l influyente senador republicano Richard Lugar ha distribuido esta semana a sus colegas un informe que reconoce el fracaso del bloqueo a Cuba en su propósito declarado
de llevar la democracia a la isla. Lugar obvia el origen del conflicto en la permanente agresividad de Estados Unidos hacia la revolución cubana, y la falta de ética inherente, pero muestra cierto realismo político al sugerir el comienzo, sin exigir concesiones de la otra parte, de medidas graduales de distensión en cuanto a viajes y envío de remesas, comercio bilateral, reinicio de las pláticas migratorias y colaboración antidrogas.
Con fina ironía, escribía Noam Chomsky que el autor de las palabras arriba entrecomilladas, hombre inteligente, las escogió cuidadosamente pues seguramente sabe que el verdadero propósito (del bloqueo) es completamente diferente. “Nadie –añade– …puede creer que el objetivo de las intensas operaciones estadunidenses de terror y severa guerra económica contra Cuba estaba dirigido a llevar la democracia al pueblo cubano”. De esta sentencia se deriva que si la hostilidad de Washington hacia La Habana llegara a relajarse en algún grado –como parecería probable– se deberá, ante todo, a la tesonera resistencia de los cubanos por medio siglo a este crimen sin precedente en la historia contemporánea de una gran potencia contra un pequeño país. Unida al carácter ilegal e inmoral de esa política, ha estimulado un consenso mundial contrario, expresado ya 17 veces por una aplastante mayoría de gobiernos en la Asamblea General de la ONU, con la deshonrosa excepción de Israel, la potencia agresora y una semicolonia del Pacífico.
El embargo
, apunta Lugar, se ha convertido en un problema para las relaciones de Estados Unidos con América Latina y la Unión Europea. Menciona como ejemplo el ingreso de Cuba al Grupo de Río aunque obvia el vibrante llamado al todavía presidente electo Barak Obama por la primera Cumbre de América Latina y el Caribe (12/08) para que levante el bloqueo cuanto antes.
La asunción del mando por aquél ha hecho reflotar en la opinión pública de Estados Unidos una fuerte corriente por revisar la política hacia Cuba y por el levantamiento del bloqueo, que logró manifestarse hasta los primeros tiempos del mandato de George W. Bush e incluso pasar proyectos de ley en el Congreso que atenuaban la medida de fuerza, todos vetados por la Casa Blanca. Abarca importantes sectores empresariales y académicos, iglesias, numerosos legisladores de los dos partidos y una creciente franja de cubanos residentes en ese país, pero su voz fue silenciada porque chocaba con la lunática visión de la hegemonía estadunidense enarbolada por aquella administración y también con los estrechos nexos de compadrazgo que unen al clan Bush con la contrarrevolución cubana de Miami, partícipe señera del fraude electoral que elevó a W. al más alto puesto gubernamental.
La promesa de Obama en campaña de levantar las restricciones a los viajes de los cubanoestaunidenses y al envío de remesas a sus familiares en la isla instaurados por Bush y la disposición expresada de hablar con Raúl Castro han levantado grandes expectativas y revitalizado el debate respecto a la conveniencia de suavización de las medidas a la isla. Raúl ha reiterado varias veces la disposición de dialogar con Washington sin precondiciones, sobre bases de igualdad y sin sombra a la soberanía de Cuba, invariable postura cubana.
En su audiencia de confirmación como secretaria de Estado, Hillary Clinton afirmó que llevaría a cabo una revisión de las relaciones bilaterales. Al informe de Lugar se suma una iniciativa presentada por el diputado demócrata William Delahunt para levantar la prohibición de viajar a Cuba a los estadunidenses en general, aún por debatir, y se acaba de aprobar en la Cámara de Diputados una enmienda al proyecto de presupuesto que derogaría las limitaciones a los viajes de los cubanoestadunidenses, aún pendiente de superar otros trámites. Llueven informes de tanques pensantes señalando las ventajas de un deshielo.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Ayer, el Departamento de Estado acusó sin fundamento, ni derecho, un empeoramiento de los derechos humanos durante la presidencia de Raúl Castro. La mejoría de las relaciones entre los dos países, por cierto, dependerá del respeto que muestre el imperio a la soberanía de Cuba. Qué bien si Obama lo comprende.