ara los aficionados del futbol, seguramente es un hecho conocido la existencia de la Copa Libertadores, patrocinada por el banco Santander, en la que participan diversos equipos de las naciones latinoamericanas. Me quiero imaginar que, a partir de la promoción que las empresas televisoras le han estado dando a ese campeonato y pensando en lo importante que es hoy en día para los bancos que operan en el continente, posicionarse debidamente, en unos cuantos años será posible entrar a Wikipedia, o a algún diccionario electrónico de la lengua, para encontrar una cita más o menos así: Libertadores, adjetivo que se les da a los futbolistas cuyos equipos han logrado adjudicarse el triunfo de un campeonato del banco Santander
. Este es un bonito ejemplo de cómo se usan hoy en día algunas palabras que en algún tiempo significaron otra cosa.
Un caso similar al de la Libertadores es el de las palabras Independencia
y Revolución
, que por su significado alguna vez tuvieron algo que ver con el nacimiento de la nación mexicana y con su transformación en un país que aspiraba a ser gobernado en forma justa, a elevar la calidad de vida de sus habitantes y a garantizar el acceso a la salud, a la educación pública y al trabajo. Pero hoy son otra cosa, de la revolución o las revoluciones se habla poco, y de la nuestra se piensa que fue un fenómeno social que por ningún motivo quisiéramos volver a experimentar por razones entendibles, o bien, nos lleva a imaginarnos escenarios pintorescos de hombres a caballo echando tiros y de mujeres con cartucheras y guitarras cantando canciones con sus hombres, iluminados todos por fogatas, tal como lo muestra la televisión de tiempo en tiempo. Y de la Independencia, ¿eso qué es?
Seguramente corresponde a la Secretaría de Educación Pública hacer algo al respecto, pero ellos están ocupados en cosas más importantes, como en dar becas a diestra y siniestra para paliar lo que no se hace en materia de empleo y de economía y desde luego para hacerse más simpáticos.
En días pasados, altos funcionarios de esa secretaría, a través de los medios, nos dieron una noticia extraordinaria, casi sublime: acaban de contratar o están en proceso de contratación (no me queda muy claro) los servicios de una importante universidad española para que establezca en México un sistema de educación a distancia, que nos permita aprender a los mexicanos y particularmente a los maestros, las cosas que nosotros no sabemos y que los españoles sí nos pueden enseñar, utilizando las indiscutibles ventajas que hoy ofrecen las tecnologías de la información, incluyendo Internet en su maravillosa versión de web2.
Seguramente en la Secretaría de Educación están ingenuamente convencidos de que todo eso es desconocido en nuestro país, en el que piensan que no existen técnicos ni equipos capaces de desarrollar, e incluso que han desarrollado tecnologías y contenidos para todo esto, pero que ellos no los conocen, en virtud de que sus ojos y sus pensamientos están dirigidos hacia otros lugares, y si los conocen, pues da lo mismo.
En lo personal, en este sexenio he tratado de acercarme a la Secretaría de Educación, a dos de sus subsecretarios y a varios de sus principales colaboradores, para hablarles de esto, de las capacidades que existen en México, de cómo este tipo de actividades se podrían realizar con equipos de trabajo nacionales, tomando en cuenta, entre otras cosas, que somos el país más grande de habla hispana y que podríamos incluso estar apoyando a otros países más pequeños, que impulsar el trabajo de los especialistas mexicanos dedicados a hacer libros y a llevar innovaciones tecnológicas a las escuelas es invertir a futuro, en todo ello, mis logros han sido semejantes a los que tendría un búfalo tratando de volar.
Sin embargo todo es congruente. Pensar que un gobierno como el actual, que en los hechos se inclina más por Calleja, por Iturbide y por Lucas Alamán que por Hidalgo y Morelos, que admira a Porfirio Díaz antes que a Madero y a Zapata, que mantiene compromisos con los seguidores de Maciel y con los grupos de ultraderecha, pueda estar interesado realmente en que el país recupere el significado de las palabras Revolución e Independencia, sólo me hace recordar aquella bonita canción de Chava Flores ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?
No tengo absolutamente ningún resentimiento ante las universidades españolas, que hoy en día buscan y promueven el desarrollo tecnológico y el conocimiento universal, para ellas mi respeto y mi cariño, los recuerdos perdurables de los maestros que tuve en la Facultad de Ciencias de la UNAM, españoles expulsados luego de la guerra civil, que nos entregaban sus conocimiento con entusiasmo y pasión, pero no puedo hacer a un lado la convicción de que en nuestro país se puede hacer mucho y lo podemos hacer nosotros, sobre todo si entendemos lo que la palabra Independencia quiere decir.
En un artículo anterior invité a los lectores a visitar la página www. bicentenario.gob.mx en la que a título de quién sabe qué se hablaba de Francisco Franco. Por favor consúltenla, el país no merece esto, de veras que no.
Cuando el ingeniero Cárdenas fue invitado a coordinar los festejos del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, me sentí realmente entusiasmado, porque ello representaba para mí, además de un reconocimiento para Cuauhtémoc, la seguridad de que las celebraciones, además de dignas, abrirían un espacio para retomar las banderas y las ideas de nuestros antepasados ejemplares.
Luego sentí tristeza al enterarme de su declinación. ¡Fui muy ingenuo! Su decisión fue correcta. La forma de lograr rescatar los valores perdidos de nuestra historia no puede ser lograda desde una organización vinculada, de algún modo, con un gobierno reaccionario. De hecho la lucha eterna de nuestro pueblo ha sido y es contra ellos.
Hoy estoy convencido que cualquier festejo que queramos hacer de nuestros centenarios, cualquier rescate que intentemos hacer de las ideas y los principios sembrados en estas dos gestas deberán surgir del pueblo, haciendo a un lado al gobierno y a las televisoras, que no representan otra cosa que las ataduras que nos han llevado a condiciones similares a las de hace 100 o 200 años.