Ayer es todavía
na vez platicando con Federico Pérez le dije que se me había perdido mi flauta. “No tengo esperanza, pero sí fe, de encontrarla –agregué. Lo único que pediría es que en todo caso llegue a buenas manos”. Esas cosas siempre llegan a buenas manos
, respondió. La flauta apareció, tiene como 40 años conmigo (reconforta evocar, cuando recuerdo las que ya no me acompañan, el dictum del terapeuta). Otra mucho más vieja vez, con más libros, una grabadora y una sopranino, sustrajeron de mi auto mediante cristalazo cierta mochila en la que iba, dedicado por el autor, No me preguntes cómo pasa el tiempo. Tengo la impresión que no hacía tanto José Emilio Pacheco me había confiado que encontró un libro suyo firmado por él en una librería de viejo. Me preocupé cuando lo de la mochila: no vaya a ser. Y decidí disculparme de antemano, lo que por desidioso no hice. Creo sin embargo ahora saber, o acertadamente intuir, que ese ejemplar y no dudo que también los demás libros (la mochila iba repleta de poesía mexicana) están en buenas manos. Quien quite y algún par de esas buenas manos sostengan ahora este periódico, o hayan tecleado www.jornada etcétera y pulsado enter para, al fin y al cabo manos de lector, dar con estas palabras. ¿Me costó 25 pesos ese volumen, en mi memoria azul marino, de Joaquín Mortiz, o con ese dinero, que pedí prestado, compré dos libros de la misma colección?
Olvidar no puedo, ni debo, que, con el mencionado, Adrede, de Deniz; Los espacios azules, de Aridjis; Campo nudista, de Zaid, y Roma, peligro para caminantes, de Alberti, todos de La otra orilla, dieron en ese momento, y aún la alientan, amplia respiración a mi vida. Ni que del libro de Pacheco me afectaron principalmente el texto que le da título, y que qué ganas tengo de citar pero es conocidísimo, y el por estos días muy recordado Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos. Dos extremos, el lírico y el crítico, dicho sea velozmente, que por lo demás con afortunada sencillez armonizan en otro de los mejores poemas de aquel joven menor de 30 años, Alta traición, que en mi percepción caminó más solo que otros y, aunque representativo de una obra, no logro ubicar en ningún libro. Se me mueve. Menciono, lo sé, escritos que todo buen lector tendrá en su magín. No propongo novedad informativa alguna (si bien presiento verosímil que a más de alguno, ojalá, podría servirle como tal y motivarlo a la consecuente fruición poética). Quiero únicamente congratularme de la existencia de esos tan agradecibles lugares comunes, paradójicamente breves y espaciosos, de la memoria colectiva, y acaso registrar cuán gusto da el que la honda suavidad y la inexorable contundencia con las que quizá cada uno de nosotros creyó tener su personalísimo encuentro, sin cancelar el suceso individual hayan sido también, sean ahora, fuerte, definitiva experiencia, sustento de no pocos, y en más que en cierto modo, cultura de todos.