Crisis del capitalismo mundial/XVII
La influenza: otra dimensión de su descomposición total
ehová expulsó del jardín del Edén a Adán y Eva después de que comieron el fruto del árbol de la sabiduría, lo que los hizo sabios, para impedir que también comieran del árbol de la vida, lo que los haría inmortales, con lo cual serían como dioses: sabios e inmortales. Una vida consciente de sí misma y del mundo, dotada del instrumento formidable de las manos para transformar el mundo, de postura erguida que le permitió ver más lejos, el Homo Sapiens, una vez que controló el fuego y dominó a las bestias de pieles gruesas, pudo poblar todo el planeta.
Encender el fuego para calentar la cueva fue el comienzo de la emisión de gases a la atmósfera que hoy producen el efecto invernadero y el calentamiento global. Pero se requirió del desarrollo masivo de ciudades cada vez más grandes y pobladas, y la concentración de creciente población en ellas, para que las emisiones de gases de efecto invernadero crecieran de manera exponencial. Las megalópolis son producto del capitalismo industrial, pues la fábrica es la primera forma de producción permanente que requiere de fuertes concentraciones de seres humanos en espacios reducidos, y de formas nuevas de energía. Por ello la revolución industrial disparó la contaminación de suelos, agua, y atmósfera.
El ser humano domesticó algunos animales que le eran útiles, pero el capitalismo, en su búsqueda insaciable de ganancias, generalizó el modelo industrial a la crianza de animales (cerdos, aves y reses). Los horrores de este sistema, aplicado por una trasnacional, en la cercanía de Perote, para la cría de decenas de miles de puercos hacinados viviendo literalmente en la mierda, narrados por Alejandro Nadal en La Jornada (06/5/09 y entregas anteriores), superan cualquier novela antiutópica. Hay fuertes indicios de que la influenza (o gripa) porcina (al igual que la aviar) expresan la Némesis animal que hoy amenaza la salud del ser humano1.
En 2008, antes del estallido de la crisis financiera y económica, el planeta vivió una severa crisis alimentaria que, aparte del componente especulativo que tuvo una fuerte presencia, estuvo determinado, como lo será de aquí en adelante, porque el modelo agrícola (altos rendimientos por hectárea basados en monocultivos con altísimas dosis de agroquímicos que contaminan el suelo y el agua), al lado de la crianza animal industrial, está llegando a los límites de su productividad y está enfermando al ser humano directamente (al comer carne, leche y huevos de animales saturados de hormonas y medicamentos) e indirectamente a través de las influenzas aviar y porcina y la enfermedad de las vacas locas: Némesis alimentaria.
¿Quién podría imaginar que la aplicación del modelo industrial a la cría de aves y puercos habría de llevar a las autoridades al extremo de prohibir la realización de actividades docentes y (una parte) de las productivas para, así, reducir la cercanía y la interacción entre seres humanos y, con ello, tratar de parar la transmisión del virus de influenza porcina? En las dos semanas infernales que han pasado desde que se nos hizo saber (tarde y mal) que estábamos en crisis de salud, me encontré varias veces conversando sobre cómo parar la mayor parte de las actividades económicas sin dejar morir de hambre a los seres humanos, la mayoría de los cuales vive al día y sólo tiene ingresos cuando trabaja. Incluso pensando que sólo sobrevivirían quienes pudieran tener acceso a un pedazo de tierra que sembrar y cosechar.
Cuando ocurren crisis tan extremas como ésta, se hacen transparentes, casi visibles y palpables, verdades fundamentales (y elementales) que, sin embargo, los científicos sociales
al servicio del establishment niegan cínicamente: 1) Que del trabajo humano depende la generación de riqueza real (valores de uso) de los que, a su vez, depende la generación de valores monetarios y de ganancias capitalistas, ya que sin la presencia en las empresas de sus trabajadores y empleados (aislados por la influenza), éstas dejan de funcionar. 2) Que tampoco pueden seguir funcionando las empresas cuya clientela, por miedo al contagio, deja de consumir sus productos
(restaurantes, cines, museos). 3) Que el consumo de casi todo se puede posponer, menos los alimentos, el agua y el gas para cocinar: se podría parar la economía, excepto la producción, transporte y comercialización de alimentos, el abasto de agua y gas, y los servicios de salud, así como de todos sus proveedores esenciales. 4) Que, por tanto, a largo plazo, la supervivencia de la humanidad depende de que se resuelvan las crisis alimentaria y ambiental y, desde luego la de salud, mucho más que la económica, ya que ésta pone en riesgo, más que a la humanidad, al capitalismo. 5) La salud es un bien colectivo y no sólo individual. Como brillantemente señala Asa Cristina Laurell, secretaria de Salud del Gobierno Legítimo, en La Jornada del día de ayer (p.3a), la “primera víctima de las reformas de salud bajo la lógica mercantil y de competencia, es la salud colectiva, la de la comunidad y con ello la seguridad sanitaria del pueblo”. 6) La seguridad sanitaria depende sólo del gasto público y, como se aprecia en la gráfica, la participación del gasto público en el gasto total en salud en México es el más bajo de todos los países de la OCDE (empatados con EU).
Irresponsablemente, la gente se volcó, con la vuelta a la normalidad
, sin tapabocas al Metro, el más hacinado de todos los lugares, mientras se exige a restaurantes, teatros y cines distancias enormes entre persona y persona, y se hace teatro
desinfectando establecimientos escolares que estuvieron cerrados desde el 24 de abril (unos 12 días) cuando nos han dicho (quizás sin saber) que el virus se mantiene vivo en superficies lisas sólo durante 72 horas. Ojalá, ahora que la gente salió de nuevo a ganarse la vida, y muchos millones irán a clases el lunes, no haya un repunte de la epidemia.
1 Así explica Octavio Martínez el concepto de Némesis Médica que desarrolló Iván Illich (en su libro del mismo nombre) y que en esta entrega aplico a otros campos: “Para el hombre griego libre, la peor de las faltas humanas era la hybris o arrogancia de quererse igualar a sus dioses, de conocer y dominar sus poderes. La hybris despierta la furia de los dioses y como condena, los hombres han de arrostrar a Némesis, la venganza de los dioses. El ejercicio de la medicina, desde siempre y por siempre, estará signado por errores conceptuales y de acción por parte de médicos e instituciones de asistencia (complejo médico-industrial
) en detrimento del paciente...” (La promoción de la salud. Némesis Médica
, Revista Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia, 2003, 51(3): 158-163).