Centenares de personas aclamaron al pintor durante su recorrido/performance yoruba
Mediante una fiesta de formas y colores hace un llamado a la paz
, dijo a La Jornada
Martes 31 de marzo de 2009, p. 6
La Habana, 30 de marzo. El retorno de Manuel Mendive fue apoteósico. En un acto multitudinario dentro de la décima Bienal de La Habana, centenares de personas lo vitorearon, aclamaron, reconocieron y mimaron en su largo recorrido/performance yoruba, un kilómetro a pie, una intensa caravana de medio centenar de artistas y decenas de personas celebrando al maestro desde una escuela primaria hasta el Gran Teatro de Cuba, en cuya Galería Orígenes mostró lo más reciente de su trabajo, un espejo cósmico donde se reconoce buena parte del pueblo cubano.
A sus 65 años, Manuel Mendive es una de las glorias de la pintura cubana. Peces, tortugas, aves multicolores, cuerpos desnudos. Ni el simbolismo ni el primitivismo lo definen a pesar de que linda sus contornos.
La fuerza expresiva de sus obras retrotrae la energía espiritual, la poética de sus ancestros africanos y mediante los elementos constitutivos de la santería, la magia, una mirada en redondo a sus entornos y sobre todo la expansión cósmica de lo ritual distinguen su obra, que ha dado vueltas al planeta y se enclava en las querencias entrañables de la gente.
Después de mucho tiempo que no exhibía en galerías, Mendive preparó una exposición compuesta por acrílicos, óleos, esculturas, tallados en madera, instalación y magia.
La tituló El espíritu, la naturaleza: cabezas y corazones.
Por la unión y el amor
La intención de Manuel Mendive, explicó la noche del domingo a La Jornada, es hacer un llamado a la paz mediante una fiesta de las formas y los colores, y decir cosas hermosas. Este cariño que me ha mostrado la gente esta noche me ayuda a vivir. El mundo es muy grande, pero tiene complicaciones. Por eso titulé así mi exposición, porque solamente con unión, comprensión y amor podemos ser felices en este mundo. Lo más importante es la luz, los pensamientos luminosos, justos. El amor
.
Un ejército de bailarinas, bailarines, músicos y oficiantes yorubas emprendieron caminata en un punto convenido del centro de La Habana. Prepararon tambores batá, cencerros tricéfalos, pífanos y cantos yorubas puertas adentro, y en cuanto hicieron su aparición en la calle, los transeúntes, desprevenidos acudieron de inmediato al llamado espontáneo de tambores, canto, cuerpos pintados, danzantes sensuales.
Al paso de la caravana de los cuerpos cadenciosos se unieron multitudes. Junto al fuego que portaban centinelas, altares de santería ambulante y algarabía de cánticos y rezos, se unieron vítores de sorpresa y alegría: ¡Maestro! ¡Arriba Mendive! ¡Bravo, maestro! Pocas veces la palabra maestro adquiere su significado verdadero. La noche del domingo en La Habana fue una de esas ocasiones.
Cuando llegaron al Gran Teatro de Cuba, otra multitud los esperaba bajo el arquerío monumental y frente a la elegancia del vetusto inmueble.
El historiador Eusebio Leal hizo el discurso de elogio, habló de los peces, las tortugas, las aves multicolores y los cuerpos que pinta Manuel Mendive, quien retornó al parque próximo, donde la caravana continuaba su ritual yoruba y ahí pintó una tela larga y blanca con los puntos blancos con los que también había pintado los cuerpos semidesnudos de los bailarines y las bailarinas, llevó la tela hacia un estrado elevado y ahí siguió la ceremonia.
La pianista Pura Ortiz se sentó ante un teclado e hizo sonar el Concierto Italiano de Bach a velocidades lentas, siguiendo el ritmo lento inexorable de Glenn Gould en su segunda versión de las Variaciones Goldberg.
Momento glorioso para el arte
Alumbrados por la música de Bach, los bailarines y las bailarinas se desnudaron y entonaron con sus cuerpos de mulatos una danza lenta y suave, lenta y firme, lenta y vigorosa. Una cámara lenta flotando en humo de incienso y fuego tenue.
El esplendor de la fiesta de los cuerpos coronó entonces la alegría. Los cuerpos desnudos reales se espejeaban con los cuerpos desnudos en un óleo gigantesco frente a ellos pintado por Mendive y junto a ellos volaban los peces, nadaban las aves, flotaban todos en el cosmos.
Enseguida se procedió a inaugurar la exposición de óleos, acrílicos, maderas, esculturas y fue imposible para los ujieres controlar el acceso, pues la multitud se arremolinó sobre la majestuosa puerta de madera antigua y cristales opacos y entró como una masa febril y jubilosa a admirar las obras de arte galería adentro.
Pocas veces un pintor es aclamado en las calles, acariciado por el pueblo. En muy contadas ocasiones en la historia una exposición es abierta con tal tumulto popular. La noche del domingo fue uno de esos momentos gloriosos en toda la historia del arte.
Y sucedió una epifanía: eran las diez de la noche y bajo el arquerío colonial, entre las columnas de piedra, sobre el mármol y bajo el techo del vestíbulo aparecieron, nadie sabe de dónde, dos aves multicolores, tan reales como que todos las escucharon cantar.
Una pareja de aves que volaba en círculos, unía sus picos, danzaba otra danza como de grullas, lenta y suave, lenta y volátil, lenta y vaporosa, parecida a la que habían ejecutado las bailarinas y los bailarines con sus cuerpos tan desnudos como los óleos de Manuel Mendive.
Pocas, muy pocas veces suceden estas cosas en la vida.