iguen transcurriendo días aciagos. Vivimos inmersos en una vorágine de información cada vez más confusa e inquietante, mientras el mundo entero se va transformando en un lugar poblado de amenazas: alerta sanitaria mundial por temor a una pandemia, crisis económica globalizada
que se ha agravado por la amenaza del virus A/H1N1, y aparición de alarmantes manifestaciones sociales como son la discriminación y la xenofobia. La irracionalidad y la desmesura campean a sus anchas.
Algunos países, desoyendo las explicaciones científicas de la Organización Mundial de la Salud, se encierran inútilmente en sus fronteras o se niegan a comer carne de cerdo. Ante tales circunstancias, resulta imperioso preguntarnos cómo hemos podido llegar a una situación tan grave y qué podemos reflexionar al respecto.
Freud teorizó acerca del funcionamiento de la psique para conocer mejor la naturaleza humana y con ello poder aliviar el sufrimiento mental y procurar mejorar la calidad de vida de los individuos. Dentro del contexto de la teoría sicoanalítica freudiana existe un concepto fundamental para entender la conducta de los seres humanos: el concepto de pulsión, que rige el funcionamiento síquico.
La pulsión es definida como un “proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin.
Según Freud, una pulsión tiene su fuente de excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin”. Esta fuerza
, como la describe Freud, se encuentra en la frontera entre lo somático y lo síquico.
Su teoría acerca de las pulsiones aparece en 1905 y culmina, con varias modificaciones, en 1920. Freud habla de la pulsión de apoderamiento, entendiendo por ésta una pulsión no sexual, cuyo fin consiste en dominar al objeto por la fuerza.
En los trabajos anteriores a Más allá del principio del placer (1920), donde la dualidad pulsional se juega entre las pulsiones de vida y de muerte; la de apoderamiento se describe como una pulsión no sexual, que sólo con posterioridad se une a la sexualidad y que al principio se dirige hacia un objeto exterior y constituye el único elemento presente en la crueldad primitiva del niño.
Hacia 1905, en Tres ensayos sobre la teoría sexual, menciona abiertamente que la crueldad infantil se atribuye a una pulsión de apoderamiento que en su origen no tendría como fin el sufrimiento del otro, sino que simplemente no lo tomaría en cuenta. Es en el texto Las pulsiones y sus destinos (1915), donde se expone la primera tesis freudiana acerca del sadomasoquismo y es en Más allá del principio del placer donde se introduce el concepto de pulsión de muerte.
Derivado de la teoría pulsional surge el concepto de la compulsión a la repetición (tras la que sigilosamente se oculta la pulsión de muerte), que nos permite entender cómo a lo largo de la historia se repiten los mismos errores, los mismos fracasos, las mismas guerras, la misma explotación, la misma avaricia de los poderosos, los mismos abusos, las mismas mentiras, las mismas miserias.
Se empieza por el apoderamiento que ignora las necesidades del otro, se transita por el sadomasoquismo (explotación que causa dolor y priva al otro de sus derechos más elementales) y se termina por la destrucción cruel e indiscriminada del otro.
Acumular, robar, someter, engañar, estafar, destruir sin miramientos son las acciones cotidianas de los poderosos que llevan el mundo al caos, sin que los responsables de tantos desastres experimenten el mínimo sentimiento de culpa.