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A la Mitad del Foro

La extrema izquierda de la extrema derecha

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Porfirio Muñoz Ledo, político de Estado. La imagen fue captada el pasado 26 de marzo, cuando donó documentos al Archivo General de la Nación José Carlo GonzálezFoto Foto
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o cambian las manchas del leopardo. Ni las del Gattopardo, de Lampedusa, que presuntuosamente gustan citar tirios y troyanos en las vueltas a la noria de la transición truncada. Mal puede cambiar todo para que todo siga igual, si el debate nacional y el combate por el imperio de la ley son ajuste de cuentas con el pasado. Conductores políticos con los ojos en la nuca. La mujer de Lot era una sibila. Aquí, los únicos que no se mueren la víspera son los caídos en la guerra de Calderón contra el narcotráfico.

Aquí, la exigencia de los progresistas es juzgar por genocidio a Luis Echeverría. Y llaman a las barricadas para enfrentar hoy mismo la debacle del presidencialismo ilustrado, entre sollozos de José López Portillo y el patético reto a la fatalidad: ¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear! Los indiciados del pasado, a salvo por la estulticia de fiscales especiales y porque a los difuntos sólo se les puede condenar al infierno de todos tan temido. Pero los de fascios fastidiosos, empuñados por Germán Martínez, encienden hogueras de vanidad para revelar lo que nadie ignoraba.

Aquí, penas para los pecados del pasado: Miguel de la Madrid, confeso; Carlos Salinas de Gortari, capo de todos los capos, declara incompetente a quien tiraron de la lengua para que a él lo declarara cómplice de sus hermanos, aunque se negó a llamarlo delincuente. La exhibición de lacras y los cargos de corrupción son ineludibles en el cambio de régimen y de sistema de la globalidad tambaleante. Pero mientras en México combatimos el pasado, en Italia exigen castigo, revisión del juicio que eludió Berlusconi al abusar de la mayoría parlamentaria de su gobierno para garantizarse impunidad y eludir la justicia. Hoy, hoy, los italianos discuten los pormenores de la pudrición política y la manera de restaurar el imperio de la ley, hoy, para someter al jefe de gobierno y patibulario patrón, al signore Berlusconi.

La tradición rige la vida pública de la Gran Bretaña. El Parlamento, destruido por las bombas alemanas en la Segunda Guerra Mundial, fue reconstruido con fidelidad absoluta con las bancadas de gobierno y oposición, separadas por el espacio equivalente al largo de dos espadas, y entre ambas bancadas la majestuosa silla del speaker, quien tradicionalmente rechaza aceptar el cargo y a quien llevan a rastras, hasta su asiento, sus compañeros de la Cámara de los Comunes. Tradición fincada en la dura realidad: los primeros speakers fueron decapitados por orden del rey. Ahora, hoy, unos días después de ser llevado a su sitial, el speaker presentó su renuncia no por temor al hacha del verdugo, sino por el escándalo de corruptelas que estalló Fleet Street.

Y no es el único. Conservadores, laboristas y liberales han sido acusados de absurdos abusos, de disponer de miles y miles de libras esterlinas para el pago de segundas casas, viajes, arreglos domésticos y raterías tan penosas como las de cualquier politicastro de república bananera. Pero los británicos confrontan hoy el escándalo de hoy, y hoy se pone en jaque al primer ministro Gordon Brown. Podríamos seguir y topar con situaciones similares, escándalos mayores, debates y combates callejeros para enfrentar conflictos de hoy, para exigir castigo a corruptelas de hoy. Y casos extremos, como el del ex mandatario coreano que se suicidó, agobiado por las acusaciones a su mujer de haber recibido sobornos de algún gran empresario.

