uando el mercurio ascendía por el capilar del termómetro anunciando el incendio del mundo, solía echarme sobre las frescas baldosas del patio para hojear las revistas médicas que los laboratorios enviaban a mi abuelo. Medical Doctor News Magazine (MD), dirigida por el escritor y médico republicano catalán Félix Martí Ibáñez (1911-72), era mi favorita.
En MD entendí (mejor que en los aburridos textos de biología) que los microbios (microrganismos) portan bacterias y otros seres unicelulares. Supe que hay microbios cuya función es producir anticuerpos
, impidiendo que los virus (seres más diminutos, medio muertos, medio dormidos) se devoren a la célula.
En la antigüedad, los microbios se llamaban miasmas o efluvios malignos. Pero en 1796, inquieto por los estragos de la viruela y las rudimentarias técnicas que la combatían (variolización), el médico inglés Edward Jenner reparó en la vacuna
, enfermedad pustulosa de las ubres de las vacas. Los campesinos que las ordeñaban aseguraban que la vacuna los inmunizaba contra la viruela.
El cirujano John Hunter, su maestro, le dijo: no piense, Jenner, experimente
.
Temblándole el pulso, Jenner inoculó con pus de un grano de viruela a un niño de ocho años que no había sufrido ni de vacuna ni de viruela. El chico enfermó varios días, pero al décimo sanó. De ahí la palabra que toma su nombre de la enfermedad animal.
Más tarde, el médico Johannes Müller (1801-58) recomendó (¡atención, burócratas!) la inclusión de la filosofía en el estudio de las funciones de los seres orgánicos (fisiología). Dijo: no es el pensamiento abstracto sobre la Naturaleza el campo de la fisiología. El fisiólogo tiene noticia de la Naturaleza para pensarla… por mucho que se pruebe la Naturaleza por la fuerza, en la miseria dará siempre una respuesta doliente.
Pionero de la investigación experimental, Müller le dio alas a la anatomía, zoología, histología, patología, y otras disciplinas que sentaron las bases de la microbiología. Entonces, cambió la actitud de los científicos: el estudio de los microbios por lo que eran
y no por lo que hacían
.
Sólo de 1881 a 1885 la inmunología explicó la capacidad del cuerpo humano para resistir y vencer las enfermedades infecciosas, se identificó el mosquito transmisor de fiebre amarilla, se aislaron los bacilos de la tuberculosis, el cólera, el ántrax, y se aplicó la primera vacuna contra la rabia. Sin embargo, los avances médicos estaban (¿están?) impregnados por un virus no biológico: el cientificismo. ¿Seguimos creyendo que el propósito de la medicina consiste en derrotar a la muerte? Si nuestra especie consiguiese llegar a fin de siglo, es de esperar que finalmente entienda que los remedios
y las vacunas sólo pueden prevenir el sufrimiento físico, contener las epidemias, alargar las expectativas de vida.
En tal sentido, la noción de seguro médico
resulta hipócrita y falaz. Un invento del cientificismo neoliberal. Prevención no es igual a seguridad. ¿Seguridad para quiénes? En los países pobres, el gasto en salud es de 11 dólares anuales, frente a mil 900 en los países ricos y, en algunos casos, 150 veces esta cifra (Population Referente Bureau, Washington, 2004).
De eso deberían dar cuenta los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud, totalmente cooptados por los grandes laboratorios médicos que, junto con las corporaciones agroindustriales, lucran con la salud de las especies vivientes (humana, animal, vegetal), situándonos en los umbrales del ignoto sistema extrasolar Zeta II Reculli, traído a cuento en la película Alien (Ridley Scout, 1979).
En Alien, la nave Nostromo recibe una señal de advertencia que la computadora confunde con un SOS. Los astronautas descienden en el planeta indicado y dan con otra nave, detenida en el tiempo. En la sala de mando encuentran huevos embrionarios. Uno se rompe y aparece un ser que se adhiere al rostro de un tripulante. La criatura es aplastada. Pero de ella aparecen otras que acaban por infectar a todos. En Hollywood, el final feliz es obligatorio. No obstante, la historia de Alien resulta interesante por su moraleja: los intereses políticos que propiciaron el desastre.
Toca recordar que en asuntos de salud pública, una sociedad sin educación y comunicación queda librada al caos informativo de los medios privados, siendo fácil presa de políticas planificadas de control social, y de paranoias decretadas de antemano.
La bella y erudita prosa de Martí Ibáñez (crónicas de viajes, reflexiones literarias y filosóficas) da cuenta de la historia de la medicina en su lucha contra la ignorancia, madre de todas las guerras, dolencias y epidemias de la humanidad.
En la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), tío de Félix, escribió: La Bestia nunca muere; todo lo más, se oculta durante algún tiempo
. La bestia... ¿No es hora de ponerle nombre y apellido?