n México el olvido es una fuerza nacional que nos hace posible regresar felizmente al pasado, como si hubiésemos cambiado. La gran fuerza emergente gracias al olvido es el PRI, que en nueve años logró que se olvidaran 70 años de régimen autoritario.
El olvido ha servido para restaurar el clientelismo priísta como política revolucionaria contra el neoliberalismo. Practicar la corrupción para combatir la corrupción, extorsionar y sobornar para la causa suprema de alcanzar el poder presidencial.
Gracias al olvido el fin justifica los medios y se puede hacer todo lo que hacía el PRI para decir que se combate a la derecha. El olvido es necesario para ser reaccionarios diciendo que somos revolucionarios.
Se olvida por interés, por conveniencia, por recomposición, por creer en otra cosa, por oportunismo, por engañarnos a nosotros mismos, por necesidad de cambiar, por sobrevivencia, por concluir y también por empezar.
Olvidar nos ayuda a justificar lo perdido, lo que no podemos cargar por nuestras debilidades, lo que queremos construir sin cimientos o crecer sin raíces. El olvido justifica la falta de historia y hace radicales desde el gobierno a quienes nunca lucharon por ganarlo.
La historia es la gran enemiga del olvido, por eso hay quienes combaten la memoria y los hechos del pasado para inventarse un presente crítico y luminoso. El olvido es el cemento de los advenedizos, los que nunca arriesgaron nada ni lucharon por nada y quieren destruir lo que jamás construyeron.
Los autoritarios de hoy, gracias a su inexistencia histórica, proponen acabar con lo que no controlan y dirigen desde lo que nunca han sido.
La memoria genera caos, desestructura a los sectarios, desenmascara a los agentes, revela a los enemigos del cambio. La memoria histórica, como antídoto del olvido, dibuja trayectorias políticas personales, desnuda a los provocadores y reventadores, a los que liquidan las fuerzas, porque éstas no se someten a sus designios.
La memoria sirve para descubrir alianzas añejas, coyunturales y actuales, donde los aliados se califican y se salpican unos a otros con la misma ética, aunque aparezcan en distintos teatros.
El olvido inmediato sirve para acusar falta de estatura y demandar decoro, mientras se instruye el fraude. La falta de memoria sirve para aquellos que, luego de construir el ejido, pidieron destruirlo por no ser viable.
Gracias al olvido hay los que exigen abandonar el barco, cuando nunca se han subido, y avientan anclas como salvavidas.
Gracias al olvido se puede cambiar de ruta y los que eran en todo caso compañeros de viaje, ahora son los que deciden los objetivos y el rumbo.
Los que ahora dirigen, no desde la tribuna, sino desde el púlpito; los que ofrecen la catástrofe como escalera se sustentan gracias a la fuerza del olvido y luego de ganar batallas se avergüenzan de sus soldados.
El olvido es una forma de ignorancia adquirida, a veces por omisión, otras por comisión.
El olvido sirve para inventarnos y decir que fuimos o somos distintos a los actuales. Olvidando el pasado se puede hoy, gracias al poder, construir estatuas de arena y creer a los que nos combatieron (porque desde nuestras filas ahora nos arengan) irnos al precipicio.
La política sin memoria, como diría Marx, es tragedia y es comedia, porque se repite. En México, gracias al olvido, el pasado se imita y, como en escenilla de gala, actores y público se sueñan en un hecho histórico haciendo teatro. La política sin memoria es historicidio, esfuerzo inútil, motivo de burla.
Gracias al olvido se presenta como inédito lo ya existente. Gracias al olvido se construyen ídolos a modo para cada ocasión. Gracias al olvido no hay que preguntar, porque toda respuesta puede destruir las estatuas de sal y las éticas más relumbrantes. No hay que olvidar que el olvido tiene su devoción y fantasía del poder, ya sea para que permanezca eterno, para que regrese o para que caiga, según sea desde abajo o desde arriba que se mire.
El olvido es la ideología del fariseo, del oportunista, del agorero, del quinta columna. Hay cosas inusitadas que hace el olvido: convierte al demagogo en puro y sincero.
Hay dos tipos de políticos: el que hace política con su ego, resentimiento y olvido y el que la hace con la memoria, la propuesta y el interés de todos. No se puede construir una nueva sociedad sólo con proyectos organizativos que van destruyendo y olvidando los anteriores, sin memoria ni propuesta para construir el futuro.
Hoy, gracias al olvido, al mismo tiempo que regresa el PRI paternal, bondadoso, represor, que es centro y derecha al mismo tiempo, patriarcal, idiosincrático, tricolor, único, inmortal, absoluto, generacional, raíz y cultura nacional, homenaje, fábrica de verdades, a la izquierda electoral se la lleva el carajo por haber querido ser como el PRI y haber terminado como su caricatura.
Por eso son necesarias las memorias del olvido, para no hacer de lo nuevo la repetición de lo que hicimos.
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