yer, tras un encuentro en Washington con el titular de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, el presidente estadunidense, Barack Obama, expresó su respaldo a la creación de un Estado palestino y llamó a ambas partes, palestinos e israelíes, a “cumplir con las obligaciones del mapa de ruta”, un documento suscrito en 2003 por los dos bandos principales del conflicto de Medio Oriente y en el que se ordena al régimen de Tel Aviv la suspensión inmediata de los ilegales asentamientos en tierras palestinas ocupadas. Horas antes, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, exigió a las autoridades israelíes “un alto en los asentamientos, no de algunos sino de todos, sin excepciones de puestos de avanzada o ‘crecimiento natural’”, eufemismo con el que los gobernantes israelíes han buscado justificar la constante expansión de esos enclaves ilegales.
El anunciado viraje en las tradicionales posturas estadunidenses ante la añeja confrontación que tiene lugar en el antiguo protectorado británico de Palestina puede calificarse de histórico: nunca antes, desde 1952 –cuando el gobierno de Dwight D. Eisenhower amenazó a Tel Aviv con suspender toda la ayuda económica y militar que recibía de Estados Unidos si no paraba su ofensiva militar contra el Sinaí–, un presidente estadunidense había confrontado de manera tan clara las políticas de transformación demográfica que el Estado judío practica en la Jerusalén oriental, en Cisjordania y los Altos del Golán, territorios que, de acuerdo con la legalidad internacional y la realidad histórica, no le pertenecen.
Si Obama logra mantenerse firme en este punto, el gobierno que encabeza Benjamin Netanyahu se verá obligado a detener el robo de tierras palestinas por la vía de la construcción de enclaves para sus connacionales en Cisjordania y Al Qods, nombre árabe de la porción oriental de Jerusalén. Con ello se allanaría uno de los factores principales que imposibilitan la reactivación de un diálogo entre ambas partes, orientado a lograr una solución definitiva al conflicto. Cabe recordar que esos asentamientos, vallados y dotados de caminos exclusivos para ciudadanos israelíes, no sólo constituyen un despojo a todas luces inadmisible sino que hacen imposible la vida cotidiana de los palestinos en su propia tierra, pues interrumpen la continuidad territorial de Cisjordania y obligan a los habitantes árabes de ese territorio ocupado a realizar rodeos de varias horas para transitar entre localidades contiguas, o incluso para ir de sus casas a sus sembradíos.
Desde luego, el freno a nuevas construcciones sería apenas el primer paso para hacer posible la negociación de paz, en la que debe acordarse, le guste o no a Tel Aviv, el desmantelamiento de todos los enclaves israelíes ilegalmente construidos en tierras árabes desde 1967 a la fecha. Por añadidura, está por verse si el nuevo gobierno de Washington será capaz de superar las presiones de toda índole que ejercerá el poderoso lobby judeo-estadunidense y que contarán, a no dudarlo, con el respaldo de los remanentes del gobierno anterior, encabezados y liderados por el ex vicepresidente Dick Cheney.
Con esas y otras incertidumbres por delante, es pertinente, sin embargo, saludar el viraje emprendido por Obama con respecto a las posturas de su antecesor, George W. Bush, quien dio respaldo y cobijo totales a las prácticas criminales de Tel Aviv contra la población palestina. De hecho, durante los dos periodos de Bush el gobierno israelí implantó todos los asentamientos que quiso en tierras ajenas, emprendió una política de demolición contra la ANP que presidía el extinto Yasser Arafat, se quedó, de esa manera, sin interlocutor real en el lado palestino –de hecho, Mahmoud Abbas, sucesor de Arafat y contraparte formal de Washington y de Tel Aviv, carece de respaldo significativo entre su pueblo–, y llevó su impunidad criminal hasta la masacre de civiles inermes en diversos puntos de Cisjordania y Gaza; de hecho, a principios de este año, ya en los estertores de la administración Bush, las fuerzas armadas israelíes asesinaron a cientos de habitantes de Gaza, muchos de ellos niños, ante el horror impotente de la comunidad internacional.
Estados Unidos es el único país que puede poner un alto al expansionismo y al constante atropello israelí, y si Obama lo consigue, habrá realizado un aporte invaluable a la causa de la paz en Medio Oriente. Cabe esperar que así sea.