Duelo en mascotas
i entre los humanos el descuido y maltrato de parejas, hijos, padres y abuelos es cotidiano, mientras gobiernos, iglesias y medios lisonjean las bondades de la familia per se, imagine el lector las deficiencias relacionales entre mascotas y el grueso de sus propietarios.
Sin embargo, Aída Elena Olivares comenta: hace unos días leí en su columna sobre la muerte digna de mascotas pero no sobre el duelo de éstas. Mi familia y yo compartimos un tiempo delicioso con dos pequeños compañeros, Junior y Tamara, nuestros cocker spaniels, a los que amamos y proporcionamos cuanto contribuyera a su bienestar.
A su llegada los cachorros nos conmovieron, primero por pequeños y graciosos, luego por juguetones y después por sus travesuras, hasta perdonar incluso sus afanes destructivos con una sonrisa comprensiva. Conforme crecían su ternura nos fue envolviendo, ya que ambos lograban percibir nuestros estados de ánimo y cuando volvíamos a casa nos recibían con alegría.
Ese amor aumentó con el tiempo en una larga y fructífera relación de afecto recíproco. Tras una breve enfermedad Junior inevitablemente partió, no sin ser ayudado mediante la eutanasia con nuestro consentimiento. Junto con el dolor y el vacío nos quedó el recuerdo cariñoso.
Tamara se tornó triste y apartada, en un duelo animal que los humanos mal comprendemos y menos valoramos. Inquieta y melancólica la perrita volvía la cabeza en busca de su compañero desaparecido días atrás.
En algún libro leí que muchos mamíferos desarrollan patrones emotivos parecidos a los del hombre, como son celos, ternura, dolor, tristeza y alegría, y patrones conductuales como agresividad, aburrimiento y frustración.
Estos rasgos, decía el libro cuyo título no logro recordar, permiten al animal tener una cierta percepción de la desaparición física y un fuerte interés por la vida. Decidimos entonces actuar parecido a como se maneja el duelo entre los humanos, toda proporción guardada, y ofrecer a Tamara: mayor dedicación y tiempo para estar con ella. Caricias y apapachos más frecuentes. Hablarle con especial ternura. Animarla a salir a jugar y a pasear. Alentarla, cuando se negaba a comer, con algún premio o golosina, cuidando que todo ello no fuera en perjuicio de su comportamiento. Después de un tiempo pudo adaptarse a su nueva situación y volvió a ser nuestra Tamara, y una tarde, nos recibió con sus habituales muestras de alegría –concluye Aída Elena.