Danza australiana
hunky Move, de Australia, fue la compañía seleccionada para el 25 aniversario del Festival de México del Centro Histórico 2009, dirigido ahora por José Wolffer. El australiano Gideon Obarzanek, fundador, director y coreógrafo de la agrupación, junto con Robin Fox, artista del software-láser y del sonido, y seis extraordinarios bailarines, concretaron la visión creativa de una nueva danza para el siglo XXI.
Se trata de la más reciente tendencia de los buscadores de vetas magníficas, en las que el arte y la tecnología ensamblados en la estructura de los movimientos corporales, hoy por hoy, representan verdaderamente el salto cualitativo que requiere la fusión de elementos del siglo XXI.
La multiplicidad de lecturas en Mortal Engine, como se llama la obra de Obarzanek y compañía, presentada en los últimos días de marzo en el teatro Julio Castillo en el mencionado festival, colmó de espectadores ansiosos el butaquerío para vivir absortos y entregados la serie de secuencias, cada vez más asombrosas de la agrupación australiana.
Sobre una enorme plancha inclinada hacia el público al menos unos 45 grados, y a manera de piso, frente al respetable, luz y sonido nos ubicaron en algún extraño páramo cósmico, o tierra abatida, yerta en un gélido ambiente, en el que parecía el génesis de otra humanidad.
Sobre el escenario, los brazos de un cuerpo dislocado se movían rápidamente, como patas de insecto, o larvas naciendo... Un tronco humanoide, que puede ser cualquier cosa antes que una estructura corporal formal, nos dice que el señor Obarzanek ha roto definitivamente con el concepto de idea, forma y pensamiento de la danza convencional. Sin embargo, el dominio, la belleza y la elasticidad de sus bailarines, habla del profundo conocimiento de la mecánica corporal y todos sus antecedentes académicos posibles.
Esta gente, como Obarzanek mismo, lograda en las escuelas de danza y academias australianas y europeas ha comprendido y realiza perfectamente, desde lo más recóndito de la inteligencia muscular, esta danza completamente distinta.
No sólo se trata de una nueva concepción de la idea, forma y pensamiento, sino de actitud, de proyección escénica con la poderosa personalidad que templa el dominio del conocimiento, sensibilidad y talento para abordar esta nueva danza, interpretar y hacer sentir al público, en la boca del estómago, ese suspenso provocado por mundos extraños y atemorizantes, seres distintos, mutantes e indiferentes.
Solos como una humanidad sobreviviente, fantástica, en un inquietante mensaje sobre el futuro, tal vez ya a la vuelta de la esquina.
Despersonalizados, más bien entes que individuos, se juntan unos a otros, buscándose casi a ciegas, devorándose o reproduciéndose, transformándose constantemente en aquella desolación helada, iluminada por una conciencia robótica; expresada en la excelente concepción lumínica y sonora del señor Robin Fox.
En ella interactúan sombras, que se alargan hasta el infinito convirtiéndose en millares de insectos, como enormes cucarachas que veloces descienden por aquella rampa, como si fueran a invadir nuestra cómoda butaca, en un torrente incontenible y emocionante.
Sólo en una ocasión, una pareja tomada de la mano, incrustada en un muro verticalmente, como criaturas fósiles humanas, empieza a despertar, desprendiéndose poco a poco para establecer, solo por algunos momentos, la humanidad de sus figuras, que pronto, en este extraño renacimiento se suman y dividen una vez más en seres mutantes, sin historia.
De Mortal Engine, de Gideon Obarzanek y compañía, podría hacerse una analogía, en el renglón de la danza, con la obra futurista de artistas de todo género, desde el cómic hasta Huxley y otros, que en las artes plásticas, la música y el cine nos han mostrado un inquietante panorama, en el que el mundo desolado se debate por reiniciar la historia de la humanidad destruida por sí misma.
El público, con el aliento contenido a largo de los 55 minutos de la obra, ante el sorpresivo final, una vez repuesto, estalló en las clásicas exclamaciones ¡ohhhh! ¡ah!, mientras sus manos batían el aplauso durante varios minutos ante la tierna y gentil sonrisa de los seis bailarines, casi infantiles, sencillos y agradecidos, completamente distintos a los seres que habían interpretado unos segundos antes, totalmente transformados.
Ellos son, Kristy Ayre, Sara Black, Amber Haynes, Antony Hamilton, Lee Serle y Charmene Yap. Enhorabuena.