanssen y el humor de Bill Murray. Se gastó la gran promesa de la globalización neoliberal con su democracia bien portadita y sólo nos queda la memoria, mermada por tanto abuso de revisionistas a la orden, y la política, acorralada por sus espectros, alucinada por las siete vidas de un viejo régimen reacio a hacer mutis, pero nunca tan plural y abierta como ahora.
Con esto, y una juventud acorralada por el inempleo y la caída libre de sus expectativas, habrá que transitar hacia el centenario de una revolución cuyos pioneros, en 1909, anunciaban así: “El año entrante, cuando nuestra patria cumpla cien años de haber proclamado su independencia, deberemos resolver un problema fundamental, de cuya solución dependerá nuestro porvenir como nación libre y soberana” (“el problema, ilustra el historiador, era acabar con la relección indefinida del presidente, que había concentrado en sus manos un poder absoluto”). “A esto debemos atribuir, decían los del Centro Antirreleccionista, que ahora la justicia ampara al más fuerte; que la instrucción pública se imparte sólo a una minoría de quienes la necesitan; …que los obreros mexicanos emigran al extranjero en busca de más garantías y mejores salarios; …que se han hecho peligrosas concesiones al extranjero… y, por último, que el espíritu público está aletargado, el patriotismo y el valor cívico deprimidos… Lo que actualmente pasa en nuestro país causa pena y vergüenza” (Pedro Salmerón Sanginés, “¿Por qué estalló la revolución de 1910?”, Configuraciones 29, México, octubre-diciembre de 2008, p. 14).
Mucha agua pasó debajo del puente y el problema fundamental debe ser otro. El problema es que ni siquiera acertamos a planteárnoslo. Mucho menos los de arriba, que sólo saben agarrarse del chongo y luego llorar ante el peligro inminente y la catástrofe del día.