Aquí, Roberto Madrazo escribe El Despojo y acude a CNN a revelar que Ernesto Zedillo y Vicente Fox protegieron a sendos cárteles del narco: ayer y anteayer. En el México de la era del espectáculo, el tercer milenio es umbral para la nostalgia reaccionaria. Guillermo Prieto es contemporáneo y los de la pluralidad cantan: cangrejos al compás, marchemos para atrás... En los prolegómenos de reciente edición del Gattopardo, Lampedusa cita a algún conocido que en los años 50 hablaba con agudeza italiana de quien era militante de la extrema izquierda de la extrema derecha. Y Porfirio Muñoz Ledo llama al cambio de régimen o a revocar el mandato presidencial de Felipe Calderón, quepan o no esas cartucheras: hay que salvar a la patria y Muñoz Ledo es, dicen los allegados a López Obrador, el más radical del gobierno legítimo.

El compañero de fórmula universitaria de Miguel de la Madrid sirvió a otro López: Adolfo López Mateos. Luego a Gustavo Díaz Ordaz, a Luis Echeverría y a José López Portillo. Todos bajo el signo del PRI. Hay que reconocer que Muñoz Ledo dijo aspirar a político de Estado. Pero del gobierno de izquierda, dentro de la Constitución, hasta el falso centro de Díaz Ordaz, con el sistema de sonar para evitar los riesgos de la derecha y de la izquierda. Y arriba y adelante, con Luis Echeverría. Y el vaso medio lleno de José López Portillo. Tardó, pero vio la luz al final del túnel, y acompañó a Cuauhtémoc Cárdenas en el desgajamiento del tronco común.

Insatisfecha la obsesión con su propio destino manifiesto, Muñoz Ledo dejó el PRD y trabajó para Vicente Fox, con el ignaro alternante que llamó a hacer una revolución como la cristera y hoy es mecenas del centro de capacitación electoral de la derecha, del panismo y sus candidatos, que acuden a guanajuatizarse bajo la férula de asesores hispanos expertos en las llamadas campañas sucias. Tardó, pero supo sumarse a los seguidores de López Obrador en pleno ascenso de la campaña presidencial. Y ahí sigue, modelo de militancia en la extrema izquierda de la extrema derecha. Docto y ducho para hacer alianzas en el ancho mundo de la globalidad, donde lo socialdemócrata se distingue de lo neoliberal, dicta cátedra y exhibe a los que se oponen a que López Obrador salve al país, pero no se animan a confrontarlo.

Manuel Camacho ha sabido sobrevivir en ese filo, con la ventaja de hacer intercambiables la extrema izquierda y la extrema derecha. Jesús Ortega, el apóstata, se hizo del mando formal y del dinero, pero perdió el partido y ni hablar del poder. Pero es Ricardo Monreal quien paga a plazos el costo del cambio de chaqueta en la disputa por el poder que debate el pasado y desentierra muertos, pero integra archivos judiciales para fincar cargos a futuro. El PRI puso bajo sospecha a su familia política, el PRD lo hizo gobernador. En vuelo a Davos, Felipe Calderón recordó la vieja ficha con cargos a sus hermanos. Y Monreal dejó el escaño, pero el fuero constitucional no se pierde al pedir licencia.

Nunca está más oscuro que un instante antes de amanecer. Ernesto Zedillo vino a recetar la misma medicina a la misma hora. Como los Borbones, nada olvidó, nada aprendió. Menos mal que Ángel Gurría topó con la realidad y la reconoció. En Madrid, el de la OCDE habló de la recesión y sobre el desastre de la influenza: el golpe brutal para México. Esta no es una evolución, es una demolición. Y sí, lo calculamos mal. Culpables de cargo... No fuimos ni medianamente competentes en esta materia... Fue una masiva falla de la regulación y de la supervisión... Y ahí vamos juntos autoridades, sector privado y organismos internacionales... Si hubiera habido un poco más de ética, integridad y transparencia en la economía mundial, nos hubiera ido mejor.

Y el desempleo que afecta a México no lo podemos medir en la OCDE, pero sí padecerlo aquí y ahora, hoy y mañana. De eso hay que ocuparnos. Y que los muertos entierren a sus muertos.