Domingo 1º de marzo de 2009, p. 40
Fue como la botadura de un barco. Allí estaban todos: el capitán, los oficiales de mando, la marinería en pleno y los pasajeros ansiosos por abordar y partir hacia otros horizontes. El único problema era que el barco no existía aún.
Al caer la noche del 29 de febrero de 1984, más de cinco mil personas con boleto pagado se acomodaban codo a codo en un salón del Hotel de México. Muchas más aguardaban pacientemente para entrar, formadas en una cola que llegaba hasta Insurgentes.
Gabriel García Márquez, quien hacía poco más de un año, vestido con una guayabera de liki-liki, había recibido el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, era uno de tantos que habían tenido que hacer fila para comprar su boleto e ingresar al salón.
Grandes artistas como Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Alberto Gironella y muchos otros habían donado obra plástica para echar a andar un proyecto que en términos económicos arrancaba de cero. Su capital más importante, aquella noche, era ético y se llamaba credibilidad.
Entre los asistentes figuraban dirigentes y representantes de los principales partidos políticos del país: Mario Vargas Saldaña, secretario general del PRI; Pablo Gómez, líder nacional del PSUM (Partido Socialista Unificado de México, años después, PRD); Gonzalo Altamirano Dimas, vocero del PAN; Heberto Castillo, timonel del PMT e inventor de la estructura llamada tridilosa, columna vertebral del gigantesco edificio construido, pero no acabado, por el empresario español Manuel Suárez y decorado por el muralista David Alfaro Siqueiros.
Funcionarios de todos los niveles del gobierno en turno, líderes sindicales, activistas de izquierda, defensores de derechos humanos, estrellas de cine y televisión, y, fundamentalmente, hombres y mujeres de todas las expresiones de la sociedad civil, encarnaban ahí la pluralidad que desde su nacimiento La Jornada ha congregado en sus páginas.
Aquella noche –hace exactamente 25 años—, el sociólogo Pablo González Casanova, ex rector de la UNAM, abrió su discurso con estas palabras: Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos
. Y lo cerró con las siguientes: Hemos decidido fundar una sociedad nacional, que realice sus tareas en la prensa escrita. La primera tarea será fundar un periódico diario. Su director ha sido ya elegido en una asamblea de iguales: es Carlos Payán Velver
.
El aplauso unánime y prolongado que la mención de este nombre suscitó en el gentío, fue la ratificación clamorosa del abogado y periodista como líder de aquel incipiente proyecto de comunicación, que dirigiría con tenacidad y talento a lo largo de doce años, hasta convertirlo, a partir de la rebelión de los indígenas zapatistas de Chiapas, en una referencia internacional
, como él mismo lo ponderó en un análisis retrospectivo, publicado en estas páginas en 1999.
Pero aquella noche, en un ejercicio de anticipación, el núcleo de 70 fundadores de este periódico entregó a los numerosos asistentes al Hotel de México (hoy World Trade Center) un cartel tamaño oficio, diseñado por Vicente Rojo, que no era sino la primera plana del número bajo cero
de La Jornada, y que en su nota principal reseñaba lo que todavía no ocurría o, en ese momento, más bien, estaba apenas ocurriendo: En una reunión de iguales se anuncia un nuevo diario
.
Aquella falsa portada incluía los nombres de todos los convocantes a la aventura, una descripción de cómo iba a ser físicamente La Jornada, una guía de (o para los futuros) accionistas
de la sociedad mercantil en gestación, una foto de la elección de Payán como director general, una caricatura de El Fisgón, un anuncio del estreno mundial de Frida, de Paul Leduc, con las actuaciones de Ofelia Medina y Juan José Gurrola, y en la parte superior de la primera columna, a la izquierda, un resumen de todos los significados de la palabra jornada
.
Ese vocablo era el resultado de un debate que los fundadores de este proyecto sostuvieron durante largas tardes y noches en una casona de las Lomas de Chapultepec para escoger el nombre del periódico. Luego de descartar opciones como La Calle, El Correo o El Camino, las propuestas finalistas fueron dos: La Jornada y Rayuela. Como es más que obvio, la segunda obtuvo el premio de consolación al darle título a nuestro minieditorial de la contratapa, homenaje permanente a la novela y el espíritu de Julio Cortázar.
Un cuarto de siglo después de aquella noche inolvidable, La Jornada publica hoy su número 8814, cuenta con 9 ediciones regionales en toda la República, capta 73 millones de visitas anuales por Internet y, lo más importante, conserva intacto su capital ético. Porque La Jornada es, y seguirá siendo, un periódico diferente.