Sábado 23 de mayo de 2009, p. a15
Cuando alguien se refiere a la música de los ángeles está en la dirección correcta de aproximarse a definir la música de Arvo Pärt (Estonia, 11 de septiembre de 1935).
Música de los ángeles, de las esferas, de los planetas, armonía, son términos que se remontan a la tradición pitagórica y atraviesan todas las eras.
Plinio el Viejo, Platón, Ptolomeo, Boecio, Picco della Mirandola, Kepler, Isaac Newton, entre una pléyade de sabios, demostraron en su momento el reflejo de la armonía musical en la armonía del alma y en la armonía cósmica. El movimiento de los planetas, documentaron, se refleja en el movimiento de las notas musicales y sus componentes se espejean en las partes del alma.
De hecho muchos de esos científicos y pensadores afirman haber escuchado el sonido de la armonía cósmica, aunque sólo cuando el mundo material ha quedado atrás, en la visión, el sueño o el trance iniciático.
Escuchar la música de Arvo Pärt puede conducir, si el escucha lo permite, es decir, si se permite a sí mismo abrir su alma, a un estado en vigilia semejante al sueño, la visión, el trance iniciático.
A lo largo de los años y conforme han ido apareciendo consecutivamente en el firmamento, el Disquero ha compartido con otros escuchas, es decir, los lectores de La Jornada, los discos que contienen esa música maravillosa.
La buena nueva es que acaba de llegar a México el nuevo disco de Arvo Pärt, dicho sea con toda propiedad, porque se trata de una producción en la que estuvo involucrado ex profeso el compositor estoniano y porque se trata del primer álbum después de que hace un cuarto de siglo el mundo supo de Arvo Pärt gracias a la infalible disquera alemana ECM, cuando irrumpió en el asombro del planeta entero con el volumen titulado Tabula Rasa.
Ahora aparece, bajo el cuidado riguroso de edición de ECM, In principio, que contiene seis partituras escritas entre 1989 y 2005, lo mismo para orquesta de cámara que para gran, gran orquesta, tres de ellas son estrenos y el resto revisiones de obras igualmente muy recientes.
La dimensión de este acontecimiento es monumental. Es lo mismo que cuando aparecieron las nuevas obras de Beethoven, Mozart, Wagner, Brahms, con la diferencia de que, por supuesto, en la época de esos autores no existían los discos, pero la aparición de esos papeles pautados y su estreno, en los castillos, los hogares, las casas de música, significaron acontecimientos que forjaron cimientos.
Entre las muchas maravillas de esta novedad discográfica es que el autor, quien con los siglos será venerado igual que lo es Mozart, vive. Uno puede caminar tranquilamente bajo los tilos del Tiergarten, en Berlín, donde vive este ser alado, y toparse con un hom-bre barbado y calvo a la manera de los monjes antiguos y que si observamos bien, sobre todo en el momento en que le decimos, en tono familiar y enaltecido, Guten Morgen, Maestro Pärt!, él junta las palmas de las manos, las lleva a su pecho, nos sonríe y entonces se iluminan de blanco, de bruma blanca de sonrisas, las dos alas que lleva en la espalda pero que pocos, muy pocos podemos ver.
(No es casual que Arvo Pärt haya elegido vivir en Berlín, justo donde Wim Wenders filmó sus ya legendarias películas de ángeles, Las alas del deseo, Tan cerca tan lejos. Seguramente bromea a diario con Casiel y Damiel y, por supuesto, con Columbo.)
Escuchar este nuevo disco de Arvo Pärt nos transporta a Berlín, a la playa, a un río paradisiaco en Jalapa, al santuario que usted quiera construir en su alma, porque es ahí donde reside la armonía de las esferas, el equilibrio del cosmos, la calidad profunda y alta de las personas buenas, la música de los ángeles, que es casi lo mismo que decir la música de Arvo Pärt.
Escuche usted la música de Arvo Pärt y emprenderá el vuelo, será verdaderamente libre.