Marcos Miranda
De exilios y soliloquios
ara 2003, la ciudad de México le hacía ya muy difícil la vida a Marcos Miranda, quien decidió exiliarse en Cuernavaca. Fue su segundo exilio. El primero lo agarró a los cinco años de edad, cuando su padre tuvo que salir de Bolivia como perseguido político y se vino a radicar a este país con la familia. Don Mario Miranda falleció el año pasado, y a él le dedica Marcos su nuevo álbum: Exilio y las voces del soliloquio.
Por innumerables razones, se trata de una obra de excepción. Hacer una reseña a conciencia requeriría, mínimamente, de un pequeño libro o de una gran plaqueta. Así que mi subconsciente y yo nos tendremos que conformar con la mención de algunos qués y otros porqués.
Exilio y las voces del soliloquio (Aisha Records, 2009) es un álbum de siete cedés, y en todos y cada uno de ellos Marcos Miranda es el único instrumentista. Son casi 10 horas de solos de sax soprano (cedé 1), sax tenor (cedé 2), clarinete alto (3), clarinete bajo (4), clarinete contralto (5), flauta ney (6), y un séptimo disco con solos de kalimba, salterio, khene, saxofones andinos y gaitillas.
Ni mi sub ni yo habíamos visto algo así en ninguna parte del mundo. Si alguien sabe de ello, le rogamos información.
Éste es un verdadero reto para cualquier escucha, pero como con La casa verde, de Vargas Llosa, o La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, sólo es cuestión de cruzar el umbral y lo demás se va como vino (je je).
Aunque ni lo monumental ni lo temerario de la obra es aquí lo más sorprendente. Lo que realmente nos conmovió, y nos conmueve, es el hecho de que en ningún momento el discurso de Miranda se vuelve monótono o desarticulado. Le comentamos, sí, que los discos podrían ser menos largos, que probablemente así tendrían más impacto y mejor penetración en nuevos públicos.
Pero esto no quiere decir que haya tiempos muertos o de desperdicio. Además de que el concepto en esta ocasión, nos queda claro, es total y absolutamente personal. Afortunadamente, el maestro nos convida, se muestra a fondo, se comparte. Y nosotros, voyeristas de tiempo completo, nos dejamos llevar y observamos en silencio.
El decir de Miranda nunca podría encapsularse en una sola categoría. No sabemos cómo logra que tantas músicas tan diferentes puedan confluir en un solo sistema, y menos aún que se entrelacen con tanta naturalidad y aparezcan como el estilo personal de este artista mexicano de Bolivia. Pero lo hace, y lo hace bien. Ya solo, ya a dueto o bien en la Sociedad Acústica de Capital Variable.
En estos nuevos soliloquios, desde las atalayas subterráneas del jazz, el maestro pareciera echar mano de su pulcritud instrumental para hacer nuevos diseños de la música del mundo. Y mira que no se limita
a los ejercicios de contemplación o a los himnos devocionales. Ésta es una manera de asumir la realidad y decirla en público por medio de los múltiples alientos del ser y el estar. Y en Marcos todo es una suerte de oración, una unción circular y cotidiana que da fe de vida.
Por lo mismo, la dinámica de casi todos los soliloquios es amable y reposada, muchas veces con sonido de riachuelo. Aunque existen las excepciones de temas como Signos, Off the records, Sensaciones en torno de Premeditaciones de una guerra civil
, Obsesión andina o ¿Khene es?, que pareciera un perturbado concierto de cláxones.
El humanismo místico de Marcos Miranda va de temas que alabanza a Aziz, uno de los 99 nombres que da el Islam a la divinidad, hasta el mismísimo Himno guadalupano de la grey católica. De ahí puedes saltar a Donna Lee, de Charlie Parker, y notar, en una enésima sorpresa, que hay lazos mirandescos que unen a los tres temas. Es interesante, créemelo.
Y como alguna vez dijera el impertérrito Fernando Soto Mantequilla, eso de soliloquio me suena a solo y loco
. Estamos de acuerdo, es la bendita locura de conversar con uno mismo para provocar que las sustancias alteren su propia esencia y se vuelvan música. Algo parecido a la transustancialización de la que hablan algunos sacerdotes, tan parecidos al maestro Miranda. Salud.