Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Tres pilares tres

E

l neoliberalismo y uno de sus apoyos, la autorregulación, calcularon mal y las cosas no salieron como pensaron, de modo que empresas sólidas, prestigiadas y supuestamente profesionales exhiben hoy, junto con los gobiernos respectivos, el doble filo de sus corruptas políticas: enriquecimiento para unos y empobrecimiento para muchos.

Escandalosas quiebras y fraudes de grandes consorcios e industrias estadunidenses, como bancos, hipotecarias, automotrices, inmobiliarias y hasta agiotistas, en inexcusable complicidad con las autoridades que debían vigilarlos, ponen en evidencia que la sola autorregulación no bastó para el éxito de esas empresas ni para dar un servicio profesional a miles de usuarios.

Paraíso de monopolios y duopolios –mercado controlado por dos empresas–, nuestro país vive una democracia caracterizada por la inmadurez, el oportunismo y la corrupción, circunstancia que ha incidido, también, en el debilitamiento de su tradición taurina. Autorregulados hace décadas, la radiotelevisión, el futbol, la telefonía o la fiesta brava, entre otros, su contribución al desarrollo del país ha sido escasa, cuando no penosa, y ni hablar de competitividad internacional.

Quienes suponen que la autorregulación es la fórmula para que la fiesta de los toros salga de su crisis, deben entender de una vez por todas que tres pilares han de sostener esa anhelada –y hasta ahora mal ejercida– autorregulación: ética, sensibilidad y profesionalismo. Las políticas del duopolio taurino nunca las determinó el intervencionismo de la autoridad.

Otra cosa es la desunión y el protagonismo de los sectores que integran la fiesta y el escaso profesionalismo que las define. Este factor, profesionalidad multidisciplinaria, más que la invocada unión de todos, es el que hubiese dado la pauta para un verdadero liderazgo empresarial taurino con niveles de excelencia, no de dependencia, y justificado una autorregulación responsable.

Suponer que la industria del toreo se reduce al espectáculo en la plaza, es un ejemplo de esa falta de profesionalismo. La ausencia de comunicación con aficionados y público por parte del duopolio, su nula imagen pública, sus imposiciones sistemáticas, su voluntarismo y su falta de sentido de competencia y de grandeza, antes que la supuesta sobrerregulación de la alelada autoridad, han obligado al público a darle la espalda, no a un espectáculo que amaba, sino a esa cadena de amateurismos sin contrapeso.