a alternancia en el Ejecutivo federal en 2000 dio como fruto una mediocre continuidad tanto del modelo de gobierno priísta como de su correlato: la conducción económica neoliberal. Sólo se le aderezó una paletada de tontería e ignorancia que Fox y sus gerentes aportaron. Ambos, como ya es más que evidente, no dan más de sí. Por eso el desencanto no tardó en cundir por todos los rincones de la patria. Por arriba y abajo crujió el sistema establecido, aunque de diversas maneras. Sólo un puñado de mandones, ya bien trepados en lujuriosos privilegios amasados durante los tres sexenios precedentes, supieron sacar enorme tajada para rellenar bolsillos e influencias.
No les ha sido suficiente. El cómodo grupo de presión que controla, manda y se sirve de cuanta institución se ha creado en la República decidió contrariar el sentimiento y la voluntad popular una vez más (2006). Encaramaron en la Presidencia, de ilegal manera, a un personaje por demás débil. Lo maniataron con sutiles y groseras correas y, desde ahí, continúan con su perseverante y cruenta labor de acumulación.
Ahora, encuentran que el señor Calderón ya no les es funcional a sus voraces apetitos. Él y sus acompañantes en la administración han dado tangibles pruebas de su ineficiencia, torpeza y nula visión de futuro. Al paso de los días, los panistas de elite se encierran con más llaves e interponen numerosas antesalas entre ellos y el resto de la población, en especial respecto de esos ciudadanos que habitan abajo, a los lados y en los arrabales circundantes. Tiene la plutocracia una salida bien planeada: un sustituto para 2012. El heredero lo han encontrado ya y lo empujan con el arma favorita (la televisión), quizá la única que les ha sido fiel, para introducirlo en sociedad. Lo acicalan con candor y gomina. Lo rodean de lo mejor (nice & cool) y, con trucados resortes de convencimiento popular, (lemas) lo presentan ante las masas teleauditivas. Contarán, para su labor de zapa y apaciguamiento de la conciencia colectiva, con varios aliados. En especial intentan apoyarse en las capas superiores de las clases medias. Serán ellas las adelantadas para desparramar puntos de vista afines y robustecer fobias contra los rivales. Esos estamentos sociales, donde el racismo hace de las suyas con una efectividad bien apreciada por la crítica orgánica, son los heraldos escogidos por los beneficiarios de la continuidad. Insistirán en expulsar a los nacos que acechan, sin rendición alguna, su oportunidad para trasladar su mayoría poblacional a otra de gobierno. Clamarán por la redición de los temores, mientras más etéreos mejor penetrarán en las almas timoratas, que son las más numerosas, según su corto entender.
Para su infortunio y pesada carga emocional, las elecciones de El Salvador les anuncian un grano adicional de preocupación en esta saga de la izquierda continental. El señor Caderón y sus protectores, guías y patrones se van quedando solos y de cara opuesta a los vientos que soplan por doquier. Empezando por Estados Unidos. Todavía no reparan bien en la disonancia que ya ocasionan entre sus posturas y las que pergeña Barack Obama. La visita de Lula a Washington debía ponerlos sobre aviso y sonar las alarmas. La crisis (quiebra profunda) de Wall Street les ha pasado de largo en sus efectos inmediatos, más aún en sus consecuencias estratégicas o de largo aliento.
Quieren, los hacendistas nacionales y empresarios subyugados por el imperio hegemónico falleciente, reparar de inmediato las pocas piezas obsoletas del sistema establecido para seguir haciendo de las suyas cuando la calma regrese. No se dan cuenta, o no quieren percibir, los profundos trastornos en los imaginarios políticos, sociales, económicos y hasta culturales que introdujo la crisis actual. El grueso del modelo imperante se vino abajo y no habrá forma de repararlo. En Latinoamérica han sucedido hechos de trascendencia y tal parece que seguirán su trayectoria, independientemente del pequeño grupo de padres e hijos
que los potentados ensamblaron para su reproducción, defensa o seguridad. La izquierda da pruebas de su capacidad para gobernar, hablar, inventar y producir por varios rumbos. México ha quedado arrinconado y la compañía de Colombia le acentúa dicha soledad. De persistir en tal ruta de colisión, no quedará otra que allanarse con potencias como Guatemala o Belice.
Mientras, en esta misma semana (al final de ella), se reunirá en el Distrito Federal un nutrido conjunto (miles) de activistas sociales y políticos de nuevo cuño. Uno que se empata, allá en la base de la pirámide poblacional, con millones que han empollado, en ellos mismos y sus comunidades, una nueva conciencia, individual y colectiva, que reclama su sitio en la convivencia organizada del país. Se les ha ensamblado con delicadeza y constancia ejemplares por todos los confines de la patria. No habrá ningún municipio que esté ausente de este conjunto de mexicanos alborotados por su nuevo papel entrevisto.
Los convencionistas visitantes quieren formar parte en la construcción de la nueva República. Lo intentan, y lo harán, trabajando desde abajo, con sus conocidos y vecinos que son, ciertamente, millones. Han resistido las apabullantes andanadas difusivas del aparato comunicacional del oficialismo, sus cercos y ninguneos, los chismes, desprecios a su inteligencia y demás conciliábulos para someterlos o, al menos, para atontarlos por un rato más. Son los que han alzado la voz disidente. Los que quieren ocupar el lugar que un futuro gobierno les depara en la construcción de la patria que sueñan. No solicitan ningún apoyo oficial, ni del dinero o de los prestigios adyacentes con sus agencias y altavoces reproductores. Sin difusión compulsiva que los arrope y hasta contra la más abyecta de las descalificaciones interesadas, provenientes, claro está, de los círculos selectos del sistema, irán ocupando el puesto en esta historia que, entre todos, han empezado a zurcir.