on optimismo se hicieron públicos los resultados de las pruebas de resistencia realizadas a los 19 principales bancos de Estados Unidos. El dato que fundamenta ese optimismo es que nueve de ellos no requieren capital y los otros 10 sí necesitan dosis importantes. Lo que se sostiene es que la insolvencia bancaria no es inevitable y que hay grandes bancos que están recuperándose. No obstante, el pesimismo sigue presente, ya que tanto los que tienen necesidades de capital como los otros no están prestando recursos a las empresas ni a los consumidores.
El pesimismo de muchos analistas estadunidenses se sostiene en la calidad de las pruebas realizadas. Los funcionarios que las realizaron no tenían los recursos para hacer un examen adecuado de los activos de los bancos y, como si esto fuera poco, permitieron que fueran negociables los resultados. El problema de fondo, sin embargo, no es éste. En realidad el resultado era el esperado, ya que se derivaba de una decisión política previa. En 1933 el gobierno estadunidense decidió cerrar los bancos débiles y había el temor de que el nuevo gobierno estatizara partes relevantes del sistema financiero.
El asunto no es solamente ideológico, aunque éste es un tema que importa. La historia reciente reconoce dos propuestas marcadamente diferentes para enfrentar crisis financieras: la solución de Estocolmo y la salida japonesa. Diversos analistas se han ocupado de analizar las características de estas soluciones
y sus impactos sobre la actividad económica. La revista Finanzas y desarrollo, publicada por el FMI, en su número de diciembre de 2008, dedicó dos textos a presentar la solución a la crisis nórdica de principios de los 90 y el camino japonés para la recuperación.
Estas propuestas se han convertido en paradigmáticas porque plantean dos rutas diferentes con efectos distintos sobre la duración de la crisis. En el primer caso, la enseñanza clave es que las autoridades no pueden descansar sólo en los mercados y en el sector privado. Se requiere un involucramiento importante del gobierno para restructurar a los bancos y ello implica estatizarlos si es necesario. La crisis nórdica duró dos años. La japonesa también fue resuelta con intervenciones de las autoridades con fondos públicos, buscando que se redujera el apalancamiento de los bancos, pero hubo una década perdida con una economía estancada y una deflación prolongada.
La crisis estadunidense se parece cada vez más a la de Japón y las medidas que han ido instrumentando las instancias gubernamentales también recuerdan las japonesas. La sensación de deja vu es cada vez mayor. De modo que aunque parece haber urgencia por encontrar argumentos para sostener que la crisis ha tocado fondo, lo que tiene una importancia indudable, parece dejarse de lado el tipo de recuperación que podría darse. Las estimaciones optimistas señalan que habrá una recuperación relativamente lenta, que en 2011 habrá un crecimiento magro y que sólo hasta 2012 el crecimiento alcanzará un dinamismo mayor.
Los bancos privados que operan en México no han sido sometidos a pruebas de ese estilo. En realidad no hace falta. Las pruebas de resistencia lo que intentan revelar es el volumen esperado de pérdidas provocadas por créditos en problemas en relación con los ingresos esperados y, en consecuencia, las posibles pérdidas netas de capital. En nuestro caso los bancos no tienen problemas graves de créditos malos por una razón básica: no prestaron a empresas durante los tiempos buenos, y ahora, en las condiciones recesivas que estamos enfrentando, han restringido la derrama crediticia.
Los pesimistas creen que el tipo de solución que se está aplicando para sacar a los bancos de la crisis implicará una recuperación extremadamente lenta, en la que indicadores clave, como la desocupación, podrían seguir mostrando malos resultados. Lo cierto es que sin crédito bancario el crecimiento será mediocre. La lección para nuestro país no puede ser más evidente.