o se dio en la periferia extrema del capitalismo desarrollado. Se dio en el mismo confín de la opulencia, en la periferia próxima, en la frontera con el imperio. Lo que ocurre hoy en Ciudad Juárez, y en toda la frontera norte de México, no es sino la comprobación en los hechos del fracaso de una manera de maximizar las ganancias y minimizar los costos para los capitalistas y su Estado: el capitalismo minimalista.
Fordismo al revés: una vez que se integran los mercados mundiales y se globalizan los procesos de producción, los genios neoliberales pensaron que parían una nueva etapa del capitalismo. Ya no era necesario pagar bien a los trabajadores y crear un amplio mercado para lo que ellos mismos producen. Ya no era necesario suavizar la lucha de clases mediante aumentos salariales, buenas condiciones de trabajo, reconocimiento a sindicatos representativos de los trabajadores, operación de un Estado benefactor. Con el grueso de los consumidores fuera de las fronteras, con los países pobres pujando por abaratar mano de obra y dumpear condiciones de trabajo, el modelo maquilero tenía todo para triunfar.
Minimalismo en salarios y prestaciones sociales. Con la industria de sustitución de importaciones quebrada por los tratados comerciales, con la agricultura en vías de desmantelamiento por la misma apertura comercial y las políticas que sólo favorecen a los grandes productores, la competencia por un puesto de trabajo fijo se torna despiadada: lo gana quien está dispuesto a perder más. Se consolida así un régimen de salarios bajos y prestaciones de acuerdo con la productividad en la industria maquiladora. Pero en cuanto sobreviene una crisis como la posterior al 11 de septiembre, se contraen salarios y se esfuman prestaciones. Al fin y al cabo siempre habrá haitianos, hondureños o africanos que estén dispuestos a trabajar por un dólar al día.
Minimalismo en derechos laborales. Este régimen sólo puede sostenerse sin el estorbo de sindicatos independientes y representativos o con la ayuda de sindicatos charros o blancos. Las centrales oficiales, CTM y CROC a la cabeza, están dispuestas a jugar el segundo juego. Vender contratos de protección a empresas, inventar sindicatos que nunca ven los trabajadores cuando requieren defenderse, sólo a la hora de pagarles cuotas. El laissez faire, laissez paser en versión de la gerontocracia autoritaria de los sindicatos antiobreros.
Minimalismo en las condiciones de vida. Para un Estado –como el mexicano– que hace mucho dejó sus veleidades de Estado de bienestar, con que las trasnacionales traigan empleos al país basta. Adopta una actitud minimalista en la defensa de los derechos de los trabajadores. En la exigencia del cumplimiento de las normas ambientales. Construye sólo la infraestructura mínima para que las empresas operen bien, con ganancias. Los parques industriales son oasis de orden, buen gusto y limpieza entre los terregales, las viviendas precarias, las calles repletas de basura. Minimalismo en el transporte urbano: que lo garanticen con prestadores privados los maquileros, o los viejos carros chocolates de los trabajadores.
Minimalismo también en la vivienda. Sólo la necesaria para la reproducción simple, muy simple, de la fuerza de trabajo. Casas de 40 metros cuadrados, fraccionamientos hacinados, sin espacios de convivencia; materiales y diseños de pésima calidad. Minimalismo para que los trabajadores puedan sólo dormir allí, y los fraccionadores y desarrolladores ganar lo máximo.
Minimalismo en el desarrollo social. Basta con que la mayor parte de la familia tenga empleo, así sea mal pagado. Si tienen trabajo para la semana y antros para los fines de semana, ¿para qué más escuelas, opciones de cultura, guarderías o centros para prevenir o tratar adicciones?
Complot de capitalistas y Estado en sus diversos niveles y órdenes. Éste pensó que con una intervención mínima ayudaría a aquellos a no tener respuesta en la lucha de ellos contra las clases trabajadoras. La fórmula empleos-bajos salarios-antros-alcohol-drogas-desmadre urbano parecía más eficaz que cualquier forma de represión o cooptación.
Pero la realidad les respondió por donde menos lo esperaban. La violencia, huérfana de los dos grandes conflictos del siglo XX, como señala Wieworka, de la confrontación Este-Oeste, y de la lucha de clases, les brotó virulenta, escurridiza, omnipresente, multiforme, incontrolable, posmoderna, desordenadora. No la violencia creadora, con utopía, de los oprimidos, sino un big bang de explosión final de la violencia callejera, la doméstica, la de las bandas, la del crimen organizado, la de quienes dicen combatirlo. La violencia perversa, anómica.
La violencia que ahora empapa nuestra frontera norte no se generó sólo por la acción de los malos. También se ha desarrollado y crecido por las acciones, omisiones y complicidades de quienes desde el Estado, desde la empresa o desde la sociedad se beneficiaron del capitalismo minimalista. A éste también hay que juzgarlo como factor de la inseguridad.