in duda, uno de los logros de la Compañía Nacional de Teatro es la publicación, en coedición con Editorial Jus (y con apoyos de diversas empresas que quizás correspondan a la Sociedad de Amigos de la CNT) de los textos que monta con entrevistas hechas por Alegría Martínez al autor –de estar vivo–, al director y los diseñadores. Es el caso de este tercer título y tercer montaje, Edip en Colofón del talentoso dramaturgo Flavio González Mello y a mi modo de ver la mejor de las obras que hasta ahora se le conocen, en la que al ingenio de que siempre hace gala añade ahora una hondura mayor, con esta laberíntica construcción que trata, precisamente de los laberintos del cerebro y la pérdida de la memoria a corto plazo como enfermedad o como evasión, que ambas lecturas y muchas otras permite el rico texto. La revisión del mito de Edipo permite a González Mello hablar del incesto a muchos niveles, la paternidad biológica, las pugnas por el poder, hacer teatro dentro del teatro y apuntar a las rupturas del orden del Universo y su restablecimiento –según la idea clásica de la tragedia– y a las sucesivas anagnóresis que la vuelta de la memoria provoca en el protagonista, como también jugar con citas shakespereanas.
Colofón es el remate de algún proceso, pero es también una ciudad jónica y en ella, en un hospital siquiátrico transcurre la acción, con un coro de enfermos que el autor divide en semicoros como hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, lo que no se da en la escenificación. A cambio de ello el director Mario Espinosa dota de cierta personalidad a cada uno de los internos que se pondrá más de manifiesto durante la representación de la tragedia de Sófocles hecha para devolver a Edipo su memoria, una de las más graciosas escenas de esta tragedia de enredos, como la llama el dramaturgo, quien sostiene que la comedia es más incisiva que la tragedia y quizás tenga razón. En el patio del manicomio en forma de anfiteatro semicircular, debido a la escenógrafa Gloria Carrasco, hay un ojo de agua, el ombligo del espacio –en clara referencia a la maternidad– dos sillones y un columpio, aparecen algunos personajes de la tragedia más otros agregados por el autor. Piso y paredes se resquebrajan cada vez que Edipo –que insiste en llamarse Edip, lo que al final explicará– tiene una anagnóresis o conciencia de su situación y al final se restauran como vuelta del orden universal, porque nadie puede escapar a su destino.
El director tiene un trazo a veces circular alrededor del ombligo de agua, lo que apoya la idea de círculo y laberinto de toda la obra y la puesta en escena, apoyado por la iluminación de Ángel Ancona en forma de espiral, aunque rompe con esto cuando es necesario en una de sus muy sabias dosificaciones. Logra que cada actor resuelva su personaje como fársico o como serio, esto último sería el caso de Gabriela Núñez (que alterna con Carmen Mastache en este personaje y el de Aura la autista embarazada), una Antígona plena de matices, que va de la piedad filial a la arrogancia ante Ptolomeo, y de Arturo Beristáin como un Creonte majestuoso a veces, suplicante otras. Luis Rábago (que alterna con Roberto Soto, sin duda en el mismo rango de excelencia) es un Edipo a veces infantilizado con sus chistosos juegos de palabras, por momentos salaz como un sátiro envejecido, enternecido ante sus recuerdos infantiles, mitómano para atraer a las enfermeras, altivo y trágico en la escenificación de la tragedia.
Angelina Peláez, como la psiquiatra Castañeda no tiene mayor problema para ir del didactismo a la zalamería ante Creonte. Luisa Huertas es Tiresias, transitando del tono grave masculino al muy agudo cuando dice sus vaticinios y muy graciosa en todo momento. Adriana Roel es una demandante Mérobe que desea con furor el supuesto incesto y Farnesio de Bernal encarna a un Pólibo distraído y amable. Diego Jáuregui como Epíndaro muy divertido al sufrir el delirio de que es el verdadero autor de las tragedias griegas y aun de la Poética de Aristóteles. En el reparto están también Rodrigo Vázquez como Ptolomeo, Enrique Arreola como sicario, Érika de la Llave como Hipólita, Héctor Holten como guardaespaldas, Arturo Reyes como empleado y otros con el sugestivo vestuario de Jerildy Bosch, la música en vivo de Leopoldo Novoa y la coreografía de Lorena Glintz.