Sábado 9 de mayo de 2009, p. a15
La fascinación del mundo de la ópera comprende riquezas y enriquecimientos espirituales que dejan atrás el glamur, lo espectacular, el relumbrón, que son los elementos con los que se suele confundir ese arte cuya esencia reside en realidad en el más antiguo y bello de los instrumentos musicales, la voz humana.
Dos motores para tal enriquecimiento residen en sendos álbumes que coinciden en los anaqueles de novedades discográficas, ambos protagonizados por mezzo sopranos eslavas, el dúo, bajo el sello Deutsche Grammophon, y la mancuerna, un par de recitales con el aroma inconfundible de lo exquisito, lo disfrutable, lo más bello: Bel Canto, de Elina Garanca, letona, y Songs my mother taught me, de Magdalena Kozena, checa.
La joven Elina estremece en escena. Cuando canta, el gesto de su rostro y el de su voz mueven a emoción intensa. Conmueven de tal modo que lo visual y lo sonoro se funden en rapto de espléndida belleza, sobre todo cuando canta con el cabello recogido hacia la nuca y cuando el canto sucede en los registros graves. Epifanía.
En las fotos del cuadernillo de este disco da más la impresión de una tenista del momento que luce la belleza que la transporta fuera de la cancha, sus pies, y dentro del marketing que una mezzo capaz de hacer llorar de emoción a quien la escucha.
En las bocinas es un beso de hada. Entona arias de belleza serena. Tesitura tersa, canto como caricia.
El título del disco no puede ser más cabal, coincide con su intención de concentrar su talento en el repertorio del bel canto. La elección del repertorio para este recital es una flor en equilibrio: obras poco conocidas de autores muy conocidos: Donizetti, Bellini y Rossini.
En el mundo del relumbrón operístico suele usarse de manera equivocada bel canto como sinónimo de ópera, en procedimiento similar a música clásica en lugar de música de concierto, cuando se trata de periodos determinados, el del bel canto y el del clasicismo, con sus características propias. Tan equivocado llamar bel canto a una página de Richard Wagner como denominar música clásica una obra de Bach.
En contraste, los aciertos de Bel Canto, el disco de la bella Elina, se suceden en cascada tibia y reconfortante. Contiene los preceptos de estilo (coloratura, trino, sobreagudos brillantes) pero también una respiración poética exquisita.
Tal exquisitez es aún mayor en el hermoso nuevo disco de Magdalena Kozena, cuyo título expresa uno de los valores supremos de la humanidad: la comunicación, la impartición, el regalo del conocimiento que se transmite boca a boca.
Las canciones que me enseñó mi madre, traducción del título, no sólo nombra canciones de cuna sino todas aquellas tonadas que vuelan en la memoria de cada uno de nosotros y que están ahí, desde la etapa intrauterina y toda la infancia y antes, mucho antes todavía.
La belleza de la prosodia che-ca en partituras de autores checos (Dvorak, Janacek, Schulhoff, Eben, Novak, Martinu) en una voz checa de belleza extrema.