U2: sin línea en su horizonte
ada que el cantante irlandés Bono (Paul Hewson) levanta un dedo o emite pronunciamiento alguno, es noticia, no sólo para las secciones de espectáculos, sino para las de política, cual si hablara un estadista, un premio Nobel o un escritor. Sin embargo, aunque tal protagonismo le ha merecido la admiración y respeto de muchos dentro del ámbito social, en el terreno de la música su activismo ha orillado a otros a sentir fastidio y aburrimiento hacia su persona, sensación que al menos después del magnífico Achtung Baby! (1992), el entrañable Zooropa (1993), o hasta el extravagante Pop (1997), ha obnubilado la posibilidad de escuchar abierta y objetivamente a U2, histórica banda que Hewson encabeza desde 1976, con misma alineación: The Edge (Dave Evans) a bordo de su emblemática y volátil guitarra, Adam Clayton tras el sólido bajo, Larry Müllen Jr. en la batería cómoda, limpia, exacta.
Tampoco han ayudado los álbumes con que emprendieron el siglo, All that you can’t leave behind (2000) y How to dismantle an atomic bomb (2004), harto complacientes, comparados con el camino de riesgo, propuesta y frescura que este cuarteto acostumbró poner sobre la mesa en cada disco, desde su aparición en el orbe musical.
Pero cinco años han pasado. Y mientras en sendos discos se pasaron de cursis (All that…) o de artificiosos, al buscar retomar su aire grandilocuente, mediante caminos fáciles (How to…), en un esfuerzo por sostener su mega-estatus (preservado por sus giras deslumbrantes, con conciertos colmados de melodías de sus mejores tiempos), de mano de Brian Eno y Daniel Lanois, productores de primer orden (quienes co-escriben muchos de los nuevos temas), U2 emite en 2009, No line in the horizon (en el mismo orden de sus antipáticos títulos largos recientes).
Fundamental será desvanecer telarañas, hacer de lado al Bono activista y escuchar de manera llana; desprejuiciarse de la corrección política del cantante y dejarse sorprender por un álbum que supera en exploración musical, respecto de ellos mismos, a sus dos entregas previas. La mano de Eno y Lanois es evidente en cuanto a crear una atmósfera enigmática, melancólica, confidente, arrojada, no melosa, con canciones que reflexionan alrededor del amor, la culpa, el terrorismo y la trascendencia, con la exigente y curtida lírica de Bono, sobre todo en tracks como Magnificent (la mejor, sin duda), el tema que nombra al disco; Unknown caller, la bluesera Breathe y la suave Cedars of Lebanon.
Sin embargo, conforme el disco avanza, la redondez se va perdiendo, y la línea de su horizonte se desvanece entre canciones que se disparan respecto de las primeras, al sonar forzadas, en un intento de roquear
de nuevo: el sencillo Get on your boots, Stand up comedy (buscando las guitarrosas fórmulas empleadas en temas como Vertigo o Elevation), o la balada encendida, ultra-U2-esca, I’ll go crazy if you don’t go crazy (curiosamente, en la autoría de esas tres no intervino la dupla productora). No son malas, pero sí efectistas, casi predecibles.
Es en los demás tracks, así como en el mood ambivalente de los dos extremos citados, que el disco se cuartea un poco: ¿Es un disco sincero, o irónico y juguetón? ¿Es serio y aventurado, o va por el trancazo comercial, haciendo uso de sus propios estándares? Pues pareciera que es un poco de todo, para todos los públicos. Sin embargo, dicha versatilidad no se siente natural sino que suena a premeditación lejana a la profundidad que correspondería a un artista que se proclama tan honesto, y cercana a la inseguridad del inexperto, incomprensible en una banda de tan importante trayectoria.
Es por ello que al acabar de oír el álbum, la sensación es confusa: si bien tiene grandes momentos (difícil es que U2 emita algo pobre), no es un cúmulo de temas que deje sin aliento. Además, insisto, las composiciones no reflejan un alma del todo entregada, sino un esmero por conservar su súper-estrellato; y no hay nada tan poco atractivo como el esfuerzo por agradar. Por ello, los mejores instantes del disco se dan cuando se relajan y no tratan de demostrar nada.
Así, como su portada indica, el disco se divide en dos planos: corazón y cerebro, bolsillo y espíritu, sin fusionarse del todo. Y si bien U2 sale avante, con la dignidad en alto, en este su doceavo disco no logra sacudirse el tufo de estancamiento que cargan desde el 2000 (que se refleja incluso en el look estático, aburrido, de sus integrantes). No ha llegado el día en que alguna sacudida les permita recuperar el arrojo que tuvieron en sus años de mayor brillo. La pregunta es: ¿llegará el día en que se distinga de nuevo una línea clara en su horizonte, o cada vez se alejarán más de tal condición creativa, apoltronados como están en sus laureles? Hasta ahora al menos, el nivel de su estrellato les brinda un privilegio: seguir teniendo otra oportunidad.