l pontificado de Benedicto XVI, sin más, atraviesa su peor crisis. Los demonios andan sueltos por los pasillos romanos y los reproches entre actores de la curia se han venido haciendo más abiertos. Inusual el tono de L’Osservatore, el diario de la Santa Sede, que denuncia Miserables filtraciones de noticias
. La sorprendente carta del Papa a los obispos, difundida a la prensa días antes de su presentación, pretende argumentar y admitir ciertos errores sobre el proceso de perdón a los lefebvristas, sin embargo, pone en evidencia grandes tensiones y disputas dentro de la Iglesia, así como, por el tono del texto, el aislamiento del pontífice y la crisis de gestión del aparato vaticano. La carta redactada de manera personal, expresa con claridad el pesar de un Papa que se siente incomprendido no sólo por la sociedad moderna, sino por sectores de su propio clero; Ratzinger lamentó el odio sin reservas
de algunos católicos, y llegó a reconocer que en la propia Iglesia se muerde y devora
.
La carta ha sido bien recibida por los episcopados rebeldes
al acercamiento del Papa con la fraternidad lefebvrista, como el austriaco, el alemán, el suizo y el francés, que habían externado reservas sobre la iniciativa pontifical. El tono ha cambiado. Por ejemplo, el cardenal de París, André Vingt-Trois, de manera lacónica expresó: Benedicto XVI ha escuchado y entendido aquello que se ha dicho
(La Croix, 15/03/2009). La prensa italiana ha destacado en las últimas semanas las fisuras dentro del grupo más cercano a Benedicto XVI, sus titulares destacan la soledad del Papa, el fuego amigo, la guerra en la curia al Papa incomprendido, la rebelión de obispos por el perdón a lefebvristas, etcétera. Al respecto, el cardenal italiano Tarcisio Bertone, secretario de Estado Vaticano, ha venido recalcando insistentemente que el Papa no está solo y que sus colaboradores le son fieles; con diferentes argumentos rechaza los análisis de los principales vaticanistas italianos que consideran una crisis profunda en el pontificado actual. El destacado analista en temas pontificios Marco Politi concluye, en La Repubblica, de manera contundente: algo está funcionando muy mal en la curia romana
. Como si todo esto fuera insuficiente, se detonó otra bomba proveniente de una apartada y pobre región nordestina de Brasil, con la excomunión a médicos y una madre brasileña por el aborto de su hija de tan sólo nueve años, violada por su padrastro, con un embarazo que ponía en definitiva en riesgo su vida. La histriónica intervención de excomunión del arzobispo de Olinda y Recife, José Cardoso Sobrinho, provocó un rotundo y sonoro rechazo nacional e internacional generalizado. La excomunión fue avalada en su momento por Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; acentuaron la crisis sin precedentes que recae en Roma y cuyo objetivo, de nuevo incide en Benedicto XVI.
Medios, sobre todo europeos, laicos y no pocos clérigos cuestionan la conducción de Benedicto XVI, critican su mandato y visión por exhibir una Iglesia rígida ante las nuevas exigencias del mundo. A punto de cumplir 82 años, a casi cuatro años después de haber sido elegido Papa en abril del 2005, Joseph Ratzinger se enfrenta a una serie de críticas abiertas e inéditas dentro y fuera de la Iglesia, que sólo se puede comparar con los reproches hacia Paulo VI cuando publicó en 1968 la encíclica Humanae vitae. El teólogo Hans Küng, actualmente de visita en España promoviendo su libro autobiográfico, se preguntó por qué el Papa sólo ha extendido la reconciliación a los sectores más conservadores de la Iglesia y no con los teólogos reformistas del concilio. También externó que el pontificado de Benedicto XVI no sólo ha decepcionado, sino que será recordado por sus continuos errores y, ante esta sacudida, espera que acepte estas críticas, porque todos podemos ser objeto de la corrección fraterna
(El País, 16/03/2009).
Efectivamente, la ofensiva cultural de Ratzinger contra el relativismo marca su pontificado con el sello de la intransigencia y la pretensión de cercar en Occidente el debate público. Sin embargo, ha cometido errores mayúsculos, como en Ratisbona frente al mundo musulmán; sus comentarios incorrectos frente a los indígenas americanos en el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam); el nombramiento de obispos ultraconservadores o posturas rígidas y hasta insensibles, como el caso de la niña brasileña o la sonada eutanasia de la italiana Eluana Englaro. Otro nudo central de la crisis que enfrenta Benedicto XVI es el lugar, la interpretación y la pertinencia del Concilio Vaticano II. Como señalábamos en una entrega anterior en La Jornada, se le reprocha al Papa abandonar o ejercer una lectura conservadora del concilio. El Papa en la carta mencionada advierte con tono de reproche: Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive
. Benedicto XVI rechaza la interpretación que acentúa el espíritu
y no la lectura desde la tradición.
Su primera visita a África abre un paréntesis y una tregua necesaria. A su regreso seguramente habrá ajustes. En los más de 20 años que hemos venido siguiendo el comportamiento del Vaticano, jamás habíamos observado una crisis tan profunda y sonora, donde la visión, la autoridad y la confianza hacia un pontífice se pongan en cuestión. Su imagen se ha venido erosionando. Pocas veces un Papa ha expresado, en una carta tan fuera de lo común, su sufrimiento en el cargo de forma tan personal, así como recriminar posturas autodestructivas dentro del cuerpo eclesial. Con el mordaz sentido del humor italiano, en los cafés cercanos a la Plaza de San Pedro, se dice que el Vaticano necesita en su cabeza un nuevo Obama y no un viejo Bush.